PHILIPPE GRANDRIEUX SOBRE MASAO ADACHI

PHILIPPE GRANDRIEUX SOBRE MASAO ADACHI

 

Por Ricardo Adalia Martín

Las mejores cualidades de las personas están ocultas dentro de sí mismas. Los países que han vivido bajo una larga tradición de regímenes totalitarios han visto cómo se utilizaba cada una de sus formas artísticas para contenerlas férreamente. No nos referimos a pensamientos o formas sofisticadas de la razón, sino a esos gestos y sentimientos que son capaces de acercar las diferencias entre seres humanos desde cierta lógica de la sensación.  Japón, junto a la antigua Unión Soviética, representa el paradigma de dos naciones “formalizadas” por su Arte. En otro tiempo, para romper con todas las formas heredadas y una tradición, bastaba con colocar al cuerpo en el centro de un discurso, llevándolo al límite de su resistencia física a través de la experimentación con el sexo o las drogas. Las nuevas olas japonesas, a las que nos acercamos en este número, entendieron perfectamente que la descosificación de los cuerpos era la única manera de provocar la llegada de otra política. Pero, ¿qué hacer en nuestro tiempo?: ahora, que los cuerpos son violentados en todo momento por cualquiera de los infinitos estímulos que gobiernan un espacio visual emancipado, que cada arte ya no dispone de formas concretas a las que adaptarse, y que las tradiciones han sido completamente diluidas en un tupido tejido de actualidad.

Masado Adachi ha sido testigo privilegiado de esta evolución en las difíciles relaciones entre arte y política desde finales de las década de los 60. Al mismo tiempo que forma parte de los movimientos de la nueva izquierda japonesa rueda alguno de sus filmes más conocidos (con títulos lo suficientemente evocadores) como Sa-in (Blocked Vagina, 1963) o Datai (Abortion, 1964). En 1971 se retira, dirigiendo junto a  Koji Wakamatsu Red Army/PFLP: Declaration of World War, un documental sobre la guerrilla Palestina. Hasta que reaparece en 2007 con Prisoner/Terrorist, un acercamiento al terrorista Kozo Okamoto,[i] con el que compartió militancia dentro del Ejército Rojo Japonés. Tres años después escribe el guión de Caterpillar, de su amigo Wakamatsu. En 2011 Philippe Grandrieux le convierte en protagonista de Il se peut que la beauté ait renforcé notre résolution – Masao Adachi.

¿Qué queda de todas esas formas  de “revolución” en las que creyó, participó y filmó? La pregunta, enunciada de esta manera, no sería del todo correcta: Adachi camina por la noche de ese Tokio lleno de cuerpos que se cruzan fríamente, sin mirarse a la cara. Allí es una figura dentro del paisaje urbano con el que ya no puede establecer vinculación alguna. Habla para la cámara de Grandrieux reflexivamente y propone acabar con el lastre en que se ha convertido la melancolía de la resistencia. En un régimen de visibilidad total, conformado como una superficie estética inasible, que incluso se encarga de iluminar la oscuridad, solo queda construir nuevos espacios de sombras que no se dejen dominar ni subsumir. Únicamente la belleza susurrada por las imágenes se podrá hacer cargo de esta tarea. Esa belleza podrá conseguir que la vida se detenga momentáneamente, distanciándose, como si diera un paso atrás, de lo que ocurre sin cesar en las pantallas. En esa distancia es donde pueden aparecer las mejores cualidades de las personas.


[i] Más información sobre la relación Okamoto-Adachi y el contexto en que se movieron: http://www.nodo50.org/csca/miscelanea/libano-erj.html