¿EXISTE EL CINE PERUANO «ROJIMIO»? DE EXISTIR NOS QUEDARÍAMOS SIN CINE

¿EXISTE EL CINE PERUANO «ROJIMIO»? DE EXISTIR NOS QUEDARÍAMOS SIN CINE

Por Mónica Delgado

Hace unos días la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) del Perú aprobó un proyecto de ley de cine y audiovisual peruanos que debe ser debatido en el parlamento en las próximas semanas. Un congreso de mayoría fujimorista parece ser la gran traba para su aprobación. En este contexto, lo que debería ser un debate sobre las políticas de la promoción de la cultura, los mecanismos para el incentivo al cine peruano, al impulso de fondos públicos para las artes, se viene volcando hacia la típica argumentación de que el Estado despilfarra recursos en temas «innecesarios». Es más, los pobres adjetivos en contra señalan que el Estado ha venido apoyando con dinero público films para una argolla de amigos, y que ha sido lugar común premiar a películas «atormentadas rojadas existencialistas», «propaganda de marxismo cultural», «cine progre», «cine para rojimios».

Hace algunas semanas se había intuido en redes sociales un ataque a la calidad del cine peruano en general, quizás porque se asomaba este proyecto para aprobación en el Ejecutivo, lo que ha quedado comprobado en las redes sociales tras el anuncio de la PCM. La pobre argumentación esgrimida por columnistas usuales e improvisados se detiene en lanzar improperios gratuitos contra un determinado tipo de cine, sobre todo aquel que ya ha recibido alguna subvención del estado al ganar concursos públicos y sobre todo a aquellas ficciones sobre nuestro pasado reciente, en torno a la guerra interna entre las Fuerzas Armadas y Sendero Luminoso o MRTA.

Para un sector de la derecha peruana más recalcitrante, fascista y conservadora, el cine no es una expresión cultural o artística, es decir, es visto solo como entretenimiento. Hay un sentido común que señala que Asu Mare, por ejemplo -el non plus ultra del cine que se hace desde lo comercial para lo comercial- es el tipo de film que genera trabajo, genera millonaria taquilla y sin necesitar un sol del Estado. Lo que es una verdad a medias, porque sabemos que de alguna u otra manera Promperú, a través de Marca Perú, está apoyando sobre todo al cine más comercial para su promoción foránea. La pregunta -que prometo desarrollar pronto en otro texto- es si el cine peruano -comercial y no comercial- resiste y existe totalmente sin apoyo estatal.

Bajo esa simpleza desfasada, de los adeptos al fujimorismo, cualquier intención de promover una cinematografía nacional es un quehacer infructuoso, y donde el Estado no debe participar. Uno de sus argumentos para deslegitimar una política de subsidios que aplican todos los países de la región (Argentina, Colombia, Brasil, Venezuela, Chile, Uruguay, Ecuador, México, Costa Rica, República Dominicana, solo para mencionar a algunos) es que se estaría beneficiando a películas poco atractivas al público, con cero entretenimiento, y que tienen «alto» contenido social y de denuncia. Los adjetivos de cine «progre», «rojimio», «proterruco» salen a flote.

¿Qué es un film «rojimio»? ¿Existe? Si nos ponemos en la lógica extremista de aquellos que están en contra de la ley de cine en Perú,  Moonlight, la reciente ganadora a mejor película en el Oscar, sería un film «rojimio», por ser una historia sobre un muchacho afroamericano y homosexual enfrentado a los prejuicios en un suburbio de Miami. Como también lo sería Death Note, película sobre un estudiante que a través de los poderes de un cuaderno del horror puede aniquilar a criminales y corruptos del mundo (sería el terror de los políticos peruanos). Y ni qué decir de las rojimias ganadoras de la Palma de Oro en Cannes como El Pianista de Polanski, Papá salió en viaje de negocios de Emir Kusturica, Elephant de Gus van Sant o la reciente The Square, sobre la frivolidad en el mundo del arte europeo. Films con «contenido social» y que buscan generar un efecto reflexivo en el espectador.

Un film «rojimio» sería aquel que habla de la sociedad en que vivimos, a través de ficciones o no ficciones, que explora identidades, memoria, problemáticas humanas, que sensibiliza a través de su lenguaje modos de ver y entender el mundo. O sea la naturaleza misma del cine.

