Por Mónica Delgado
Ver una película búlgara no es cosa común y menos cuando la experiencia parte de un imaginario bizarro y esperpéntico. The color of the Chameleon es una suerte de filme de espías pero con dosis grandes de humor negro y de grotesco, ambientada en la Bulgaria comunista, donde estalla el chiste groso y la puesta en escena exaltada en un cromatismo saturado.
El filme desde el inicio marca el acento a pastiche: una tía lleva a su sobrino púber, Batko, a una cita médica, aduciendo que el pequeño sufre de onanismo en extremo. El médico indica que no existe cura y que mas bien el adolescente debe ocupar mejor su tiempo, y que como dice el pedagogo Makarenko, el único problema que puede causar la masturbación es que se parezca a la epilepsia. Y por lo tanto en la siguiente secuencia vemos que a Batko, ya joven, siendo retirado del servicio militar por padecer de espasmos epilépticos. Y es así como empieza la afirmación de Batko en su delirio físico pero también como ser independiente, fungir de espía y causar estragos en el aparato totalitario.
En esta fuga de ideas y situaciones, el cineasta búlgaro Emil Christov emplea diversos recursos, como pasar del color saturado e irreal, al blanco y negro (al uso de Casablanca de Michael Curtiz, ya que es una reminiscencia en varios momentos del filme), y sobre todo agregar un desfile de personajes insólitos en la misión del nuevo espía: una mujer gorda que muere encorsetada, un grupo under de amantes de iconografía sexual (el espéculo como objeto de culto), un profesor oscuro.
The color of the chameleon (Bulgaria, 2012), como las mil caras y emociones de Batko, es un filme que no intenta ser agradable, sino mas bien extremo en su mirada de un régimen totalitario a través de un antihéroe poco peculiar, surgido de las fuerzas masturbatorias y de la mentira.