Por Julián Cortés Torres
El cine fue quizá uno de los espacios que se vio más afectado por la crisis del coronavirus. Para sobrevivir, algunos exhibidores y distribuidores quisieron recrear la experiencia del cine de una forma segura: hubo algunos que proyectaron, en barrios puntuales y con pantallas especiales, películas que las personas pudiesen ver desde sus ventanas o balcones; otros quisieron revivir los días olvidados del autocine, pues de esta forma se puede tener una experiencia colectiva similar a la que se tiene en una sala de cine, a la vez que se conservan medidas de seguridad e higiene adecuadas para evitar el contagio; por último, están aquellos que quisieron migrar temporalmente hacia formatos digitales mientras todo se normaliza nuevamente.
A parte del cine en los balcones, creo que estas estrategias han funcionado muy bien. Por un lado, los autocines han generado un interés por parte de diversos espectadores, pero no sé si realmente puedan remplazar la experiencia de la sala de cine. Y por otro lado, los espacios que se han expandido al mundo digital (que son sobre todo festivales y cinematecas), han tenido igualmente una buena acogida. Si estos espacios han funcionado bien, ¿significa entonces que no hacen falta las salas?
Festivales y exhibidores más pequeños, que no tienen el poder simbólico de Cannes para consagrar sus películas, tuvieron que readaptarse de otras formas. Por mi parte, he podido “asistir”, y lo digo “asistir” entre comillas, a varios festivales de cine colombianos como el Bogotá International Film Festival (Biff), Festival de Cine Independiente de Bogotá (IndieBo), Muestra Internacional Documental de Bogotá (Midbo) y el Festival de Cine de Cali. Curiosamente tuve tiempo y disposición para ver muchas de sus películas. Aunque esta experiencia se contrasta con el festival (presencial en el que se hacen filas, se espera más, se ve la película con un público y sobre todo hay una posibilidad de comentar la película inmediatamente) me emociona poder encontrar estos espacios donde se valora el cine y se valoran las películas más allá de Netflix y los grandes canales de streaming. Ese esfuerzo que hacen los festivales por buscar, encontrar y compartir nuevas miradas en el cine se reforzó claramente durante la pandemia. Los festivales van más allá de su espacio físico, hay toda una intención en la curaduría, en las charlas y en la programación (tanto presencial como digital) que insiste en darle significado al cine. Al menos para mí funcionó. Pero, ¿significa esto que no hace falta la presencialidad? ¿Significa que estas películas pueden sobrevivir en digital y que las salas no hacen falta?
Poco a poco las salas vuelven a abrir. Hay medidas de distanciamiento y seguridad y sin embargo sigue siendo arriesgado asistir. Existen los autocines, está bien, y quizá ahí se comparta la experiencia colectiva: emocionarse por cierta escena, encariñarse con un personaje, llorar con alguien más, en fin, algo como compartir como publico una mirada conjunta. Y aunque más atrás dije que lo virtual me impedía charlar y compartir la experiencia de una película en cuanto salía de la sala creo que lo que más extraño del cine es otra cosa aparte de la experiencia colectiva. Creo que tiene que ver más con la forma en que se ve una película en un cine, que es distinta para todos. Estoy seguro que varias películas que vi en cine significaron mucho por el lugar donde las vi. Hay películas que me marcaron que vi en mi casa o en mi cuarto, pero estoy seguro que la experiencia en la sala de cine brinda mucho más. Ese espacio para desconectarse, esa idea de querer salir para entrar a otro lugar, un lugar distinto, de sentimientos y experiencias distintas.