Pero veamos qué características se le atribuye a un film supuestamente «progre» hecho en el Perú, además visto como gran problema para el crecimiento del cine peruano.

– Tiene «contenido social». Aquí entra también a tallar el sentido común de que el cine es un asunto de temas. Si la película aborda de manera frontal u oblicúa los años vividos durante el terrorismo, ya es un film «rojimio», sea cual sea su punto de vista, ya sea comedia, thriller o un drama. En este apartado entra el 80% del cine peruano reciente, desde La Boca del LoboLa vida es una sola, TarataLa Teta AsustadaDías de SantiagoViaje a TombuctúLas Malas IntencionesNNLa Última TardeAvenida Larco o las nuevas Retablo y La Hora Final.

-Cuando los personajes son desclasados, pobres y marginales. Que los protagonistas sean de sectores periféricos de Lima, o de alguna zona andina o de la selva, ya de por sí convierte al film en «rojimio», porque ahonda en mostrar las condiciones de vida con fines de denuncia o para provocar un tipo de reflexión como espejo de lo social. Deberían ser personajes cada vez menos revisitados porque dan mala imagen del país en tiempos de crecimiento económico. También se incluyen aquí los films sobre clasismo, donde aparece algún personaje andino que revela la inequidad racial y económica. Por ejemplo, entrarían aquí Maruja en el InfiernoGregorioJulianaCiudad de MDiosesParaísoLos Actores,  Rosa Chumbe o Wiñaypacha.

-Cuando los films quieren abiertamente poner en tela de juicio algunos hechos vividos durante los tiempos de terrorismo, sacando a flote las injusticias perpetradas por ambos bandos: Chungui, horror sin lágrimas de Felipe Degregori o La Huella de Tatiana Fuentes.

-Las películas del grupo Chaski. Todas sin excepción son consideradas «rojimias», por el modo de producción, y por mostrar desde una visión realista problemáticas sociales poco abordadas en el cine nacional sobre todo en los años ochenta y noventa: migración, clasismo, racismo, abandono estatal. Aquí también entra La Última Noticia de Alejandro Legaspi.

-Cualquier película que describa las condiciones de la producción minera y su daño ecológico. Es la más «rojimia» de todas. La Hija de la LagunaChoropampa, el precio del oro o El Choque de dos mundos, son películas que merecen el desprecio por estar coludidas con el universo de las oenegés y sus motivaciones políticas.

-Los films que describen la corrupción en tiempos del fujimontesinismo. Aquí media filmografía de Francisco Lombardi  (entre ellas Mariposa NegraOjos que no ven) o los trabajos de Fernando Vilchez (Su nombre es Fujimori), son películas absolutamente de parte y con el fin de empañar la imagen noble del fujimorismo.

 -Los films con personajes LGTB. Sea cual sea la trama, y donde el personaje LGTB escape del lugar común de los programas televisivos cómicos, ya es «rojimio»: No se lo digas a nadie Contracorriente.

-Los films sobre la «contracultura»: todo film sobre jóvenes punks, arties, waves, indies, o millennials también son considerados «rojimios», por mostrar demasiado nihilismo -cuando se debería mostrar films edificantes sobre la juventud-: Aquí entran Videofilia, AM/FM, o  Algo se debe romper.

Podríamos seguir señalando más categorías para identificar que casi todo el cine peruano, ese que nos representa en festivales, gana oso de oros, que viaja a muestras, que también genera empleo y propicia una visión de cine como necesidad de expresión y de desarrollo como industria, es «rojimio». Más bien resulta risible que se insista en calificar al cine peruano como «progre», cuando este adjetivo resulta insostenible por donde se le vea, sobre todo al debatir una ley de cine. Sin este cine peruano, aquel que se propone como ejemplo de libertad expresiva, de motivaciones personales de sus autores, pero también como parte esencial de la cultura peruana, estaríamos fuera del mapa mundial del cine. Solo seríamos la tierra del Asu Mare. Tenemos autoestima.

La riqueza del cine peruano está precisamente en su diversidad, que en films como Avenida Larco, con todos los problemas que tiene, pueda abordar el tema de la memoria, la reconciliación, sin que eso sea visto como problema. Más bien centralizar al cine peruano como «rojimio» da luces sobre un asunto más grande, que tiene que ver con algo que mencioné en otros post y que tiene que ver con valorar al cine por sus temas y no por su carácter expresivo. Ganan los temas ante todo.