Estado Transitorio es el nuevo libro de Lorena Cancela, donde propone, a través de un lenguaje claro y un estilo directo, una lectura sobre el mapa líquido que establecen las tendencias y direcciones de la cinefilia alrededor del mundo, separando también una línea delgada entre los críticos y los espectadores. Lorena tuvo la gentileza compartir una sección de su libro para la presente edición de Desistfilm, y hoy la compartimos con ustedes
Por Lorena Cancela
PELÍCULAS Y CONSUMO
¿Cómo puede ser que una película se relacione con un modo de vida? Bürch, al definir el M.R.I dijo que utilizaba gradación de planos para mostrar el espacio donde va a transcurrir la acción, la figura de agonista y antagonista, y el final feliz. El español González Requena llamó a este desenlace clausura narrativa. Según el investigador, ésta trasciende la ficción misma, y coadyuva a concluir que “lo bueno” es el American Way of life.
Tomemos una película de unos años atrás: Dúplex. En primer lugar, está protagonizada por una pareja de estrellas que se destacan en el género de la comedia romántica: Ben Stiller y Drew Barrymore. Para hacerle conocer al espectador el lugar donde se desarrollará la acción, se muestran en la introducción, a través de distintos tipos de planos, los espacios de lo general a lo particular: La ciudad, el barrio, la casa. La pareja interpreta a un matrimonio joven recién llegado a un inmueble donde atraviesan (amenaza de un antagonista mediante) una serie de contratiempos. Estos, después de distintas situaciones desopilantes, incluso violentas, se resuelven en el desenlace. En esta película en particular el final se percibe un poco impuesto pues en el transcurso del relato los personajes se enfrentan a situaciones propias de una comedia negra.
En general, el espectador “olvida”, o le perdona al relato que el final feliz sea un tanto forzado porque, de alguna manera, le da tranquilidad que la película termine bien. Umberto Eco define a este efecto como consolatorio. Pero ¿y si empezamos a rememorar el film? Si comenzamos a preguntarnos: “Si, como le ocurre a la protagonista de la película, perdemos nuestro empleo: ¿encontraremos otro tan rápido?”, “Si nos mudamos: ¿podremos vender todas nuestras pertenencias como lo hacían los protagonistas de la película?”
Desde ya, en Sudamérica, las respuestas a esas preguntas serían muy variadas. Sin embargo, la manera en la que la película nos cuenta la historia busca que nos identifiquemos con el comportamiento de esos actores. ¿Qué es lo que tienen en común esta pareja de norteamericanos con una pareja de sudamericanos, o asiáticos, o africanos? Para el imaginario de Hollywood, que todas pueden consumir.
En Dúplex, como en muchas otras película, una de las acciones reiterativas de los personajes es la de comprar, o vender (la casa, los muebles), como si un matrimonio se constituyera como tal por estar inmerso dentro de la transacción comercial.
Este mismo abordaje lo observamos en otros films. En Hechizada (2005, Ephron) la primera acción que realiza la bruja Isabel (el personaje interpretado por Nicole Kidman) para transformarse en mortal es comprar una casa y un auto. A esa introducción le sigue otra escena donde la protagonista va a una tienda (perteneciente a una importante cadena de Estados Unidos) para seguir comprando, y, por si fuera poco, para efectivizar sus adquisiciones paga con una tarjeta de crédito (con marca incluida). Es decir, Isabel no se hace “mortal” porque aprende a cocinar, a limpiar una alfombra, o a descongelar una heladera (actividades de ama de casa) se hace terrenal porque puede comprar.
En El novio de mi madre (2006, Amy Heckerling) protagonizada por Michelle Pfeiffer madre e hija van al supermercado. En un momento la primera le consulta a a la segunda qué marca de un producto quiere comprar y, como la muchacha no se decide, llevan ese producto de las dos marcas existentes.
También existen películas que alientan ciertos comportamientos en detrimento de otros cuyo objetivo final, implícitamente, es consumir. Sobre todo, aquellas cuyo tema gira en torno al casamiento. A diferencia de las comedias de enredo matrimonial de los años ’30, en éstas se busca “orientar” al espectador en pautas de conducta. Por ejemplo, qué habría que hacer, y qué cosas comprar o alquilar, si a uno le tocara ser dama de honor.
27 bodas (2008, Anne Fletcher) es un caso. Además de sugerir que hay que comprar un atuendo distinto en cada caso (significativamente el título original es 27 vestidos) a partir de eso se construye una forma de ser. A Jane (Katherine Heigl) la buscan en reiteradas oportunidades para oficiar de dama de honor. El conflicto se destapa cuando ella se da cuenta de que esa repetición está tapando algo: su negación a tomar su vida por las astas. Y si bien la mirada a propósito de la inhibición de Jane es original, la forma de resolverla (casándose) es estereotipada. Como si la única alternativa entre ser dama de honor, o no serlo, fuese el casamiento, y no, por ejemplo, unirse a la Cruz Roja internacional, o a Médicos sin Fronteras. Guerra de novias (2009, Gary Winick) es aún más radical en este sentido, y por momentos parece un manual de cómo casarse con mucho, o con poco dinero: una de las protagonistas es una exitosa abogada, y la otra un sencilla maestra.
Desde ya, no todas las películas norteamericanas, o producidas en Hollywood que abordan el casamiento lo hacen de la misma manera. Los Hnos. Farrelly (en Amor Ciego, o La mujer de mis pesadillas) deconstruyen cómicamente los lugares comunes (casarse es lo mejor que le puede pasar a uno en la vida, todo lo que brilla es oro, etc.), pero en general las películas que tratan estos temas relacionan el amor con ciertas pautas de comportamiento, y consumo. Tragicómicamente, quien escribe no recuerda exactamente en qué película de estas “aprendió” que el hombre (o la mujer) debe gastar, al menos, tres sueldos en un anillo nupcial.