Por Mónica Delgado
Desde hace algún tiempo, las redes sociales y los colectivos feministas vienen haciendo un tipo de justicia en nombre de la víctima de violación del cineasta polaco Roman Polanski. Pasó en 2002, con la Palma de Oro en Cannes a El Pianista, y con el cuestionamiento al Oscar a mejor película extranjera unos meses después. Y volvió a pasar el año pasado, con el gran premio del jurado en el festival de Venecia (un Oso de Plata), donde Lucrecia Martel fue presidenta, y este año, con las nominaciones y premiaciones en el César a El oficial y el espía (J’accuse, Francia, 2019), como mejor dirección y mejor guion. ¿Se merecía el film tantas reverencias? ¿Por qué estas nominaciones a Polanski, o la presencia de sus films en tanto festival, hacen ver que el mundo del cine es cada vez más pequeño? ¿No hay otros films u otros cineastas?
Después de ver El oficial y el espía, me queda un par de certezas, sobre el film en sí, y sobre el contexto en que es protegido un cineasta a partir de su obra: El film no es tan bueno como se afirma, al menos una maravilla, no es; y que mantener vivo el nombre de Polanski (más aún si pensamos la cantidad de películas que hay al año para nominar o premiar) tiene un fin de carácter político, relacionado a esa resistencia de la comunidad patriarcal en la industria del cine, que ve peligrar sus espacios de poder. Veamos.
Sobre el film. Desde sus primeros minutos, El oficial y el espía se muestra como un relato desde el punto de vista del oficial Georges Picquart (encarnado por Jean Dujardin), quien se vuelve en la persona que devuelve la inocencia a Alfred Dreyfus (Louis Garrel), protagonista del famoso caso que conmovió al mundo (pero que según el film, muy poco al corazón sensible de Francia).
Desde las primera secuencias de El oficial y el espía, Polanski recobra, desde la impecable fotografía del polaco Pawel Edelman (usual colaborador de los films del cineasta y de Andrzej Wajda), un imaginario visual de este caso. Los planos evocan casi de modo literal las ilustraciones de los diarios de la época, a tal punto que la escena de la degradación remite a un diseño de Henry Meyer, hecho en enero de 1895, así como a otras portadas del suplemento Le Petit Journal (las escenas del juicio por ejemplo, tal cual). Esta fascinación por obtener una fidelidad pictórica con el espíritu de la representación de la época intenta ratificar -junto al respeto a la investigación real- que lo que vemos, ante todo, es un film de reconstrucción histórica.
Como todo film que se propone como una apuesta por reconstruir un hecho real, aquí muy documentado y desde los elementos del thriller, Polanski busca establecer un nexo con el presente, en una forma de pensarlo y confrontarlo. ¿Por qué le parece que es necesario un film sobre la probidad de inocencia, el lucha contra el antisemitismo y sobre la justicia, ante todo? Ya en una entrevista que aparece en el pressbook, Polanski indica que se interesó por el film ya que “La historia de un hombre acusado injustamente siempre es fascinante, pero además es un tema muy actual si tenemos en cuenta el recrudecimiento del antisemitismo”. Sí, ese es el gran tema del film, y por el cual probablemente haya recibido premios, más allá de la forma que propone. Por otro lado, afirma que El oficial y el espía es muy actual, ya que en la vida real podemos encontrar elementos similares: “Tenemos todos los ingredientes para que suceda: acusaciones falsas, procedimientos judiciales pésimos, jueces corruptos y, sobre todo, “redes sociales” que condenan sin un juicio justo o sin derecho de apelación”.
En la escena de degradación de Dreyfus, la muchedumbre le grita “traidor”. Un colega le va quitando de modo violento, en esta ceremonia penal, insignias y condecoraciones del traje, mientras el supuesto culpable grita que es inocente. Imposible no asociar estos planos con lo que viene pasando el director en las redes y en el panorama de la industria del cine. Imposible no pensar en este Dreyfus como el Polanski “inocente” agobiado por acusaciones. “Reconozco que estoy familiarizado con muchos de los mecanismos del aparato de persecución que aparecen en la película, y es cierto que me han servido de inspiración”, dice en la entrevista del pressbook. Y esa inspiración por momentos se materializa en algunas escenas, como aquella en que una mujer de la masa grita que muera Emile Zolá mientras se queman decenas de ejemplares de Naná, tras la publicación del famoso Yo, acuso, en un diario.
