Por Mónica Delgado
Hace algunos días culminó la 10° edición del Festival Internacional de Cine de la Universidad Autónoma de México (Ficunam), que tuvo en su competencia mas de una docena de películas mexicanas, muchas de ellas en estreno mundial, y una sección oficial con lo mejor del cine reciente. Entre sus puntos más altos, estuvo la proyección de un film restaurado, la increíble Variety (1983), ópera prima de Bette Gordon, icono de la contracultura newyorkina de finales de los setenta, que afianzó una carrera como cineasta y docente en las décadas posteriores.
En el clásico Placer visual y cine narrativo, Laura Mulvey indica sobre el rol activo de la mirada masculina que “el hombre no sólo controla la fantasía de la película, sino que surge además como el representante del poder en un sentido nuevo: como portador de la mirada del espectador, consigue trasladarla más allá de la pantalla para neutralizar las tendencias extradiegéticas que representa la mujer en tanto espectáculo”. En Variety, Bette Gordon exhuma su interés por desmantelar un proceso usual patentado por la mirada masculina en el cine y cómo las mujeres se muestran desde ese punto de vista, desde lo sexual y pulsional. Elige una historia que invierte un paradigma clásico del cine negro, pero también de films como Vértigo o Psicosis de Alfred Hitchcock, donde los hombres suelen perseguir a mujeres sospechosas o que se ven como objetos de deseo. Sin embargo, en el film de Gordon, la protagonista, Christine (interpretada por Sandy McLeod), es la que dirige esta mirada activa, que busca incomodar y trastocar.
En Variety, la cineasta, junto a la escritora punk Kathy Acker en el guion, explora la posibilidad de la transacción del sujeto que ve (ahora una mujer) y el placer de sentirse visto (ahora un hombre). Christine encuentra un trabajo en la boletería de un cine porno, el Variety, en el concurrido Times Square de Nueva York. Es allí, entre espectadores y curiosos, que conoce a un hombre de negocios que es asiduo al cine, pero con el que apenas cruza palabras. Poco a poco, ella se siente atraída por él, a tal punto que comienza a perseguirlo.
Bette Gordon propone no solo este intercambio de acciones usuales en este tipo de películas que evocan a policiales o donde las mujeres son las femme fatales, que sería algo simple de subvertir. Es más, aquí no hay crímenes, ni abusos ni policías. Lo que hay es una mujer joven que va descubriendo aquello que la estimula sexualmente, y que a diferencia de los hombres que requieren de actos voyerísticos, lo que este personaje encuentra es una satisfacción en la sugerencia, en la insinuación, en la imaginación sin límites. En una famosa escena, donde Christine le describe a su novio (el insípido Will Patton) -quien juega pinball- tres episodios en la vida sexual de una mujer y su amante, Gordon confirma la indiferencia masculina ante una narración de corte erótico y pornográfico, ya que es eso, un relato, y no es un estímulo visual explícito. De esta manera, el personaje de Christine asume un rol que podría resultar indiferente para algunos, debido a que su naturaleza ante cámaras y dentro de la historia, no es la convencional.
Richard M. Davidson encarna a Louie, el personaje maduro con el cual Christine se obsesiona, y quien en los seguimientos la lleva, sin querer, por lugares que “culturalmente” no son para mujeres: sex shops, el cine porno, pequeños peep shows y un mercado mayorista por la madrugada. Si en Vértigo de Hitchcock, el personaje de Madeleine (Kim Novak) lleva a Scottie (James Stewart) a una floristería, a un convento y a un cementerio, en el film de Gordon los espacios del hombre perseguido no pueden ser “santos”, y van de acuerdo a la medida de sus pulsiones.
El valor de un film como Variety a la luz de los nuevos feminismos radica en ser una respuesta en pantalla de las afirmaciones de Mulvey, y de cómo a lo largo de esa década hasta la actualidad, aparece como insular, donde muy pocas mujeres que están detrás de cámara polemizan o subvierten estos roles de mirar y ser mirado desde los paradigmas del cine industrial, desde lo femenino. Si bien esta ópera prima, y según declaraciones de la misma Gordon, no intenta ser un alegato feminista en ningún sentido -es evidente la distancia que toma, ya que la intención de la cineasta es ser lúdica con la posición del objeto del deseo y desde quien parte esa mirada en su film-, encontramos una experiencia estimulante sobre una posible mirada desde las mujeres sobre sus deseos, obsesiones y disfrute sexual, además de las estampas de una Nueva York distinta, oscura y de puro neón.