Por Mónica Delgado
Las referencias a los mitos de la psicodelia están presentes en Planta Madre: por un lado, la moda, el uso del sitar de la música india, pero convertidos en simulación contracultural y espiritual, donde también se menciona en guiños a los padres del rock argentino y todo lo que inspiraron, a Luis Alberto Spinetta o a Pappo, y por otro lado, una fascinación por la búsqueda de lo sinestésico, aquello que abre las puertas de la percepción. Sin embargo, pese a toda la parafernalia de una época (fines de los sesenta) que persigue a otra (el presente) en su hippismo y libertad, todo está desprovisto del poder de lo psicotrópico, ya que a Gianfranco Quattrini le interesa prodigar a su film de otro tipo de fisonomía, la del recuerdo pasivo y su cura aséptica.
Narrada a dos tiempos, a modo de un montaje paralelo, e ilados por la memoria y vivencias de un personaje, Diamond Santoro (Robertino Granados/Emiliano Carrazzone) que visita Loreto con el fin de aclarar la muerte de su hermano Niki, sucedida en algún de la Argentina under a fines de los sesenta, y con quien tenía una banda de rock. Este viaje tiene un carácter purificador, ya que el protagonista, apático y agotado de la vida, tiene la intención de beber ayahuasca, y así curarse de la culpa por la pérdida de su hermano. En un tiempo narrativo, Quattrini muestra los años de música, del primer hit en la radio, de la relación misma con los amigos y dentro de la banda a partir de una iluminación de ensoñación, plena en contraluces y colores cálidos. Y en otro, el encuentro de Diamond con sus amigos argentinos en Iquitos, años después, pero que guarda una diferencia de estilo en la puesta en escena, basada en rescatar esa cultura chicha selvática, de brillos, personajes estrambóticos y excesos de neón como si se inspirara en los famosos trabajos de Christian Bendayán o Lucuma.
Planta madre arranca de modo débil, sobre todo porque se percibe demasiado esta imposición de los dos tiempos que no logran sentirse hermanados, supeditados al curso del flashback, más aún con la aparición de personajes secundarios irrisorios o debido a algunas secuencias con situaciones inverosímiles, que al menos brindan un halo de extrañeza pese a esta poca fluidez narrativa. Sin embargo, hacia el final, este problema se supera, al lograr un montaje paralelo que desencadena un desenlace que permite dotar a su protagonista de una reconciliación incluso con la naturaleza misma que lo rodea en una fusión de sonidos y recuerdos.
Punto aparte es el modo en que Quattrini representa esta relación de su personaje con la ayahuasca en un rito cuasi desnaturalizado, donde se mezclan el quechua, zampoñas e icaros, construyendo así una visión sincrética y pop del maestro ayahuasquero, que evita precisamente cualquier recurso que intente reflejar una manida psicodelia en el trance o alucinación. No hay vértigo ni hastío, no hay mareación ni cámaras frenéticas o irrupción de lo irreal. Quattrini no busca eso, sino recomponer la realidad de un personaje dentro de su única, necesaria y primaria experiencia.
Sección Hecho en el Perú
Guión: Leonel D´Agostino, Lucía Puenzo, Gianfranco Quattrini
Fotografía: Ivan Gierasinchuk
Edición: Hugo Primero, Gabriella Cristiani, Gianfranco Quattrini
Sonido: Carlos Abbate
Música: Ariel Minimal, Marcelo Chaves & Lito Castro, Agustín Rivas Vásquez
Direccion de arte: Marcelo Chaves, Sandro Angobaldo
Producción: Planta Madre Cine, Aluzcine, Historias Cinematográficas, Puenzo Hnos., Alba Produzioni
Intérpretes: Robertino Granados, Manuel Fanego, Emi Carrazone, Agustín Rivas Vásquez,
Lucho Cáceres, Magdyel Ugaz, Manolo Rojas, Cindy Díaz, Santiago Pedrero, Rafael Ferro, Camila Perissé
País: Argentina, Perú
Año: 2014