Por Pablo Gamba
Hubo una época en la que Venezuela estuvo en el mapa del cine experimental: desde mediados de la década de los setenta hasta comienzos de los ochenta. Fueron los años del movimiento de cineastas que rodaban en Super 8 en el país y del Festival Internacional de Cine de Vanguardia de Caracas en ese formato, que comenzó a realizarse en 1976.
En 1981 la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes incluyó por primera vez películas en Super 8. Formaron parte de ella tres filmes venezolanos en ese formato: el largometraje Bolívar, sinfonía tropikal de Diego Rísquez, celebrado por Alain Bergala en los Cahiers du Cinéma,1 y los cortos TVO y Uno para todos, todos para uno de Carlos Castillo.
Al año siguiente volvió a presentarse en la Quincena Bolívar, sinfonía tropikal, inflada a 35 mm, y se exhibió Sopa de pollo de mamá, también de Carlos Castillo, en Super 8. En 1984 Rísquez volvió a la misma sección de Cannes con su segundo largometraje en Super 8, Orinoko, nuevo mundo, que tuvo una crítica elogiosa de Serge Daney.2 Fue seleccionado junto con otra película venezolana, La casa de agua de Jacobo Penzo, entre un total de 19 filmes. Con su tercer largo, Amérika, terra incógnita, Rísquez llegó otra vez a Cannes en 1988.
Carlos Castillo hizo también Intento de vuelo fallido (1982), que todavía puede verse y fue el resultado de arrojar una cámara de Super 8 en funcionamiento desde el edificio más alto de Caracas. Julio Neri llegó a las salas de cine con el documental en Super 8 ampliado sobre las elecciones presidenciales de 1978, Electofrenia, y Rolando Peña formó parte del movimiento del Super 8 venezolano luego de haber creado el colectivo The Fundation for the Totality en Nueva York, de haber hecho una película sobre el Che Guevara junto con José Rodríguez Soltero y de haber participado en The Loves of Ondine (1967-1968) de Andy Warhol.3
Pero el realizador de mayor trascendencia del cine experimental en Super 8 venezolano es Diego Rísquez, quien comenzó como artista plástico y después de América, terra incógnita ha estrenado cuatro largometrajes, el más reciente Reverón (2011). Antes de Bolívar, sinfonía tropikal había realizado cortos, y los había integrado a performances e instalaciones.
Los dos largometrajes en Super 8 de Rísquez parecen expresar un deseo de reinventar el cine desde los orígenes con ese formato, lo que incluye prescindir de la palabra hablada. Y la libertad del estilo de “cámara pluma”, dada por la ligereza y la economía del Super 8, tiene como correlato en el primero cabalgatas por la llanura, navegaciones por ríos y el cruce de la cordillera de los Andes por el pequeño grupo de héroes patrios, en escenas en las que la vastedad del paisaje se constituye en una metáfora kerouaquiana de la emancipación.
En Bolívar sinfonía tropikal, Rísquez se propone reinventar la iconografía patria. Pero lo hace a partir del relato oficial de la lucha por la Independencia que puede seguirse en pinturas que los venezolanos conocen en los libros de la escuela, de Juan Lovera, Tito Salas, Arturo Michelena y Pedro Centeno Vallenilla, entre otros. A sus cuadros vivos inspirados en esas obras el cineasta añadió una ambientación tropical, con frutas y guacamayas, ave emblemática de su cine. Se aproxima en ello al tropicalismo brasileño, incluido el gusto por lo kitsch. Su lenguaje hace pensar también en el cine poético de Sergei Paradjanov, aunque las referencias de Rísquez no están en la cultura popular como las del realizador armenio.
El cine de Bolívar, sinfonía tropikal cristaliza con sus cuadros vivos en una narración parecida a la de las películas sobre la Pasión de Cristo de los comienzos del cine. Son relatos compuestos de escenas cuya comprensión exige al espectador conocimiento de la historia y de las obras citadas, lo cual es difícil que ocurra en un extranjero. Alain Bergala, por ejemplo, admitió que no entendió los cuadros alegóricos. Esa manera de narrar también presupone una actitud de culto a la iconografía oficial, cuyo valor Rísquez no cuestiona. Sólo aspira a comulgar con ella, con la participación de “lo más selecto de la inteligencia para 1979” en la recreación del cuadro de la firma del acta de la Independencia.
