DIÓGENES DE LEONARDO BARBUY: UNA LUZ EN EL CINE PERUANO

DIÓGENES DE LEONARDO BARBUY: UNA LUZ EN EL CINE PERUANO

Por Mónica Delgado

Los abordajes desde la representación del conflicto armado interno, sucedido en el Perú entre las décadas de los ochenta y noventa, han sido muy poco trabajados desde las posibilidades menos clásicas del cine actual. Ha primado la elección de puestas en escena convencionales, en la medida que se ha tratado los temas desde una mirada narrativa o incluso histórica que los soporta, en algunos casos desde lecturas maniqueas o simplistas, pero de la mano de argumentos sin mayor ambición que la mera descripción de situaciones, sin construir universos particulares, íntimos, o que busquen respuestas fuera de los realismos. Y esto no significa que solo existan “obras malas” desde esta legítima opción: en torno a este tópico argumental del cine peruano solo por el hecho de elegir perspectivas más clásicas para narrar una historia -es más, se trata de films que buscan contar una historia desde esa transparencia, y que no se hicieron para pensar para qué sirven las imágenes. En cambio, aunque escasos, van apareciendo films desde la otra orilla, que utilizan el lenguaje audiovisual para explorar la interioridad de unos personajes, desde elementos que permiten al espectador hilvanar nuevos sentidos.

Diógenes comparte con La teta asustada, su más cercano antecedente, la necesidad de la construcción de una poética para transmitir los ecos o consecuencias de las acciones del pasado, en este caso, desde los rezagos del conflicto armando interno. Y su cineasta, Leonardo Barbuy, elige un territorio de la duermevela, como si el fantasma de Comala de Juan Rulfo pudiera posarse por los campos y montañas ayacuchanas post conflicto. Y esta sensación de estar en medio de una alucinación encuentra respuestas en una puesta en escena que elige unos códigos claros: el uso de tilt up y tilt down (movimientos de cámara verticales, hacia arriba o hacia abajo), travellings circulares o una serie de planos fijos que apuestan por un tipo de montaje interno, basado en una cuidada composición, amparados en un tenso blanco y negro desde la labor de Mateo Guzmán y Musuk Nolte. Así, Barbuy construye un mundo particular fruto de una sensibilidad también particular.

Si bien el film se llama Diógenes, toda la obra está atravesada por la mirada de una adolescente, Sabina (Gisela Yupa), quien vive junto a su padre (Jorge Pomacanchari), un artesano de tablas de Sarhua (Pinturas sobre tablas de madera que funcionan como relatos de diversos hechos de la vida real a modo de crónicas), y su hermano pequeño Santiago (Cleiner Yupa). Hay una tensión entre padre e hija, ya que la joven quiere ayudar a su progenitor en la tarea de ir a vender las tablas al pueblo, y con ello conocer otros lugares que hasta ese momento han sido vedados. Por otro lado, desde algunos detalles, Barbuy va construyendo la figura de su protagonista masculino, un hombre atormentado, en crisis, que funciona a la vez como antagonista de Sabina, el otro personaje que poco a poco es asumido desde la centralidad del tramado argumental. A partir de algunas ensoñaciones, sabemos que Diógenes ha perdido a su esposa debido a un ataque de un grupo terrorista, y que hay algo más que impide que él y su familia vivan en la comunidad. Así, Diógenes, Sabina y Santiago son unos desarraigados, quienes deben vivir fuera de manera permanente.

Esta idea de la expulsión o autoexclusión del pueblo, de vivir lejos del mundo “real”, es construida por Barbuy como si fuera un limbo. Y esta periferia adquiere una dimensión religiosa, a modo de purgatorio o espacio de fluctuación entre el mundo de los vivos y muertos. Como si el horror del conflicto armado interno quedara por siempre en una frontera y, para ello, el cineasta también alude a la idea de un tiempo circular, y que se materializa en diversos momentos de la puesta en escena, como la muerte del padre, el ritual del entierro o los sueños de un pasado tranquilo o bucólico cerca a un río.

Hay algunos símbolos en el film que establecen algunas relaciones entre el nombre del protagonista y el famoso filósofo griego de Sinope, Diógenes el perro, o Diógenes el cínico (el opening del film alude a que los hermanos incineran los restos de un animal). Sin embargo, esta vinculación es apenas una aproximación a todo lo que este personaje expresa desde sus silencios y desde la irrupción de los recuerdos, que hablan de la pérdida, del dolor, no desde la rabia o la duda existencial, sino desde un devenir al cual no hay que hacerle frente.

Diógenes es una obra que reflexiona sobre las consecuencias del post conflicto, sobre los tiempos después del trauma, y sería un atrevimiento reducirla a un apartado meramente psicológico. Barbuy diseña un entorno cerrado sobre lo irrecuperable, aquello que persiste pero a modo de inmolación, de duelo silencioso, de dilema existencial, desde la dimensión espacial asociada a una búsqueda interior o espiritual. Diógenes como el remordimiento, la inacción o la imposibilidad del perdón, mientras su hija encarna el total desconocimiento, la ausencia del trauma y la tragedia, por eso, ella y su hermano son los únicos que pueden aplicar una sanación, la posibilidad del retorno o inserción en el mundo real. Y en este sentido, Diógenes se inserta también en los debates usuales sobre la memoria, el perdón y la reconciliación, pero como terrenos permeables, cambiantes, donde quizás la inocencia (o la ignorancia) puede ser salida ante el horror. Por esto y otros atributos en su tratamiento, en la búsqueda de un estilo, cuidada puesta en escena y diseño sonoro, y construcción sensible de un mundo autónomo, Diógenes es una importante ópera prima dentro del panorama del cine peruano reciente. Nuevos aires para el cine peruano.

Dirección: Leonardo Barbuy La Torre
Guion: Leonardo Barbuy La Torre
Música: Leonardo Barbuy La Torre
Fotografía: Mateo Guzmán, Musuk Nolte
Reparto: Jorge Pomacanchari, Cleiner Yupa, Gisela Yupa
Productora: Illari Orccotoma
Perú, Francia, Colombia, 2023, 80 min