Por Pablo Gamba
Qué será del verano, el segundo largometraje dirigido por Ignacio Ceroi, llegó a la Documenta Madrid después de ganar el premio a la mejor película argentina en el Bafici, en Buenos Aires, y de haber sido estrenado antes en el Forum de la Berlinale.
La ópera prima de Ceroi, Una aventura simple (2017), estuvo también en el Bafici. No llegó a tener la trascendencia que ha alcanzado Qué será del verano, pero llevó a que la crítica clasificara al realizador en esa vertiente fabulizante que abrió Mariano Llinás con la ya lejana Historias extraordinarias (2008), como un giro radical, entonces, frente al minimalismo característico del hoy viejo nuevo cine argentino.
Lo “llinesco” consiste, en su más reciente película, en una historia con giros que la llevan de Argentina a Francia, y de allí a África, a una guerra de secesión en Camerún, pero también a Portugal, en Europa. Asimismo, el relato va de una voz narradora a otra que se expresa en cartas enviadas por email, y de este diálogo a otro con las respectivas parejas, en una carta más y una parte filmada por la coguionista.
Ceroi lleva así la fábula al terreno de la hibridez documental-ficción, y también de otras polifonías, haciendo uso, para ello, del recurso del material encontrado. Pero hay que poner de relieve el juego de origen literario que plantea Qué será del verano y que, por eso mismo, se mueve del documental hacia el campo del fantástico del río de la plata, el terreno de Llinás. No es el tipo de hibridez que buscó Jafar Panahi en Taxi (2015), ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, por ejemplo.
El dispositivo que desestabiliza el relato autobiográfico trivial del narrador y abre la historia hacia las posibilidades insólitas de la aventura es fácil de reconocer. Pero, no por eso podría ser invisible la primera vez que se ve la película, como no se perciben generalmente los trucos del sombrero, la manga y los naipes de un buen mago. Simplemente, la imagen desconcertante puede aparecer de forma inesperada, sin conexión aparente con el relato anterior. Lo desestabiliza así hasta que la voz lo reconecta como un giro sorprendente de la misma historia. En estos casos, además, el material supuestamente encontrado tiene una textura de baja resolución que lo distingue y que le otorga la verosimilitud que se atribuye a los videos de aficionados.
Aparece un jardín, y en él una parrilla sobre la cual va creciendo una llama hasta alcanzar una altura inquietante. Queda un rato así antes de la explicación de que forma parte de los materiales hallados en la memoria de una Handycam comprada en Ebay. La voz hace referencia al dueño anterior. Entra en cuadro entonces el que será identificado inicialmente como tal, Jean-Pierre, pero que después revelará su verdadero nombre, Charles. Acompañará con supuestos textos suyos, leídos por el cineasta narrador, el registro de su vida de pequeño empresario, junto a su mujer y sus perros, en la pequeña localidad de Montpellier, hasta que un día fue a la quiebra.
África entra entonces para desestabilizar ese relato trivial con un plano aéreo primero y después otro de chicos que juegan al fútbol, al que sigue la explicación del viaje a Camerún. Lo mismo la guerra: la rutina de Charles, contratado como chofer de la Embajada de Francia en ese país, se interrumpe con un plano de niños cantando una canción contra el colonialismo en inglés, no en el francés escuchado hasta entonces. Solo después se dirá que una región separatista, Ambazonia, es de mayoría anglófona.
Más adelante, hay momentos en los que el relato se atreve a jugar más descaradamente con lo disparatado, una vez supuesta la disposición del espectador a dejarse engañar. Uno es cuando recurre al pretexto de un chaleco de prensa abandonado en la embajada para incluir un registro de manifestaciones de protesta. Otro, cuando la voz domina a las imágenes y construye, con planos de unos jóvenes que cazan con escopetas en la jungla, el relato de la búsqueda de un guerrillero desaparecido en combate, hijo del interés romántico de Charles en Camerún.
Lo verdaderamente problemático de este film podría parecer, entonces, no la repetición del pretexto de la ficción para dar lugar a la imagen documental, que es una cuestión que señaló Roger Koza en una breve crítica de Qué será del verano, sino la identificación del argentino con la mirada del europeo en África. Es algo de lo que Ceroi trata de curarse en salud haciendo explícito el problema. Sin embargo, incurre en el supuesto universalista del paralelismo de las luchas de clases para establecer un contrapunto entre la guerra de Ambazonia y las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia, sin ahondar en el problema de una nación a la que la ONU le negó la opción de la independencia, y cae en la falacia de la transparencia del encuentro “humano” entre personas de culturas y experiencias sociales diferentes.
El problema, entonces, no es que el asombro no pueda abrir los ojos a la manera como lo fantástico es capaz de desestabilizar lo que se presenta como real y crear una experiencia más rica, siguiendo a Mariano Llinás. La cuestión es que también puede cerrar la perspectiva de aspectos a los que debe abrirse el documental con sobriedad.
Competición internacional
Dirección: Ignacio Ceroi
Guion: Ignacio Ceroi, Mariana Martinelli
Producción: Franco Bacchiani, María Victoria Marotta, Ignacio Ceroi, Jerónimo Quevedo, Cecilia Pisano
Fotografía: Charles Louvet, Mariana Martinelli, Ignacio Ceroi
Montaje: Hernán Roselli, Ignacio Ceroi
Sonido: Hernán Biasotti
Argentina, 2021, 86 min.