Por Melissa Mira Sánchez
La complicidad y el deseo encuentran su lugar incluso en las condiciones más hostiles, donde los vínculos se convierten en una forma de resistir, no sólo a un contexto de marginalidad latente, sino a los prejuicios y paradigmas socialmente impuestos.
Iris (Sofía Cabrera), una joven que habita un barrio periférico de la ciudad de Corrientes, en Argentina, alterna la práctica de tiros de baloncesto con las tardes de ocio con sus primos Ale (Luis Molina) y Darío (Mauricio Vila); fue expulsada de la escuela y, sin más responsabilidades, seguimos su devenir en un escenario que parece estar al acecho constante. Renata (Ana Carolina García), una chica que despierta habladurías entre los residentes del barrio, llama la atención de Iris, quien contrariando los consejos y rumores termina acercándose a ella.
En medio de la convivencia diaria en espacios muy reducidos, donde los límites de la intimidad se desdibujan, estos jóvenes atraviesan el despertar sexual y los altibajos de la adolescencia, que ponen de manifiesto sus inquietudes identitarias y las preguntas frente al amor, las relaciones y las formas de habitar el mundo socialmente aceptadas. La sola existencia de estos personajes, deliberadamente queer, sienta una posición política y contestataria en un barrio cuya heteronormatividad se hace evidente desde las relaciones que se establecen entre los chicos, de violencia y dominación, hasta los comentarios sentenciosos de los adultos y las paredes que aparecen pintadas con mensajes bíblicos. Sin embargo, el escenario esbozado aparece como un subtexto que está normalizado para los protagonistas, y que, lejos de limitarlos, los acoge.
A lo largo de Las mil y una (2020), Iris encuentra en Renata una forma de desafiar los prejuicios que recaen sobre la disidencia, y se redescubre a sí misma en la alteridad, un ejercicio que la directora Clarisa Navas consigue retratar con el plano secuencia como recurso narrativo, que funciona como una cámara que atestigua los hechos y que busca dar un aspecto de espontaneidad a sus movimientos, procurando no perder de vista a sus personajes. Esta cámara evidencia una alta conciencia de la puesta en escena, premeditando las acciones y encuentros que van elaborando la cadena causal.
El barrio, que es a su vez escenario y personaje, se ve caracterizado por la acumulación de objetos en los interiores de las casas y por los exteriores en decadencia, creando una sensación de sofoco en el primer caso, donde el incesante ruido de discusiones en fuera de cuadro acompaña la cotidianidad y crea conversaciones que se sobreponen entre sí. En los escenarios exteriores, impera una libertad imprecisa, donde, si bien el espacio no es un limitante, la protagonista se presenta insegura ante la mirada externa de sus conciudadanos.
Y es que Las mil y una podría leerse como una película de contrastes. Por un lado, están las protagonistas: Iris, con su aire recatado y de inocencia, y Renata, desinhibida y con un carácter más fuerte y seguro. Por el otro, el tratamiento de la historia, que si bien se desarrolla en un ambiente que podría considerarse opresivo, tiene la sensibilidad para detenerse en esa deriva que atraviesan sus personajes sin caer en su victimización, dejando además un espacio a guiños cómicos y dándole un valor al silencio como recurso expresivo que pone un alto a la estridencia del entorno y que prescinde de la música extradiegética.
Las mil y una propone, entonces, una reflexión alrededor de los vínculos de amistad y amor no normativos, y de las dinámicas sociales de aceptación de la diferencia, tanto en el entorno familiar, donde hay un juego entre la comprensión y el establecimiento de límites, como en una escala más amplia en la que prevalecen los convencionalismos. Finalmente, el filme consigue dar cuenta de un contexto muy específico que, sin embargo, tiene una amplia resonancia como reflejo de realidades que caracterizan a gran parte de Latinoamérica.
Competencia internacional en el Festival de Cali
Guion y dirección: Clarisa Navas
Fotografía: Armin Marchesini Weihmuller
Edición: Florencia Gomez Garcia
Música: Claudio Juarez, Desdel Barro
Diseño de sonido y sonido: Mercedes Gaviria Jaramillo
Diseño de producción: Lucas Koziarski
Vestuario: Clarisa Leiva
Maquillaje: Anouk Clemenceau
Asistente de dirección: Lucas Olivares
Casting: Ana Carolina García, Lucas Olivares, Clarisa Navas
Productores: Diego Dubcovsky, Lucia Chavarri
Argentina, Alemania, 2020, 120 min