Las alegorías incluyen personajes como “las razas” (el Indio, el Blanco y el Negro); el Tiempo, en la escena inspirada en Delirio sobre el Chimborazo de Tito Salas (1930), y una representación del enemigo español como la Muerte. El relato patriótico adquiere así en una expresión que parece medieval. Pero hay que insistir en que Rísquez no es Paradjanov. Su propósito era hacer un filme sobre Bolívar con la alternativa que el Super 8 puso a su alcance, y que le permitió hacer un cine personal sobre la epopeya nacional. El realizador de la película es un cineasta entusiasta de comienzos de la década de los años ochenta, y sus alegorías expresan la manera como imagina la historia desde su cultura urbana moderna.4
“[L]a alegoría brasileña encarna, con una buena dosis de crueldad, la imposibilidad de lo unitario e incluso de lo comprensible, como irracionalidad asumida con rabia, desesperación y sarcasmo”, escribió la crítica venezolana Ambretta Marrosu.5 “En cambio, la trilogía de Diego Rísquez [en referencia también a Orinoko, nuevo mundo y Amérika, terra incógnita] tiende constantemente a lo bello, en el sentido convencional de placentero y armonioso. Aunque plante angulaciones arbitrarias (insignificantes), algunos efectos sorprendentes, unas composiciones ostentadamente pictóricas en difícil equilibrio entre parodia y cita refinada, así como un desenvuelto vaivén entre mamarracho y kitsch, su eventual humor no pasa de intermitente sonrisa de complicidad intelectual, sus invenciones –elementales o elegantes– resultan juegos de corto alcance, mientras los intentos de mythos (en el sentido de relato originario), así como figuras y conceptos de alegoría, son confirmaciones y hasta simplificaciones del optimismo triunfalista de la ‘historia oficial’”, agregó.
Orinoko, nuevo mundo se presenta como una similar versión de la historia oficial del descubrimiento de América, de la búsqueda del Dorado por Walter Raleigh, y de la exploración de Humboldt y Bonpland. La alegoría risqueana de la conquista por las armas, por la fe y por la ciencia comienza como un falso documental antropológico, en el que un chamán yanomami alucina la historia luego de inhalar yopo. A Daney le gustó “la originalidad […] de utilizar un acercamiento bruto (el germen documental del Super 8) cuando su verdadero tema es un doble retrato interior”. Pero el indígena no es más que un pretexto para un relato cuya poesía no expresa ni la cultura ni la resistencia de su pueblo.
La película se destaca, sin embargo, por un manejo más elaborado del tipo de alegoría que trabaja Rísquez. Eso incluye un plano-secuencia en el que se articulan diversos símbolos sin solución de continuidad. En la banda sonora sobresalen los ruidos de la naturaleza, y la parte del falso documental es por sí misma un logro, especialmente por la cámara que da vueltas en un paneo del poblado indígena y una escena de niños que participan en un juego extraño.
Amérika. terra incógnita es considerada la película que cierra la trilogía, pero lo que hay en ella es una imitación del Super 8, a través de los movimientos de la cámara de 16 mm. El movimiento venezolano de cine en ese formato se extinguió un año después, desplazado por el video. Desde entonces Venezuela no ha vuelto a figurar en el mapamundi del cine experimental. En el paso de la imagen fotoquímica a la electrónica parece haberse borrado el atractivo que llegaron a tener esas películas, y no ha podido ser recuperado.
Notas:
- Alain Bergala. “Imágenes del mundo y puntos de vista. Bolívar, sinfonía tropikal de Diego Rísquez”. Cahiers du Cinéma, n° 338, julio-agosto de 1982. Reproducido y traducido al español en Analisse Valera. Diego Rísquez. Caracas: Cinemateca Nacional de Venezuela, 2005, p. 38.
- “Dios-tortuga. Onírico Orinoko”. Libération, 13 de septiembre de 1984, p. 36. Reproducido y traducido al español en Analisse Valera. Diego Rísquez. Caracas: Cinemateca Nacional de Venezuela, 2005, pp. 38-41.
- Juan Antonio Suárez. “Ida y vuelta de José Rodríguez Soltero, cineasta experimental puertorriqueño”. La Fuga, http://www.lafuga.cl/ida-y-vuelta-de-jose-rodriguez-soltero-cineasta-experimental-puertorriqueno/558.
- Es la opinión de Igor Barreto: “Orinoko, nuevo mundo”. Imagen, n° 100-3, enero de 1985, p. última. Reproducido en Analisse Valera, Op. cit., pp. 44-45.
- Ambretta Marrosu. Cine Oja, n° 18, junio de 1989, pp. 4-5. Reproducido en Analisse Valera. Diego Rísquez. Caracas: Cinemateca Nacional de Venezuela, 2005, p. 49.