Por Pablo Gamba
Frederick Wiseman, quien tiene 83 años de edad, es parte de la historia como una de las figuras más importantes del documental observacional, aunque con una mirada que no es como la de una “mosca en la pared” indiferente, sino comprometida con la visibilización de los problemas sociales y las injusticias. También es el cineasta de la relación del ciudadano con las instituciones, en la sociedad democrática estadounidense. El Doc Buenos Aires le hace homenaje este año con la presentación de la que cuando se hizo la selección era su más reciente película, Ex Libris –el 4 de septiembre se estrenó Monrovia, Indiana en el Festival de Venecia y luego estuvo en Toronto–. La acompaña en el programa su ópera prima, Titicut Follies (1967), que fue censurada en su país.
En Ex Libris Wiseman vuelve a mostrar su sutil maestría para hacer visibles algunos aspectos controversiales del funcionamiento de la institución de la que se ocupa: el sistema de bibliotecas públicas de la ciudad de Nueva York. Se trata, por ejemplo, de las diferencias que se perciben entre los que integran las instancias directivas, o los que asisten a una cena de donantes, en su mayoría personas de piel blanca, y los afrodescendientes y gente con algún tipo de discapacidad cuyo número va aumentando a medida que se baja de esas alturas hasta llegar a la trastienda del servicio: los obreros que trabajan en el sistema de préstamo circulante, que funciona como una fábrica de alta tecnología.
Los afrodescendientes también tienen una presencia que se destaca entre los que hacen uso de los servicios de perfil social de la institución en la película, así como entre los participantes de las actividades culturales que organiza la biblioteca, en especial las discusiones. Una vez más Wiseman pone de relieve así la importancia que tiene el sistema de beneficios y compensaciones del Estado para aquellos que históricamente han sido y son discriminados, aunque los enemigos de la justicia los acusen de ser dependientes de la beneficencia.
La mirada del film a la Biblioteca de Nueva York es totalmente opuesta a la del hospital psiquiátrico para delincuentes de Titicut Follies. Lo que Frederick Wiseman hace aquí es el elogio de una institución dedicada a facilitar el acceso a la cultura. Lo hace con explícita referencia al oscurantismo que avanza en Estados Unidos y en el resto del mundo, con el peso político cada vez mayor del fundamentalismo religioso, entre otras razones, o con el avance de líderes y partidos abiertamente fascistas o estalinistas. Es un film contra los intentos de expulsar de la sociedad las ideas liberales y a quienes no se consideran aptos para ser parte de la democracia, como los pobres o las personas con características que las hacen ser vistas como ignorantes, inferiores o enemigas.
El radicalismo de esta posición lleva incluso a Wiseman a valerse de una de las actividades divulgativas que filma para definir así los bandos en pugna: por una parte, los que consideran que la sociedad libre no puede existir sino excluyendo de la democracia a quienes pueden causar conflictos, si son ciudadanos, lo cual era defendido por los partidarios de la esclavitud; por otro los que sostienen que sí puede haber democracia para todos por igual, en lo que coinciden Abraham Lincoln y Karl Marx, aunque con ideas diferentes sobre la sociedad y la libertad.
Los ideales que guían a la institución tienen que confrontarse continuamente, sin embargo, con las situaciones en las que se toman las decisiones, en un entorno cambiante. Se ve en las escenas dedicadas a las reuniones de la dirección.
En un mundo actual que se parece cada vez más al de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial, hay que resaltar el retorno en esta película del espíritu que animaba al documentalismo británico de esa época. El movimiento liderado por John Grierson hizo para organismos del Estado filmes sobre las instituciones públicas que, al funcionar eficientemente, hacen que la vida no sea un infierno y la gente pueda pensar en otra cosa que en la supervivencia. Luego sobre la vida cotidiana en democracia, como parte esencial de la identidad de un pueblo que resistía heroicamente el bombardeo nazi, noche tras noche.
Lamentablemente la historia sigue destacando más la obra de una fan de Adolf Hitler como Leni Riefenstahl o la de un defensor del Ku Klux Klan como D. W. Griffith, y suele pasar por alto que los grandiosos filmes de Eisenstein en los años veinte eran propaganda de una dictadura. En cambio, subvalora las que en su tiempo eran las mejores películas socialistas, aunque hubieran sido hechas para un gobierno del Partido Conservador, como bromeaba Grierson en el pub.
Foco: Frederick Wiseman
Dirección, sonido y montaje: Frederick Wiseman
Producción: Frederick Wiseman, Karen Konicek
Fotografía: John Davey
Estados Unidos, 2017