
Por Mónica Delgado
El dúo de artistas formado por la francesa Elise Florenty y el alemán Marcel Türkowsky dirige el documental Don’t rush, una observación sobre el goce de la música, desde unos personajes que lideran un programa pirata de radio: un informativo musical que mantiene viva la memoria del Rebetiko. Esta expresión cultural griega, con influencias de Asia Menor, y que fue popular entre migrantes turcos y clases urbanas bajas de Atenas a inicios del siglo XX, se materializa en este documental, a través de sus ritmos y letras que marcan la estructura de sentimiento de una generación, donde el hachís, la rebelión y el amor romántico son motivos que perduran.
Más allá de que Florenty y Türkowsky presentan una indagación desde la antropología musical o sonora, lo que prima en Don’t rush es el rescate de una sentimentalidad de un grupo de jóvenes que muestran una admiración por este tipo de música tradicional, de instrumentos como los laudes, el buzuki y el baglamá, y que, parece, aún sigue al margen. El registro se localiza en la pequeña casa de Giannis, un joven que coloca canciones en su programa de radio y que sobre ellas va describiendo parte de la historia de los compositores y músicos, comentando las posibles interpretaciones de las letras y dando pistas a los oyentes sobre la importancia que tuvieron en su contexto. Lo que atrae a los cineastas es que se trata de ritmos cantados en comunidad, de voces que se juntan para formar coros sobre el amor, el erotismo, la soledad, como clamores sociales, absolutamente colectivos. Y claro, cómo Giannis y amigos se apropian de esas resonancias, a la luz del trasfondo político y económico griego, y que las letras parece estar cuestionando todo, aún pese al paso de los años.
Los cincuenta minutos del documental se desarrollan dentro de un espacio reducido, en la noche, y se concentra en la recepción de las canciones, a la manera de los “reactions videos” de las redes sociales, quedando atentos a cómo Giannis las interioriza. Por ello, la escena inicial condensa la intención de este trabajo: un joven “viviendo”, sintiendo, totalmente una canción (el tema “Kaigomai-kaigomai”), interpretado por alguna cantante, que además de abrir, también cierra la película.
Por un lado, hay una fascinación por ahondar más en el rebetiko, que pasó de ser una creación desde la marginalidad y lo lumpen, para luego convertirse en parte de la música popular griega, para llegar a diferentes estratos sociales. Y por otro, también es un film de climas, de escuchar música en medio de una luz tenue, de humo y hachís. Los cineastas le sacan jugo al espacio, casi siempre un rincón, partes de una casa que jamás vemos entera, desde donde Giannis y sus amigos o parientes, escuchan, hacen gestos, dialogan, o simplemente se dejan llevar, como nosotros, por esos cantos de la periferia, que buscaban (y encontraron) un lugar para existir.
Competencia internacional
Imagen, sonido y montaje: Elise Florenty & Marcel Türkowsky
Traductores: Antigone Avgeropoulo, Athanasios Anagnostopoulos
Postproducción: Unai Rosende
Mezcla: Laurent Martin – Empire Digital
Bélgica, Francia, Alemania, 2020, 54 min