Por Mónica Delgado
Desde hace tres años, el Festival Hecho por Mujeres se ha convertido en un espacio para hacer visible el cine de mujeres peruano y latinoamericano, sobre todo que coincida con su apuesta activista en tiempos de discusiones entre feminismos y enfoques interseccionales. No se trata solamente de reunir bajo la amplia nomenclatura de “cine de mujeres” a un grupo de films, sino de brindar una panorama sobre posiciones temáticas y expresivas sobre representaciones, discursos, modos de producción desde las mujeres y las disidencias. Su apuesta en este tiempo se centró en difundir el trabajo de jóvenes creadoras de diversas partes del país, y también en recuperar figuras poco valoradas dentro del canon cinematográfico oficial local como María Barea, una de las fundadoras del grupo Chaski, o de Nora de Izcue, una de las primeras mujeres documentalistas en el país.
Mirando en panorama estos tres años, y como confirmó Fabiola Reina, directora del Festival Hecho por Mujeres, en uno de los talleres de crítica de cine que dimos con Ivonne Sheen, el festival ha ayudado a reducir brechas de visibilidad de este trabajo en el audiovisual, pero también ha ayudado a identificar a mujeres creadoras en las regiones del país, desde sus primeras obras o trabajos universitarios, desde los largos o cortometrajes, a través de la gestión de sedes descentralizadas, y también al generar nuevas redes de conexión, de diálogo y debate. Si bien la virtualidad no ha permitido repetir esta coordinación con sedes en regiones en esta edición 2021 (en algunos casos fueron más de una decena de locales), el festival ha realizado conversatorios y seminarios logrando una cartografía regional, pero también latinoamericana, con panelistas de Perú, Bolivia o Ecuador, para poner en la palestra temas desde la crítica, la programación y gestión cultural. Estos diálogos muy valiosos compensaron la falta de retrospectivas o de secciones paralelas en la edición 2021, puesto que a futuro podrían enriquecer las perspectivas de diálogo que nacieron como necesarias desde los seminarios.
Conversando también con Fabiola Reina nos comentó que más que una propuesta centrada en revelar un cine de mujeres y disidencias desde solo un criterio cinéfilo, sostuvo que al equipo de festival siempre le interesó partir de criterios más relacionados con los contextos, desde el activismo, la búsqueda de reivindicación, desde el análisis de la problemática de las mujeres en el audiovisual y con conciencia de los pocos espacios que hay en el país para difundir estas obras desde perspectivas feministas, de género, de paridad, por ejemplo. Es evidente que el festival responde a un compromiso de sus organizadoras, que empata con la necesidad de que en el contexto peruano haya un cambio que permita solucionar la problemática que aqueja a las mujeres en el sector, que suele estar en mucha desventaja ante un ordenamiento patriarcal y hegemónico, y que como dejaron en evidencia en sus seminarios sobre crítica, programación y gestión, se expanden más allá del mero visionado de films o del ámbito de la realización.
Más bien con lo que hay que lidiar es que el festival se vea como un gueto, y afirmar aún más que el festival pueda ser visto por la ciudadanía como un espacio de reunión y de visibilización, y no solo como una cuota necesaria en el sector. Más bien ayuda a medir la temperatura de los intereses de las estudiantes en las universidades, sobre qué motivaciones se desarrollan los discursos de los films, y también analizar si los mismos las películas hablan de cambios o si mantienen las mismas ideas de status quo que sostienen esta invisibilidad. Y lo más importante, que el festival sea reconocido como agente de cambio social, fuera y dentro de la pantalla, en un entorno donde es urgente exponer las dimensiones y problemáticas desde un trabajo colaborativo.
Este año, pudimos ver algunos cortos y largos de sus competencias, pero en este texto me detengo en un par de trabajos peruanos, que me permiten comentar algunos puntos en relación a la propuesta misma del festival. Por un lado, el enfoque feminista, que atraviesa las motivaciones y recursos de estilos usados, y por otro, la necesidad de mostrar visiones desde personajes femeninos. Comienzo con uno de la selección oficial de cortometrajes latinoamericanos.
En Re(V)bela (2021), Nicolé Hurtado Céspedes propone un análisis de percepciones sobre miradas y posiciones de mujeres en un contexto de feminismos, a modo de focus group, donde nosotras como espectadoras asistimos a un experimento. El dispositivo queda evidente desde el inicio: el equipo de producción y la directora seleccionan a tres de mujeres de un portafolio amplio de candidatas, quienes son invitadas a un almuerzo que funciona como “hora del lobo”, es decir, como espacio para desencadenar momentos donde quedan expuestas las verdades, algunas incómodas. Cuando las mujeres representantes, en algún sentido, de diversas generaciones se reúnen en la casa de una de ellas para el almuerzo, el equipo de producción desaparece de escena y se ubica en un lugar de expectación, como nosotras, detrás del imaginario “cristal espía”, como analistas científicas en busca de resultados de este encuentro planificado previamente. Y, precisamente, lo que vemos en estos treinta minutos es la distancia y acercamientos entre cada una de ellas, entre una generación y otra, una adolescente skater y admiradora del anime o K-pop, una joven profesional que aún no se recupera de un trauma de violencia, y una mujer de cincuenta, frontal y vehemente, que se ubica con una posición más fuerte entre las otras dos.
En este encuentro hay interpelaciones, denuncias, cuestionamientos, arrepentimientos y autoafirmaciones de distinto calibre. Asoman sentidos comunes sobre el papel de víctimas, el empoderamiento y la confrontación de la violencia, sobre todo doméstica, y también algunas intenciones, sobre todo del personaje mayor, para desmantelar algunos preceptos, lo que permite diferenciar que hay aquí diversas miradas sobre el feminismo y la situación de las mujeres en el movimiento. La mayoría de afirmaciones remiten al ámbito de lo personal, de lo familiar o de pareja, y en muy pocas ocasiones hay algún comentario a la estructura patriarcal que oprime en todo sentido. Así, Re(V)bela va mostrando el sentir de estas tres mujeres desde su posición social y en relación a los hombres que mencionan: padres, enamorados y esposos.
Cuando ya todo está revelado, el dispositivo empleado al inicio retorna, con la reaparición del equipo de realizadoras en la casa de la mujer mayor que sirvió de espacio de encuentro. Allí se analiza algunas situaciones, pero a la vez se va asumiendo una jerarquización implícita, que poco a poco se va materializando en el plano final de Re(V)bela, planos de la mujer elegida como voz que les resulta más empática a los fines del corto: una posición de rebeldía ante un sistema de afectos de represiones y verdades a medias. Y es aquí que nos queda la impresión de haber asistido a un juego de laboratorio, donde las mujeres se convierte en objetos de observación, de reacciones, posturas, idealismos, prejuicios. Algo de esta intención asoma en Lo que no pude contar (2020), de Antonella Bertocchi, y que pudimos ver en Lima Alterna,y que también se presentó aquí en la sección cortos universitarios. La vía terapeútica para expulsar miedos y apostar por un proceso de sanación, pero de la mano de mujeres que deben ser expuestas explícitamente desde diversos métodos, ya sea el encuentro desde este “cristal espía” como en el corto de Nicolé Hurtado Céspedes o desde una suerte de banquillo confesional, como en el corto de Antonella Bertocchi.