Por Mónica Delgado
Podríamos comprender el nuevo largometraje del cineasta peruano Omar Forero como una variación de su anterior film, Historias de Shipibos (2023). Ambas obras expanden las posibilidades del tratamiento de la oralidad en el ámbito del audiovisual local. Por un lado, en esta ficción el cineasta trata de “adaptar” formas de contar desde algunos componentes míticos o ancestrales de la imaginería amazónica desde el ordenamiento de la estructura del relato, y por otro, como pasa en la reciente El tío Lino (2024), la difuminación de las fronteras entre aquello que se relata y la realidad marcan una pauta de cómo las expresiones orales construyen ideas totales del mundo. Para la propuesta de Forero, a través de las decisiones formales que lucen ambos films, el acto de narrar es un ejercicio de imaginación, que hace frente a la crudeza de la realidad. Y esa opción de mostrar aquello que reconocemos como lo real transforma el modo en que percibimos a los personajes y detectamos la hidridez de las formas audiovisuales.
En El tío Lino, Forero es un personaje más, y, quizás, el principal, que va desplazando la centralidad del ser de ficción (que da nombre a la película). Con la intención de mostrar el proceso de registro, o el proceso de ver al cine mientras se hace, vemos en varios momentos a la sonidista con su micrófono, o escuchamos al mismo Forero preguntando o comentando lo que dicen o realizan los personajes, por lo que el documental se construye desde esta forma de la visita y de la mirada del investigador que indaga sobre una realidad por descubrir. Por ello, los primeros minutos de este film muestran que el trayecto inicia con la llegada en auto del cineasta, quien fuera de campo va relatando, vía voz in over, que se trata de un trabajo que se realiza en plena pandemia mientras vemos imágenes del paisaje en su inmensidad. Así, el uso de la cámara en mano en manos del mismo realizador, permite que el punto de vista en el registro toma el cuerpo y mente de este visitante, quien por momentos expectante u obnibulado nos va contando qué hay del tío Lino en las historias que cuentan los campesinos, en su mayoría trabajadores dedicados a la agricultura y ganadería para su propio consumo.
Luego de esta presentación, sabemos que estamos en Cosiete, un poblado en Contumazá, en la sierra de Cajamarca, al norte del país, donde el cineasta llegar para reconstruir la figura del tío Lino, un campesino de la segunda mitad del siglo XIX y que se convirtió en leyenda debido a las particularidades de los relatos que compartía con niños, niñas y comuneros de la zona. A través de los años, estos cuentos orales se han fusionado dentro de las tradiciones de la comunidad, a tal punto que cuando algunos lugareños lo evocan pareciera que se trata de un habitante que aún vive en el poblado. Como el interés de Forero es establecer correspondencias entre este imaginario de ficción con aquello que el tío Lino significa en la actualidad, utiliza diversos recursos expresivos, como el de una narradora omnisciente que va contando algunos pasajes de los cuentos hechos con técnica de animación (a cargo de Juan Antonio Limo), el seguimiento etnográfico a algunas actividades de los campesinos, o la recreación de algunos pasajes de la vida del propio Lino en el siglo antepasado. Estos recursos variados son a su vez complementados con otros detalles, como el papel que encarna Jorge León Cáceres, quien es el padre de familia que abre las puertas de su hogar al pequeño crew de filmación en Cosiete, y que también interpretará a Lino, para lo cual usará en esas escenas un traje de la época y una falsa barba. La evidencia de las costuras del artificio son claras; es decir, al cineasta le interesa que el espectador sepa que no hay intención alguna de un registro realista del pasado-evitando convenciones del cine histórico-, y que las escenificaciones de los pasajes de la vida de Lino son simplemente eso, una serie simple de recreaciones sin ostentación alguna. Así, Forero trabaja de esa manera la invisibilización de las fronteras entre realidad y ficción. Y al final de cuentas, lo que valora y disfruta el espectador es ese juego del artificio y la manera en que los relatos orales se forjan y trascienden.
En El tío Lino, se dramatizan, desde la animación, al menos tres de historias de este cuentista cajamarquino, y que dan materia a lo que los lugareños recuerdan de los relatos que escucharon de niños, como el cuento en el cual Lino corta una soga de hecha de agua para escapar de un tono bravo, cuando elabora un cigarrillo de kilómetros de distancia, o cuando entra a una calabaza junto con sus burros por unos días para ocultarse de los chilenos en plena guerra del Pacífico. Y por otro lado, están los relatos en sí de diversas personas que van describiendo sobre todo el espíritu jocoso de los cuentos de Lino León, absurdos y surreales. Y en este sentido, los relatos de este cuentista permiten comprender un tipo de humor basado en el nonsense, y que a pasar de la dura realidad de la zona, no se ha disipado. Por ello, el film construye una manera de percibir el uso del humor en los relatos fantásticos de este tipo, y por otro lado, permite adivinar la personalidad de este cuentista, quien elaboró un mundo fantástico que pudiera extender las fantasías infantiles en lugares donde las condiciones de vida no son fáciles.
Pero este acercamiento al universo de Lino León está acompañado del seguimiento a las actividades de la familia de Jorge León Cáceres, uno de los descendientes del autor mencionado, y que logra que el documental registre juegos y opiniones de los hijos, sobre todo niños entre 7 y doce años, quienes destilan inocencia e ingenuidad que pudo también caracterizar a las infancias que disfrutan de estos relatos décadas atrás. Es más, gran parte del documental se detiene en la relación de esta familia con la cámara, ya sea para dejarse grabar en la siembra, mientras ordeñan a vacas, cuando van al colegio, realizan las tareas de la escuela o juegan tras una tarde de lluvia, antes que centrar la trama de esta narrativa en la historia de Lino. Esta decisión se justifica en el modo desde el cual Forero busca establecer un lazo entre los relatos de Lino y la cotidianidad transparente de la cual se alimentaba. Por ello, es como si en el seguimiento a la familia, sobre todo a los chicos de la casa, el cineasta estuviera formulando una nueva relación de esa inspiración. La realidad cotidiana como una materia viva para la fábula y lo fantástico.
Si bien, el comienzo y final de la película son abruptos o dan la impresión de estar poco trabajados, la propuesta de El tío Lino se mantiene fiel a su estructura y aliento, la de mostrar el poder de los relatos orales pese al paso del tiempo, ya como vía para el reconocimiento de una identidad particular de los habitantes de Cosiete, como al modo en que estos relatos hablan de las acciones simples convertidas en ingredientes para la fantasía. Y como sucede en Historias de shipibos, se trata de exaltar a los relatos que construyen cosmovisiones de modo coletivo, de voz a voz, de familia en familia, de comunidad en comunidad, en tiempos en que parecen ser residuos de viejas prácticas de comunicación alrededor del fuego.
Sección competencia peruana Festival de Lima
Dirección, guion y fotografía: Omar Forero
Edición: Omar Forero
Sonido: Valeria Rodríguez
Música: Jorge León Cáceres
Producción: Omar Forero
Intérpretes: Jorge León Cáceres
Perú, 2024, 95 min