
Por Pablo Gamba
Los cortometrajes reunidos en el programa Habitando la Barbarie del festival Dobra del tienen en común la referencia a la relación centro-periferia en el espacio urbano y a lo que escribió Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia sobre una realidad que le es correlativa: “No hay un documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”. La circunstancias particulares de 2020 también desplazaron al festival a otra periferia: la que ha seguido siendo Internet con referencia al prestigio cultural de las salas de cine.
El trabajo irónico en el registro de la marginalidad “bárbara” con teléfonos celulares es el aspecto clave del mejor de los seis cortometrajes que reúne el programa: Ameno (Brasil, 2020), de Baixada Cine, productora ubicada en Belford Roxo, una ciudad de los alrededores de Río de Janeiro. El bajo índice de desarrollo humano y la mala calidad de los servicios públicos son tan característicos de esa localidad que figuran en la descripción de la Wikipedia.
La ironía consiste en la distancia que establecen los grandes planos generales hechos un aparato cuyo uso emblemático es el primer plano de la selfie y que resulta idóneo, también, para grabarse en la intimidad. La distancia se justifica dramáticamente por el regreso a Belford Roxo del personaje cuya voz se escucha en over y que habla en inglés para remarcar, irónicamente también, la perspectiva de quien era de allí, pero, supuestamente, ha dejado de serlo.
Esa perspectiva es lo inquietante que tiene el corto, porque no es la lejanía de quien observa la marginalidad desde la supuesta seguridad de otros espacios urbanos ni la mirada es tampoco la de quien hace “turismo en el infierno”. La digitalidad de las imágenes, además, hace patente la presencia del que estuvo allí y las captó con un instrumento que se suele llevar a todas partes –el teléfono– por lo que el espacio “intermedio” se percibe también en un sentido existencial, del que ha sido y es, y no puede dejar de ser, parte de la periferia, aunque las circunstancias de la vida lo hayan alejado de ella. Todo esto le da al corto una densidad sutil que al final mueve al gesto explícito y visceral.

Podría decirse que la mirada de Bounty (Irlanda, 2020), de Juana Robles, es exactamente la opuesta a la de Ameno. La cineasta experimental española recurre al Super 8 y al HD para hacer un registro de situaciones que envuelven a la juventud outsider de Berna, en Suiza, país en el que trabaja en un festival de cine underground. Son imágenes de fiestas del fin del verano, de skaters y de grafiti, materia usual de registro con celulares, en las que el fílmico capta otras texturas y colores, una experiencia sensorial diferente.
La clave aquí es el disfrute intenso de la vida en ambientes que también forman parte de la bárbara periferia de las ciudades –versión europea en este caso–. Del eje del espacio se pasa en Bounty al del tiempo, capturado “para siempre” en el soporte fílmico que no puede ser borrado como el electrónico, lo que también es un anhelo expresado en lo que se lee, al final, en la remera de una chica: “Demasiado corto” (too short). El tiempo es demasiado breve.
En Invisible (Estados Unidos, 2020), Livia Sá recurre al mismo soporte como parte de una búsqueda en la que no predomina lo sensorial sino la verdad documental. La artista brasileña, que vive en Nueva York, explora la ciudad en plena epidemia del coronavirus para hacer visible del trabajo que no puede detener ninguna cuarentena porque es vital para la sociedad, pero también porque, irónicamente, no permite ir más allá del día a día de la supervivencia. Es el que hacen los inmigrantes indocumentados de diversas nacionalidades.
El uso del blanco y negro establece aquí el extrañamiento de una realidad que muchos no perciben, o no quieren hacerlo, porque se pierde en los márgenes de la vida cotidiana. La pobreza y la desprotección frente a la enfermedad devienen, de este modo, “naturaleza” para la mayoría. Tanto es así que conduce al film hacia la paradoja de tener que reiterar la identificación de sus personajes sobre la base de las referencias abstractas a ellos en los medios de comunicación, que son otra forma de hacer invisible la realidad concreta.
No por eso deja de cuestionar este corto un supuesto esencial para el establishment, y es que el espacio se distribuye de forma tal que en la periferia se ubica la barbarie correlativa a la civilización aparente del centro de toda ciudad. Error: en crisis sociales vertiginosas como la actual, la miseria se desborda e invade los lugares donde supone tener confortable asiento la “clase media”, lo que desnuda la falacia tranquilizadora de la separación.

