Por Pablo Gamba
Pelo malo (2013) de Mariana Rondón, es un filme sobre las sospechas que despierta la manera de ser de un hijo de nueve años de edad en una madre que ha sido despedida de un empleo emblemático: trabajaba como vigilante. La primera escena apunta a describir al protagonista, se aprecia el modo en que Junior sube las escaleras, y luego se le ve disfrutar de su cuerpo en el jacuzzi del apartamento que la madre limpia. Y a lo largo de la película lo vemos tararear canciones, bailar, sentir curiosidad por un joven y querer alisarse el “pelo malo”, una expresión con sentido racista en Venezuela. Su madre vigila y castiga todo aquello que ve como manifestación gay.
La película venezolana dialoga con los filmes de Jean-Pierre y Luc Dardenne, a quienes interesa cómo en el cuerpo y en la manera de desenvolverse de los personajes se expresa la deshumanización causada por la precariedad de su situación social. También se relaciona con Fish Tank de Andrea Arnold (2009), por lo que respecta al despertar sexual de la protagonista y la observación de cómo los adolescentes buscan expresarse a través del baile.
Pero a Rondón le interesa cómo el deseo del niño que explora su cuerpo y su forma de ser espontánea se hallan sometidos a una constante mirada vigilante y represiva. Eso ocurre en el 23 de Enero de Caracas, donde los superbloques construidos como “soluciones habitacionales” y la violencia del presente, encierran a las personas en ambientes cuadriculados y sofocantes, sin intimidad, en edificios colocados frente a frente como para que los vecinos se observen unos a otros. Se añade a eso que la historia se desarrolla cuando Hugo Chávez recibía quimioterapia contra el cáncer del que murió. Incluso hay una escena donde se muestra la presión política que lleva a la gente a cortarse el pelo públicamente para manifestar su adhesión al presidente, luego de que fuera visto con la cabeza rapada en televisión.
Un aspecto central de la búsqueda de sí mismo del protagonista se ubica en el juego. Es también una característica de Rondón como autora, cuyo cine se diferencia en eso del realismo de los hermanos belgas y de la realizadora británica. “El juego sólo se hace posible, pensable y comprensible cuando la mente entra y rompe el determinismo absoluto del cosmos”, escribió Johan Huizinga en Homo Ludens, lo que puede referirse a todo lo que constriñe a Junior en el medio asfixiante en que vive. “Encontramos el juego presente en todas partes como un tipo de acción bien definido que es diferente de la vida ‘ordinaria’”, agrega ese autor. Es lo que ocurre cuando la fachada cuadriculada del superbloque de enfrente se convierte en tablero de un juego para Junior y la niña que es su única amiga, por ejemplo.
También es parte de un juego el afán de alisarse el “pelo malo”. Si bien los esfuerzos y cómicos experimentos que hace Junior con ese fin tienen lugar frente al espejo, el objetivo final es parecerse a un cantante en una foto. Lo que busca al observarse, por tanto, no es aquello que quiere llegar a ser en la vida, sino sólo una imagen de sí que será registrada en un instante en el estudio de un fotógrafo, que además usa trucos digitales. La cuestión de la identidad tiene ese sentido lúdico en la película. No es la revelación de un destino.
Eso pone de manifiesto otro aspecto de la presión que los demás ejercen sobre el niño. En la foto debería salir como teniente coronel, con el pelo cortado al rape, le dice el fotógrafo. Se sobreentiende que es lo que le corresponde ser “naturalmente” en Venezuela, por mentalidad racista, a un niño de condición humilde y de piel morena. También está implícita la política: Junior debe ser militar, como Hugo Chávez. Incluso lo presionan de la manera contraria a como lo hace la madre, para que desarrolle su presunta naturaleza gay. La abuela cree que su deseo de alisarse el pelo es revelador de una condición afeminada, y le hace un traje de cantante que Junior rechaza por considerarlo de mujer.
También se profundiza Pelo malo en la tensión sexual entre los padres, otros adultos y los hijos en el hogar, que igualmente se explora en Fish Tank. Eso distingue las miradas de Andrea Arnold y Mariana Rondón del pudor de los Dardenne.
Así como la cineasta venezolana muestra el modo de ser y desenvolverse de Junior, le hace testigo de los rituales eróticos domésticos de la madre, que es una mujer sin pareja. También de los juegos sexuales de ella con su otro hijo, un bebé varón, e incluso del placer que manifiesta al saberse observada cuando hace el amor. De esa manera busca iniciar a Junior en la que cree que debe ser su correcta sexualidad, sin acostarse con él.
Resultan significativos los planos en los que un personaje dirige una intensa mirada a otro, que está fuera de cuadro. Ellos son como un espejo en el que puede verse reflejado el espectador, y le señalan, en consecuencia, su responsabilidad por la actitud que asume ante lo que ve. Puede ser la de mirar y ver, pero hacer como si no hubiera visto nada, como ocurre con los personajes que se hallan envueltos en la trama sexual doméstica. O ver sólo lo que la manera de pensar de cada quien le permite, como la madre que no ve a su hijo tal como es sino como el homosexual que teme que puede llegar a ser. O puede abrirse la mirada a una manera de ver diferente, y que Junior sea visto como la persona singular que realmente es. Eso significa también abrir la mente al poder liberador de los juegos que se desdeñan como cosa infantil, en especial de aquellos que son del tipo “jugar a ser”.
Competencia oficial
Directora y guionista: Mariana Rondón
Productora y editora: Marité Ugás
Fotografía: Micaela Cajahuaringa
Sonido: Lena Esquenazi
Música: Camilo Froideva
Actuaciones: Samuel Lange Zambrano (Junior), Samantha Castillo (la madre), Beto Benites (el jefe), Nelly Ramos (la abuela)
Tiempo: 93 minutos