Por José Sarmiento Hinojosa
La inmanencia de lo ritual como impronta de la identidad es un concepto que gravita milenario sobre la construcción de una imagen de un pueblo para el mundo. Como proyección, es identificar las coordenadas de un sistema complejo de significaciones, pulsos, marginalidades y lo visual. Como abstracción, es poblar el espacio natural y vivo con la manifestación viva de la cultura. Ambos vértices no son tangenciales, existen como parte de una misma unidad que en la dimensión del tiempo y del espacio se repite cíclicamente, inclusive en sus variaciones y adaptaciones a nuevos espacios y realidades. Hay una resilencia primaria en algunas manifestaciones que se resisten a ser meros vestigios, a resituarse en lo contemporáneo en una reafirmación continua de que una cosmovisión no muere hasta que se le deje de practicar.
En la imagen en movimiento, el estrato tangible del celuloide puede permitirnos recolocar esa memoria en la acción fantasmagórica del proyector. El cine, también, es la manifestación de una resilencia, una reafirmación en la imagen de lo político, lo identitario, lo personal, lo íntimo entrelazado en lo comunitario. Y así como la dimensión temporal también afecta la material y se evidencia ante la luz, es la proyección la que reaparece finalmente como contestación de que a pesar de las huellas, el aparato cosmo-vsual de lo cinematográfico subsiste.
Estas afirmaciones aparecen pertinentes al visitar (y revisitar) Obatala Film, de Sebastián Wiedemann. Dos elementos conjugan este vestigio vivo que es el cine: la misma materialidad del filme, el encuadre propio del Super 8, y la velocidad y flujo de la toma cinemática durante la ceremonia de los Yoruba (ceremonia de coronación de Oba Ojele Obatalá en Ilé-Ife, Nigeria y también en Brasil). El pulso con el que el cineasta ha decidido formar parte de la ceremonia (porque el registro, finalmente, queda como evidencia de la propia celebración al formar parte de la misma) y la canalización de este flujo mediante un montaje a-la-flujo-de-conciencia, nos manifiestan un rito, un conjuro, parte de una ceremonia en la cual el cine forma parte como testigo pero también como participante inseparable. Wiedemann es testigo de esta manifestación cósmica en éxtasis, e incorpora el elemento de la imagen en movimiento para conformar una unidad con esta celebración al dios Obatala. Hay, sin dudas, un vínculo intrínseco entre las danzas rituales de los Yoruba, entre la misma identidad del cineasta, y como ella se precipita hacia este motor biológico y mecánico que es la cámara.
Wiedemann dice: “Entiendo mi práctica cinematográfica como una indagación sobre modos de experiencia y como un gesto de canalización. Uno de ellos podría ser el estado de devoción y posesión de fuerzas espirituales y cósmicas”. Obatala Film, en su granulada textura, es la resilencia de lo que se resiste a ser vestigio, a simplemente desaparecer, la práctica del rito identitario, sellada en la carne ante el manejo casero del celuloide y ante la posesión espiritual comunitaria. Obra fundamental.
Sebastián Wiedemann
Colombia – Brasil / 2019 / 7 min.