La aspiración a captar el presente, por razones sociales, e incluso el instante, por motivos existenciales, hace que estas obras dejen de lado otra dimensión de los problemas y situaciones que registran: el tiempo histórico. La relación de la barbarie presente en el espacio habitado y la historia marca, en cambio, Río submerso (Río sumergido, Brasil, 2019), un corto documental de Beatriz Leonardo, Ivan Ignacio, Lucas Bártolo y Luis Fellipe, hecho a partir de fotografías y grabaciones sonoras, principalmente, y que ahonda en la problemática relación de una ciudad de emblemática playa y de sol, Río de Janeiro, con las aguas que pueden caer también del cielo, como tempestad.
La clave del tema civilización-barbarie es aquí el intento frustrado de construir una ciudad con la placidez que reclama el turismo, y la estabilidad que exigen el comercio y el papel que tuvo en el pasado como única capital de un imperio europeo –el portugués– ubicada fuera de Europa. Para ello hay que tratar de domesticar bárbaramente a la naturaleza del oleaje y los torrentes que barren todo lo que encuentran a su paso hasta morir en las calles e inundarlas. A ese intento fallido de colosal dimensión se le ha dado el nombre de “progreso”.
El programa Habitando la Barbarie incluye dos piezas más, pero no parecen tener el mismo nivel de estas otras cuatro. Una es Hello, Beauty, de Nikki Milan Houston (Estados Unidos, 2020), en la que el registro nocturno de las calles de Los Ángeles, vacías por la pandemia, hecho en fílmico desde un auto, se confronta con planos al aire libre que evocan el trillado mito de América. La otra, Neurovia Trem System (Brasil, 2019), que las notas presentan como una reflexión sobre cómo el sistema ferroviario es un arma para marginalizar a la población periférica, se diluye en una abstracción formalista que incluye una musicalización demasiado cercana al videoclip.
Pero esto no significa que los cuatro cortos comentados no planteen dificultades. Una es la que se desprende de su inclusión en la programación de una institución emblemática de esa “civilización” cuyo correlato inevitable es la barbarie, según Benjamin: el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
La paradoja de la asimilación de lo cuestionador como “arte cívico” en las instituciones de la democracia se percibe claramente en el gesto de insulto a la municipalidad en Ameno, seguido del plano que realza el detalle del corazón, símbolo de Belford Roxo. Es algo que recuerda los malos modales del cinema marginal brasileño de finales de los años sesenta, pero ya desprovisto de toda capacidad de desestabilizar las costumbres civilizadas que deben prevalecer –y prevalecen– en las instituciones que promueven la cultura. Se añade a esto una integración de los videos a la página del festival que es tan linda como impráctica para los lugares de mala conexión a Internet, como las periferias.
Habitando la barbarie
Neurovia Trem System
Dirección, producción, montaje y música: Luiz Henrique Aveiro Lins Passos
Fotografía: Milena Figueiredo Abrão
Sonido: Arthur Ribeiro Alves de Lima, Luiz Henrique Aveiro Lins Passos
Brasil, 2019, 10 min.
Ameno
Realización: Baixada Cine
Dirección: Artur Fortes, Sandro García
Producción, montaje y sonido: Sandro García
Fotografía: Artur Fortes, Sandro García, Luiz Silfer
Música: Sergio-Salles-Oigers
Brasil, 2020, 14 min.
Bounty
Realización: Juana Robles
Suiza-Irlanda, 2020, 9 min.
Hello, Beauty
Dirección, producción, montaje y sonido: Nikki Milan Houston
Fotografía: Andrea Calvetti
Estados Unidos, 2020, 6 min.
Rio submerso
Dirección y producción: Beatriz Leonardo, Ivan Ignacio, Lucas Bártolo, Luis Fellipe
Animación, montaje y sonido: Ivan Ignacio
Música: Massimo Ruberti, Building and Mountains
Brasil, 2019, 6 min.
Invisible
Realización: Livia Sá
Estados Unidos, 2020, 7 min.