Por Mónica Delgado
Clases sociales distanciadas mientras el black metal y el quechua se mezclan en el mismo espacio. Alguna zona rural de Ecuador como lugar del encuentro trillado entre el adolescente rubio que “parece argentino” y el mecánico de cabello largo que arregla motos. En Feriado de Diego Araujo hay reminiscencias a decenas de películas del descubrimiento sexual, o incluso a aquellas películas de aprendizajes entre personajes disímiles, sin embargo hay una intención que permite valorar el acercamiento entre los protagonistas desde gestos, fuera de campo y detalles.
Presentada en la sección Generación 14 plus del Berlinale de este año, la ecuatoriana Feriado muestra desde dos perspectivas el contexto del protagonista de clase alta: desde la crisis económica de 1999 que queda reflejada en las protestas y pérdidas del llamado feriado bancario, y desde lo íntimo, en un vínculo paterno y familiar deslucido y por momentos, patético. La corrupción que ha propiciado el colapso bancario viene de su propia familia, pero no existe repelencia sino mas bien normalidad, y esta atmósfera es la que el cineasta quiere mostrar ya como síntoma de aquello que anda mal en el país desde lo reservado frente al caos público que aparece en los programas de TV que los familiares ven con miedo.
Si bien la inclusión del tema del feriado bancario de 1999 como analogía de la crisis social y de corrupción en un país sudamericano se vuelve más un telón de fondo algo forzado en una historia de descubrimiento adolescente, la película logra concentrar sus mejores momentos, a partir de una fotografía lograda, en la relación misma de los dos personajes de apariencia frágil por un lado, y por el otro, desde la frialdad o machismo de un fan del heavy metal. Araujo parece huir de los clichés conforme se va compenetrando la amistad entre los dos muchachos (como en la escena de la cascada o de la mirada inversa de la ciudad), sin embargo es precisamente la afirmación del cliché la que permite el aprendizaje del protagonista, Juampi.
Feriado fue la primera película ecuatoriana, en coproducción con Argentina, en llegar al festival de Berlín y a pesar de los altibajos, sobre todo en el uso de la música y en la aparición de algunos personajes secundarios que no llegan a estar justificados del todo, es una mirada sobre las dicotomías de un país fracturado, pero también sobre sus posibilidades, desde una discreta historia de reconocimiento queer.
Sección Múltiples miradas: panorama de cine latinoamericano contemporáneo
Director: Diego Araujo
Actores: Juan Arregui, Diego Andrés Paredes, Manuela Merchán, Irwin Ortiz, Pepe Alvear, Amado Silva, Peki Andino
Guión: Diego Araujo
Música: Daniele Luppi.
Producción: Felicitas Raffo, Irina Caballero
Dirección de fotografía: Magela Crosignani
Vestuario: Ana Poveda. Maquillaje: Cecilia Larrea
Montaje: Julián Giulianelli. Sonido directo: Juan José Luzuriaga
Dirección de arte: Roberto Frisone
Dirección de producción: Guiselle Jaramillo