DOC BUENOS AIRES 2018: ALMAS MUERTAS DE WANG BING

DOC BUENOS AIRES 2018: ALMAS MUERTAS DE WANG BING

Por Pablo Gamba

Almas muertas, que compitió por el premio al mejor documental en el Festival de Cannes este año, es una película en la que Wang Bing vuelve a demostrar el poder que le dan las tecnologías ligeras del cine digital, a un cineasta con el talento que él tiene, de hacer una obra monumental de ocho horas sobre la memoria de uno de los momentos más oscuros de la historia de su país, China, trabajando prácticamente solo, durante 12 años, con mínimo presupuesto.

El film consta principalmente de encuentros con algunos de los que eran sobrevivientes de la persecución de “derechistas” que comenzó en 1957, luego de la apertura a la crítica en el Partido Comunista convocada un año antes por Mao Tse Tung con la frase “que cien flores florezcan, que cien escuelas de pensamiento luchen entre sí”. Fueron, además, los años del Gran Salto Adelante, fantasioso proyecto de desarrollo industrial que resultó un desastre. Afectó en particular la producción agrícola, y causó hambruna en el país.

Pero Wang no hace documentales didácticos que expliquen la historia de la República Popular. Lo que le interesa es el rescate de la memoria de lo que sucedió en los campos de “reeducación” a los que fueron llevados, como prisioneros, miles de exfuncionarios y exintegrantes de la administración y del ejército nacionalista derrotado por Mao, así como también muchos de aquellos comunistas que se tomaron en serio el llamado a la crítica. Finalmente la persecución se convirtió en delirio paranoico estadístico: a Mao se le ocurrió que 5% de la población era derechista, y había que cumplir con la cuota, aunque los “enemigos” fueran muchos menos, o acaso muchos más, en ciertos lugares.

El título no parece tener nada que ver con la novela de Nikolai Gogol. Viene de que los personajes eran gente de edad avanzada cuando el cineasta conversó con ellos, y muchos murieron en el transcurso del rodaje. Wang registra incluso el fallecimiento de la viuda de uno de los presos políticos, en una escena que recuerda a Sra Fang (2017), ganadora del Leopardo de Oro en Locarno. Con otro personaje conversó en el que será pronto su lecho de muerte, y grabó un entierro en el que el hijo le hace un desgarrador homenaje a su padre muerto.

El cineasta pone de relieve así como está desapareciendo el recuerdo de un pasado silenciado oficialmente y del que no se habla en el país. Con el mismo fin viaja a los lugares donde funcionaron los campos y prácticamente no quedan restos de ellos. Si los nazis construyeron una estructura industrial para llevar a cabo su genocidio, parte de la cual se conserva como testimonio de sus crímenes, el comunismo comenzaba a demostrar allí la capacidad de retorno a la Edad de Piedra que culminaría en Camboya, con el régimen del Jemer Rojo.

Wang escucha a gente que vive en ese lugar y lo recorre, grabando en subjetiva. Se detiene una y otra vez para hacer un movimiento con la cámara y encuadrar los huesos humanos esparcidos por el suelo. Al filmar así se pone a sí mismo como testigo, sin agregar elemento alguno que convenza al espectador de que sea auténtico lo que le muestra. Y, a decir verdad, bien podría parecer una puesta en escena, por la cantidad, disposición y características de los restos.

Lo mismo ocurre con lo que le cuentan. Los inesperados fundidos cortos a negro le recuerdan continuamente al espectador que son conversaciones grabadas y editadas por un cineasta, en cada una de las cuales alguien dice su verdad. El relato de un cristiano evangélico, por ejemplo, comienza con un mensaje profético que dice haber recibido, lo cual hace dudoso que las cosas hayan ocurrido realmente como dice. Sin embargo, pone de relieve la fortaleza que conserva su fe, a pesar del tiempo que pasó en “reeducación” comunista. También es significativo que él y otros entrevistados se pongan de pie en medio de la conversación y lleven a la cámara a dejar su posición estática para reencuadrarlos. Son personas que han tenido que esperar hasta el final de su vida para que alguien les dé la oportunidad de hablar y dejar su testimonio de lo que vivieron, y por eso lo hacen con vitalidad, incluso cuando esperan la muerte.

Las grabaciones también son reveladoras por lo que respecta a la presencia silenciosa, junto a algunos, de las esposas que tuvieron que soportar los rigores de tener al marido preso, y a las cuales ellos deben su vida. Wang procura encuadrarlos de manera que los dos estén juntos en el plano. Solo hay dos mujeres que hablan, una de ellas viuda, lo cual es también revelador de una relación desigual entre los sexos en China, desde los años cincuenta hasta hoy.

Pero no todos tuvieron la suerte de que la pareja permaneciera junto a ellos, a pesar de la persecución. Es el caso de un hombre entregado a la bebida, al que Wang sigue filmando al salir de la casa, cuando se aleja caminando por la vereda, en un plano que hace sentir toda su soledad y desamparo. En otros las huellas de la persecución son diferentes. Es el caso de la risa cínica del que cuenta cómo, luego de salir en libertad, trataron de recoger algunos huesos para poder sepultarlos como se debe, y anduvieron de un lado para el otro con ellos en una bolsa de plástico, porque las autoridades locales les negaban reiteradamente el derecho a enterrarlos y a colocar una placa conmemorativa. Lo que más asombra, sin embargo, es que muchos sigan asegurando que son comunistas convencidos, incluso los que también se definen como cristianos.

El tiempo del cine encierra una paradoja: siempre está implícito que las imágenes son de acciones, personajes y situaciones que estuvieron en el pasado frente a la cámara, pero se manifiestan ante el espectador como en presente. Cuando se filma a la manera de la televisión, como lo hace el cine directo, o cuando lo reconocible como imagen de video o digital también induce a una confusión con lo transmitido en vivo, la impresión de inmediatez puede ser mayor, pero no deja de estar en tensión con la conciencia de que todo ya pasó.

Lo crucial de una película como Almas muertas es la manera como Wang Bing se sitúa en el filo de esa paradoja, para dar la impresión de que estas personas, en su mayoría muertas y todas ellas olvidadas, vuelven junto con su pasado al presente, como si fueran espíritus invocados mediante un conjuro de los micrófonos y de las pequeñas cámaras digitales. La imagen precaria, siempre parpadeando, además, entre inesperados instantes en negro, subraya la fragilidad de esta magia, que por eso mismo exige al espectador que asuma su responsabilidad de prestarles toda la cuidadosa atención que exigen las ánimas mientras dura su regreso del más allá. También a ser consecuente con el derecho del pasado a recamar al presente la búsqueda de la verdad sobre las cosas que aún no están resueltas, y que siguen perturbando a los muertos y a los vivos.

Sección: A Cierta Distancia. Lo Real en el Mundo
Dirección y guion: Wang Bing
Fotografía: Wang Bing, Shan Xiaohui, Song Yang
Montaje: Catherine Rascon
Sonido: Wang Bing, Raphaël Girardot, Adrien Kessler
Francia-Suiza, 2018