Por Pablo Gamba
District Terminal, que formó parte de la competencia internacional de largometrajes del Festival de Cosquín, es la ópera prima de los codirectores, Bardia Yadegari y Ehsan Mirhosseini. La película iraní y alemana se estrenó en la sección Encuentros del Festival de Berlín, y estuvo también en los festivales de Hong Kong y Hamburgo.
Hay dos aspectos, en particular, que presentan a District Terminal como una obra que puede ser llamativa para el público occidental por venir de Irán. Uno es el género cinematográfico de la ciencia ficción distópica, con lugares comunes como el equipo de desinfección con trajes de seguridad y máscaras, los llamados Ejecutores de Cuarentena en esta película sin referencia explícita a la pandemia del COVID-19.
Otro aspecto interesante es el protagonista adicto a la heroína, interpretado por Yadegari. Es un grave problema en ese país, igual que el narcotráfico –Irán es fronterizo con Afganistán, el mayor productor de opio del mundo– y ha sido tratado en películas iraníes como el thriller policial Just 6.5 (2019), de Saeed Roustayi, que compitió por el Premio Horizontes en Venecia, o el corto Slaughtherhouse (2015), de Behzad Azadi, seleccionado para la Cinéfondatión de Cannes. Pero la representación del yonqui no pone de relieve cuestiones sociales, ni relacionadas con el crimen ni es moralista. Sus fuentes parecen estar en la literatura de la generación beat con aportes de Hollywood como un plano detalle de una inyección, por ejemplo.
La dominante evidente en District Terminal es el contrapunto entre el personaje principal, que también es un poeta punk nihilista, y su mejor amigo, novelista y ecologista. Tiene como correlato la tensión entre una narración en voice over, basada en una obra escrita por el segundo, y la fragmentaria línea narrativa del personaje del poeta. También entre dos espacios: un complejo residencial de arquitectura moderna y un bosque. Hay una discontinuidad espacial y temporal bien lograda en el relato, e igualmente se destaca la relación de los personajes con el ambiente en composiciones geométricas que demuestran un tratamiento modernista del género cinematográfico.
Parece igualmente evidente la confrontación de los personajes con la sociedad iraní, por lo que respecta al régimen opresivo que impone el confinamiento y problemas como los cortes de electricidad y la inflación. Los dos escritores son conscientes de que sus obras no pasarán nunca la censura. Sin embargo, si al comienzo hay un epígrafe de Exorcizar el terror, de Ariel Dorfman, que hace referencia a la tiranía, y la madre del protagonista participa en una protesta cuyo referente real serían las de 2019-2020, todo queda enmarcado en el deterioro global característico de la ciencia ficción apocalíptica. El personaje de la política que más figura en la televisión no es el presidente de turno de Irán ni el líder supremo, Alí Jamenei, sino Donald Trump.
Lo más relevante de la apropiación de la ciencia ficción apocalíptica en District Terminal, por tanto, pareciera ser la narrativa fragmentaria basada en la escritura poética. Este sería el principal aporte iraní a una obra que a primera vista tiene un aspecto tan “universal” como el cine de Hollywood del que básicamente provendría.
Sin embargo, esto deja de lado algo que puede no ser evidente en otros contextos de recepción: el problema de la “occidentosis”, sobre el que autores como el iraní Hamid Dabashi y Alberto Elena llaman la atención en sus textos. Se trata de la identificación como una enfermedad cultural de la violenta modernización que impuso el régimen del shah siguiendo el modelo de Occidente, a la que se atribuye “un efecto devastador en el tejido social”, una “degradación moral de todo el país”, según el crítico español.
Esto lleva a otra interpretación de la drogadicción del poeta y de la relación de la decadencia con la arquitectura, puesto que el complejo residencial en el que viven los personajes fue uno de esos proyectos modernizadores del tiempo de la monarquía. También ayuda a entender mejor el trasfondo cultural del estancamiento de Peyman, que se casó con una iraní que vive en los Estados Unidos como parte de un proyecto de emigrar a ese país, pero llega a pasar un año a la espera de la visa sin resultado. El problema de la “occidentosis” se presentaría para él como un dilema existencial: su identificación con lo extranjero hace de él un hombre enfermo, en tanto iraní, mientras que Irán es para él un entorno en el no puede permanecer sano de espíritu.
Todas estas son cuestiones que no consiguen sino perfilarse vagamente para el que se aproxima a una película como esta con la guía de textos que apenas arrojan luz sobre el contexto cultural, con referencias de segunda o tercera mano. Sin embargo, quizás baste para señalar otras cuestiones presentes en District Terminal y plantear el desafío de tratar de entender la verdadera singularidad de su nihilismo “punk”.
Competencia internacional de largometrajes
Dirección y guion: Bardia Yadegari y Ehsan Mirhosseini
Producción: Farzad Pak, Amin Mirhosseini
Fotografía: Navid Moheimanian
Montaje: Hossein Tavakoli
Irán-Alemania, 2021, 116 min