Por Pablo Gamba
El apóstata (2015) es el tercer largometraje de Federico Veiroj, quien tuvo una mención del premio de la crítica en el Festival de Lima en 2011 por La vida útil (2010) y cuya ópera prima fue Acné (2008). Esas otras dos películas recibieron también el primer y tercer Gran Premio Coral en La Habana, respectivamente.
La vida útil es particularmente querida por los cinéfilos por la participación del difunto director de la Cinemateca Uruguaya Manuel Martínez Carril, interpretando un personaje inspirado en él. La historia, además, incluye un desalojo imaginario de esa institución por impago de alquiler, entre otras deudas. En El apóstata hay un detalle parecido: en el elenco figura el actor y director español Jaime Chávarri. Tiene un breve papel como el padre Quirós.
El cineasta uruguayo vuelve a relatar aquí una historia cuyo personaje principal está en crisis, lo cual se vincula con cambios que ocurren a su alrededor. El protagonista teme, además, que todo esté relacionado con la decisión extravagante del título: apostatar de la fe católica. Pero el humor es menos cristiano que cercano a filmes como A Serious Man (2009) de los hermanos Coen, o a Woody Allen. Aunque la importancia de lo onírico y del sexo en la imaginación pueda recordar a Luis Buñuel, sus inquietudes teológicas no están presentes en la película. El guion se basa en experiencias del actor principal y coguionista, el español Álvaro Ogalla. Por eso está ambientada en España.
Lo más valioso del film es el enrarecimiento del relato, de una manera consonante con los vericuetos del proceso canónico que la decisión de apostatar inicia. En particular, El apóstata se destaca cómo se hace borrosa la distinción entre lo real y lo imaginario o lo soñado, y se hacen confusas las representaciones del espacio y del tiempo. Un ejemplo es un travelling que pudiera ser un sueño, porque ocurre luego de que Gonzalo se echa en un sofá. Comienza con él escuchando música en un tocadiscos igual al que antes se vio en su casa. La cámara recorre su cuerpo en plano detalle de la cabeza a los zapatos de cordones desatados, y sigue por el piso hasta llegar a otro tipo, que también tiene sueltos los cordones y que se roba un disco en una tienda. Otro ejemplo es el solapamiento del sonido de algo que va a ocurrir después, pero que es también lo que Gonzalo escribe en el presente, en una escena en un bus, donde entre él y una mujer madura ocurre algo que pudiera ser igualmente un sueño.
Más llamativo es el uso de la música, que desde la primera escena de la película contribuye a crear el efecto de extrañamiento, a lo que luego se añade una desconcertante combinación de lo diegético y lo extradiegético. La selección de la banda sonora es insólita: incluye desde el grupo de rock vasco Lisabö hasta la música compuesta por Prokoviev para el Alexander Nevsky (1938) de Eisenstein, además de piezas del folklore, entre otras obras. Es la continuación de la búsqueda que emprendió Veiroj en La vida útil, una de cuyas mejores partes es una secuencia de montaje en la que se escucha “Los caballos perdidos” de Leo Maslíah. Se desarrolla poco después de que Martínez (Carril) explica en un programa de radio la relación imagen-música en Alexander Nevsky.
Pero esos momentos de maestría están acompañados del convencionalismo de algunas representaciones caricaturescas, como el resplandor de algunos papeles, y las escenas en las que Gonzalo firma su declaración ante el tribunal y tiene la discusión final con el obispo, por ejemplo. Es un lastre que impide que este film trascienda los límites de la transgresión aplaudida en el cine indie estadounidense, en el “cine de calidad” europeo y otras películas de ese tipo.
Competencia Oficial de Ficción
Dirección: Federico Veiroj.
Guion: Álvaro Ogalla, Federico Veiroj, Gonzalo Delgado, Nicolás Saad.
Fotografía: Arauco Hernández.
Edición: Fernando Franco
Elenco: Álvaro Ogalla, Marta Larralde, Bárbara Lennie, Vicky Peña, Juan Calot, Kaiet Rodríguez, Jaime Chávarri.
España-Francia-Uruguay, 2015, 80 min.