Por Mónica Delgado
Tres cortos, vistos en dos secciones diferentes de la 3° edición del festival de cine de no ficción Frontera Sur, exploran un motivo en común: el problema del trabajo, entendida aquí como una actividad que aliena, separa, o que forma diversos sentidos de la individualidad, en el marco de un sistema capitalista atosigante, y que a través de las miradas de estos cineastas se muestra desde ausencias, estilizaciones, mecanismos de indagación o distanciamientos. También resulta inevitable no asociar esta visión sobre el trabajo, debido a algunos elementos trágicos mostrados de modo sutil en algunos de estos cortos, a la etimología de la palabra, que proviene del latín tripalium, un objeto que era usado para castigar esclavos; vocablo que luego derivó en tripaliare que significa ‘causar dolor’. Estadio pesimista que es profundizado de manera indirecta en los films presentados, ya sea desde los relatos de viudas de marineros, desde cuerpos varados en playas inhóspitas o desde las acciones manuales de una gran fábrica industrial.
En Souvenir, las cineastas Miriam Gossing y Lina Sieckmann se adentran varios días para registrar un crucero europeo vacío. Realizan una exploración desde estas atmósferas extrañas, que por momentos acompañan a una voz en off que da vida a relatos de mujeres que sufren el abandono o pérdida de sus parejas, trabajadores en altamar. Los planos fijos redimen o confrontan este sentimiento de soledad, que van traduciendo de manera estilizada, lejana de cualquier realismo, escenografías fantasmales de un crucero de lujo. Pasadizos alfombrados, salones amplios con muebles de estilo clásico, banquetes de frutas y pescados y tragamonedas con promesas de fortuna. Espacios para la recreación y el descanso para unos, que se vuelven la materia de vivencias difíciles para otros.
Bajo la impecable fotografía lograda por Christian Kochmann, las cineastas generan estos ambientes como si se tratarán de no-lugares, que evitan cualquier filiación o relación con las personas que los suelen poblar, ya sean visitantes, turistas o empleados, camareros y tripulantes. Sitios que lucen obtusos al cambio, pese al movimiento imperceptible del tránsito, del viaje marítima, más aún cuando aparece este relato fuera de campo, de mujeres en tierra firme que van contando anécdotas de dolor, supervivencia o resiliencia. Objetos en altamar que simbolizan mentiras, como todo aquello que construye la idea misma del crucero, como entorno de paso, en oposición a la vida exenta de lujos de los marineros como personajes en constante oscilación, producto del trabajo, lejos de sus familias y sin certezas.
Por momentos, estas naturalezas muertas, o coreografías de ostras plateadas y demás adornos innecesarios, cobran un sentido a partir de los testimonios de las mujeres, unidas en una suave locución, ya como materia de la farsa o la simple confirmación de estos simulacros de lo real. No se requieren más presencias, ya que a través de estos espacios y ornamentos ya casi todo ha sido confirmado.
Una luna de hierro, cortometraje del chileno Francisco Rodríguez, también parte desde un suceso en altamar. Se describe al inicio que tres cadáveres aparecieron varados en las costas cerca al Estrecho de Magallanes. Cuerpos de ciudadanos chinos, que al parecer se abrían arrojado a las aguas heladas desde un barco pesquero industrial en plena madrugada, solo con sus chalecos salvavidas y algunos objetos personales esenciales. Los datos que ofrece el corto al inicio también señalan que dos de los tres cuerpos presentaban evidencia de desnutrición y tifus. Poco a poco se van dando más pistas, ya que no se trata de hechos aislados, sino de una práctica usual en este tipo de embarcaciones hacinadas, donde muchos trabajadores prefieren lanzarse al mar antes que seguir con un viaje de trabajo hostil, probablemente en condiciones de explotación y precariedad.
Francisco Rodríguez propone un híbrido, que va desde la indagación sobre los hechos, hasta el registro de las impresiones de una comunidad en Punta Arenas, y su relación con algunos elementos tanáticos, desde estos cuerpos varados que suelen aparecer de cuando en cuando en medio del paisaje frío y desértico. También propone una lectura desde la capacidad de las personas para fabular sobre los hechos cotidianos, de cómo se convive con estos fantasmas y de cómo el territorio de estepas le hace juego a estas ausencias o interrogantes.
Ganadora del Gran Premio del festival Punto de Vista 2019, Una luna de hierro profundiza en estos paisajes sureños a partir de esta conciencia de lo terrible, como aquella reflexión de un pueblerino donde indica que quizás estos cuerpos pertenecían a delincuentes y quizás es lógico este sino trágico. ¿Cómo es que vienen todos a morir a estas tierras? ¿Se puede pensar en la extensión de la vida inmerso en las fauces salvajes de un océano helado? Sin embargo, Francisco Rodríguez cuela la posibilidad de un nuevo epílogo, con la cámara observando a la tripulación de un barco en plena noche y en plena rutina de trabajo, donde el horizonte definitivamente no adquiere ningún halo de esperanza.
En Labour/Leisure, de Jessica Johnson y Ryan Ermacora, hay un fin antropólogico en la observación del quehacer rutinario de un grupo de trabajadores en una planta industrial de frutas en una zona al oeste de Vancouver. Pero los documentalistas no se quedan solo en el registro cuasi desnudo de cosechas, destajos y embalajes, sino que crean un fuera de campo permanente a partir de una escena inicial, que muestra un campo de golf cercano a las plantaciones y a la fábrica de cerezas para exportación.
En esta incursión en esta plantación en el valle de Okanagan, en el sur de la Columbia Británica, los cineastas observan silenciosamente las acciones de esta mano de obra que suele ser invisibilizada, formada por migrantes latinos casi en su totalidad, y que da cuenta de un terreno en pararelo, solo existente desde su papel en el flujo del capital como productor y generador de empleo.
El esparcimiento que alude el título del corto remite a las escenas iniciales, pero también a la fama de este valle que ofrece descanso y lujos, en oposición a la masa laboral que se ve excluida de estos placeres, en esta suerte de arcadia de compartimentos y tareas rápidas. Como en In Comparison de Harun Farocki, estamos aquí entregados a una observación que exige pensar desde más allá de las fronteras de la imagen, en el estado de las cosas fuera de los linderos de esta fábrica, y en estos procesos de labores específicas que eliminan posibilidades de comunidad. Los únicos atisbos de socialización permitidos aparecen en la hora de almuerzo, donde oímos diálogos en español. Acciones puras de trabajo automatizado, donde no hay más que eso. El gobierno de las técnicas y procesos con fines industriales dentro de una isla que funciona silenciosamente en medio de oportunidades de recreación inalcanzables.
Fotografía: Jeremy Cox
Edición: Ryan Ermacora, Jessica Johnson
Sonido: Dave Pullmer, Oscar Vargas, Eugenio Battaglia