Polanski plantea su film como un thriller donde su protagonista Picquart es el que va develando, poco a poco, las trabas de los mecanismos del Ejército francés y su debilidad o mediocridad de su servicio de contrainteligencia. Lo que el cineasta va mostrando es la corrupción y flaqueza de una institución pública, y también la estructura que patenta a raiz de prejuicios. Ante todo, Dreyfus es víctima de un sistema antisemita, más que de un pobre administración judicial. Y para probarlo, Polanski puebla la historia de personajes que son los típicos malos de las películas: coroneles, generales y oficiales, que se muestran odiosos y mezquinos desde el primer plano. Como si la historia dependiera de estos maniqueísmos, de los buenos que ayudan al héroe a ser salvado, y de los malos, que son los corruptos y los que pudren todo.
Luego de una hora que resulta fascinante, en el modo en que Picquart va emsamblando su defensa, en cómo se le muestra reuniendo las pruebas para devolver a Dreyfus a la vida en libertad, Polanski opta por un montaje demasiado apretado, empobrecido por las típicas escenas judiciales, de confrontación, que parecen extraídas de alguna miniserie de ambición televisiva, antes que de algún “film de autor”. Este montaje atropellado nos va llevando a un desenlace con demasiadas elipsis (y con escenas risibles, como la muerte del abogado), rompiendo el ritmo inicial ya asentado (o estilo implantando a lo largo del film), como si el cineasta hubiera tenido tardíamente la certeza de que en diez minutos podría contar todo lo que le faltaba. Un final didáctico, que empobrece la impresión total sobre el film. Una pena, porque la película tenía todos los elementos para lograr, por fin, ser la gran épica sobre este mentado caso, con elementos muy vigentes.
Si pensamos en todos los reconocimientos obtenidos a mejor dirección o mejor guion, pues, nada más forzado. El oficial y el espía confirma que Polanski hace mucho (al menos desde El Pianista, si no nos ponemos tan rigurosas) que se ha vuelto condescendiente con el ritmo e imposiciones de las grandes producciones, y quizás eso le haya hecho perder la identidad que en otros tiempos lo ubicó como un gran director.
El contexto. Martin Eden, Historia de un matrimonio o Ad Astra (aunque no me gusten estas dos) en sí resultan mejores films que los que obtuvieron reconocimiento en la edición 2019 del Festival de Cine de Venecia, donde Joker recibió inexplicablemente el León de Oro. Por un lado, pareciera que hubiera una necesidad de no dejar fuera a Polanski en los festivales y premios de academias, no sé si por reconocer como sea su larga carrera en el cine o porque se busca minimizar “simbólicamente” las acusaciones por abuso sexual en su contra, por mujeres que el cineasta dice no recordar. Hay una urgencia por afirmar que el mundo sigue como si nada, y que la obra debe ser reconocida más allá de las acciones del hombre que la creó. Perfecto, estamos de acuerdo en ese punto, pero El oficial y el espía no es ni siquiera una gran película (por las razones que expuse), como para que se defienda como una obra capital del año o de un certamen. Es decir, me preocupa esa fiebre del reconocimiento, que me parece exagerada, a todas luces.
Sí, considero que hay una defensa de Polanski más allá de sus films, y que tiene que ver en cómo los hombres de la industria del cine (francés, en este caso) están viendo mellados sus modos de hacer películas y de cómo las mujeres vienen respondiendo a eso en tiempos de empoderamiento. ¿En qué medida los premios a Polanski vienen aportando a mantener el status quo actual del cine? Por un lado, sostiene la defensa del cine como arte a valorar sin censuras y sin cacería de brujas, lo que es y sería sano, y por otro, el de pasar por agua tibia las voces y percepciones de las mujeres que trabajan en el audiovisual, que es lo más evidente.
¿Las películas de Polanski se siguen viendo sin trabas debido a los premios? ¿Qué pasaría si no se estrenaran sus películas sin esas menciones en Venecia o esos premios César? Los espectadores necesitan legitimidad o una validación de aquello que llega a carteleras, y esta defensa de los hombres de la misma industria es la prueba de que este tipo de estrategias siguen intactas, y válidas para seguir sosteniendo a los Polanski del futuro.