Por Mónica Delgado
Echo una mirada a un par de personajes que han sido catalogados como feministas, a partir de las nominaciones al Oscar de las actrices que las encarnan. Me refiero al personaje de Elisa Esposito en La forma del agua y al papel de Mildred Hayes en Tres anuncios por un crimen.
No es punto de discusión de este texto que los discursos de ambos films provengan de dos cineastas hombres en industrias audiovisuales lideradas por hombres, sino cómo desde sus perspectivas masculinas sí se pueden detectar algunos lugares comunes sobre lo que se puede definir como «personaje feminista». En tiempos de claras demandas por reivindicaciones sociales y de remezones tipo #MeToo, que los filmes planteen lecturas diversas sore universos femeninos y sobre posiciones políticas para la lucha de las mujeres se verá hoy más que nunca como puntos a favor en las propuestas. Colocar un «personaje femenista» en los argumentos no sólo generará empatía fácil con las espectadoras sino que se asomará un aire de concordancia con las sensibilidades actuales. Y tanto La forma del agua de Guillermo del Toro como Tres anuncios por crimen de Martin McDonagh no escapan a eso. Pero, ¿en qué se diferencian y en qué radica esa farsa o no de los «personajes feministas?
En La Forma del agua hay bastante disfraz sobre lo que se podría entender como un «personaje feminista». En primer lugar, coloco en comillas la frase porque construir un personaje feminista dentro de un discurso e industria patriarcal no es cosa fácil, ni menos como parte de un producto de entretenimiento o un elemento de moda. Pueden haber en este tipo de films algunos elementos que hagan pensar en la agencia y libertad de los personajes, que luzcan determinados, vehementes, libres, luchando por sus sueños y derechos, pero si no hay una propuesta de cambiar un status quo, el mundo (racista, misógino, machista, xenófobo) más allá del encuadre o del fuera de campo seguirá igual. Un ejemplo claro: se habló de Imperator Furiosa en Mad Max: Fury Road como un personaje feminista, pero al final del filme, tras las persecuciones, la liberación de esclavos y la llegada del agua para el pueblo sediento, la posición de la nueva emperadora es igual que la del tirano que se combatía al inicio del metraje. El discurso verbal del personaje en la secuencia final es de libertad, pero su posición ante ellos, vertical y arriba desde la cima del poder -el pueblo sometido, abajo- dice otra cosa. El status quo se mantiene pero cambia la figura de la autoridad: de un obeso dictador a una guerrera amazona del desierto.
No es feminista que Elisa (Sally Hawkins) trabaje y viva sola, tampoco que su ejercicio matutino incluya una masturbación. Si bien se celebra su agencia para rescatar a un anfibio latino torturado de las garras del autoritarismo gubernamental y militar, su fijación no es el de «salvar al otro», sino el de salvar su posibilidad de liberar su deseo sexual. Desde el inicio, Guillermo del Toro establece los límites de la libido de este personaje. Desde los primeros minutos la masturbación se mantiene como un hecho cotidiano, pero no simplemente como una acción necesaria de obtención de placer, sino como una carencia. Para que Elisa sea completa, necesita de la materialización del «huevo», el símbolo que encarnaría la figura de lo fálico. «Ella necesita un hombre».
Así, la masturbación pierde su naturaleza de exploración y de satisfacción sexual, y se vuelve una acción mutilada. Es más, en la película, se vuelve un método, controlado por los minutos que marca el reloj en forma de huevo (¿más obvio?). La vida sexual de la muda de Elisa solo puede ser completada con la aparición del huevo real y gigante, encarnado en el anfibio, un ser mítico y fantástico. En el mundo de La forma del agua, la satisfacción sexual de Elisa, muda y marginal, empleada de limpieza y latina, solo puede darse con la llegada de un extraño, porque en el mundo de los humanos, ese complemento no existe. ¿Triste no?
En cambio en Tres anuncios por un crimen, la dimensión social y política del personaje de Mildred, encarnado por Frances McDormand tiene otro cariz. En la propuesta de policial y thriller, con toques de comedia negra de Martin McDonagh, la lucha de Mildred no solo es personal, es una lucha contra el sistema. Para Mildred, el problema no es solo la red policial racista y homófoba que impera en Missouri que no logra resolver el feminicidio de su hija adolescente, sino también los demás estamentos sociales que lo mantienen así: la iglesia, el entorno profesional, o la escuela, incluso. Por eso, a lo largo del metraje la lucha de Mildred parece adquirir un tono misándrico: pareciera que su repulsión por este sistema patriarcal es extrema. Los culpables son todos los hombres del mundo. Sin embargo, esto es solo una posibilidad que poco a poco se va disipando. Y es una pena, para las feministas, claro y para este tipo de lecturas, porque en todo caso Tres anuncios por un crimen es un film muy logrado, pero no funciona dentro de la posibilidad de darle un halo antipatriarcal. Ya que lo que era una meta y lucha social, se va volviendo el retrato de una soledad.
Así como el personaje homófobo y racista de Sam Rockwell sufre una dramática transformación moral, Mildred también va cambiando ante esta posibilidad de quedarse sola en la lucha. Ella cobra conciencia de que subvertir el orden de las cosas no es posible, por ello su solidaridad con el personaje del policía más odiado por los afroamericanos y mexicanos la hace volverse su aliada e incluso logra arrancarle la primera sonrisa de todo el metraje. Mildred han sonreido, es otra, pero el sistema sigue igual.
Lo que queda claro es que el meollo del film no es ninguna lucha feminista, ni denunciar el terrible e ineficaz sistema policial de EE.UU. (por ello, la investigación policial o encontrar al asesino de la hija de Mildred no es relevante) sino describir cómo dos personajes maltratados pueden encontrar un tipo de conciliación, en este caso, para cobrar una justicia que por las vías legales no llegará.