Por Mónica Delgado
Hace algunas semanas el Ministerio de Cultura del Perú y la Comisión de Promoción del Perú para la Exportación y el Turismo (Promperú ) lanzaron con bombos y platillos el anuncio de una parte del rodaje en Cusco y San Martín del séptimo film de la saga de Transformers: El Despertar de las Bestias. “Nuestra historia milenaria ha colocado al Perú en los ojos del mundo. Desde el Ministerio de Cultura, y de manera coordinada con otras entidades públicas, velaremos para que nuestro patrimonio destaque durante estas filmaciones. Esperamos que este proyecto impulse de manera decidida la industria audiovisual peruana”, añadía orgulloso el ministro de Cultura peruano Alejandro Neyra en la conferencia de prensa virtual.
En tiempos de pandemia, no nos queda más que afirmar que todo vale para lograr reactivar la pequeña “industria” que existe en Perú, y que a inicios del estado de emergencia se sostuvo a punta de selectas ayudas COVID (por concurso) y gracias a los préstamos de Reactiva Perú. Todo sirve para levantar el ánimo en medio de un contexto que significó la paralización de rodajes de producciones comerciales e independientes, la reelaboración de proyectos y la aceptación de una nueva dinámica forzada por el estado de emergencia. Un sector que a su vez pudo seguir adelante y descubrir el potencial de la virtualidad, el streaming y otras maneras de acercar las películas a los espectadores lejos del multicine y las carteleras de los jueves. Pero, más que esta incursión de los Transformers como beneficio del sector audiovisual, se trata de una apuesta turística, que busca atraer más visitas, como parte de una estrategia de reactivación del turismo en medio de la pandemia.
Sin embargo, más allá de la intención que busca favorecer el desarrollo del Perú como locación, esta actividad luce descolgada de la política nacional del cine y audiovisual (por así decirlo, ya que tenemos una actual ley de cine donde apenas se menciona el papel de una film commission o se menciona articulación alguna con los ministerios de Comercio Exterior, de Turismo o de la Producción). Aún no contamos con una film commissión o una oficina especial destinada a articular y cumplir este propósito: fortalecer una dinámica de visibilización del Perú como locación, que se genere desde los especialistas del sector, que apueste a revalorar la experiencia de los profesionales del sector audiovisual nacional; pero que sobre todo brinde estímulos de tipo tributario, donde se garanticen rodajes en coordinación con gobiernos regionales y locales desde procesos normativos y protocolos pre establecidos. A lo mucho se ha creado una página web Film In Perú, que formó parte de una campaña de locaciones en diversos eventos internacionales como Cannes Lions, con fines publicitarios.
Por otro lado, el estado ha destacado que para este proyecto, Paramount Pictures está trabajando con la productora peruana Apu Productions, es decir, habría que ver qué figura jurídica funciona aquí: si solo se trata de tercerizar servicios a través de una empresa local o si se trata de un piloto del funcionamiento hacia una futura film commission. No se ha difundido tampoco el tipo de beneficios (tributos o reembolsos de impuestos) que estaría recibiendo Paramount Pictures, y no sabemos si esto ha significado algún costo al estado. Según la subpágina de Promperú dedicada a promover locaciones para el cine, se ofrece en general a las productoras “Amplia variedad de climas y paisajes. Un grupo de técnicos capacitados. Costos de producción relativamente más bajos que en otros países. Buena infraestructura”.
Como práctica opuesta de aquellas que entusiasman a los servidores públicos peruanos, está la experiencia de Memoria, dirigida por el tailandés, ganador de la Palma de Oro, Apichatpong Weerasethakul, que acaba de ganar un nuevo reconocimiento en Cannes y la visibilidad mundial de una producción colombiana. ¿En qué consistió este proceso? Según la información de ProImágenes, Memoria fue beneficiaria del Fondo Fílmico Colombia (FFC), incentivo del Gobierno Nacional, “que consiste en la devolución en efectivo de recursos equivalentes al 40% de los gastos de una producción en servicios audiovisuales y al 20% de los gastos de una producción en servicios logísticos audiovisuales”. El film fue rodado en ocho semanas en 2019 entre Bogotá y Pijao y rodado 100% en ese país. Además, esta coproducción forma parte de un sistema de política pública estructurado, que implica fondos, normatividad, capacidades y diversos estamentos orientados a promover el cine colombiano desde hace ya algunos años.
Tras este logro en la competencia oficial del festival de Cannes, con el Premio Especial del Jurado, los medios informativos del mundo han señalado que “se trata del reconocimiento más importante recibido por el cine colombiano en su historia”. El film compitió junto a 24 películas. Y de todas formas, es un estímulo impresionante, tanto por el recibimiento de la crítica, los periodistas y jurados del festival. También vale añadir que la película es una producción de Kick the Machine Films, empresa tailandesa de Apichatpong, y la productora colombiana Burning Production, liderada por Diana Bustamante, y con participación de actores, técnico y demás profesionales del país. El film también tiene el apoyo en la producción de Illuminations Films (Past Lives), en coproducción con Anna Sanders Films, Match Factory Productions, Piano con Xstream Pictures y IQiYi Pictures, entre otros.
Por el tipo de estrategia de desarrollo del cine y audiovisual peruano que se viene aplicando en los últimos 20 años, vía estímulos o fondos concursables sobre todo para el cine independiente (entre 7 y 20 millones al año según la ley), podría pensarse que experiencias similares a Memoria, podrían ayudar a cumplir la demanda por una articulación intersectorial, con miras al fortalecimiento de un tipo de cine que ha sido priorizado por la estrategia del Ministerio de Cultura. No basta con la presencia de films peruanos una vez cada cinco o seis años en competencias oficiales de los festivales más importantes del mundo. ¿Algún día estaremos en la competencia oficial de Cannes? Y por otro, es labor urdir lineamientos y estrategias para visibilizar en circuitos internacionales de producción, distribución y exhibición el potencial del cine peruano y sus profesionales, desde este tipo de coproducciones que se sostienen en medidas tributarias. ¿Podemos apuntar a eso?
En la actual ley de cine peruano, dada por decreto de urgencia en el gobierno de Martín Vizcarra, en el artículo 17 sobre la Promoción de la Actividad Cinematográfica apenas se menciona responsabilidad alguna del Mincul para lograr una dinámica de articulación o para cimentar la existencia de estamentos que piensen al Perú como locación más allá de lo turístico. Aún prima la lógica de las locaciones como exotización de nuestros paisajes, como depredación visual, como telón de fondo para Optimus Prime, y no en una lógica cultural, de intercambio de identidades o que dinamicen mercados internos, como parte de un sistema y no como ínsulas para la pompa promocional. Por ello, las expectativas que ponemos en la nueva gestión 2021-2026 apuntan a que se materialice la importancia de una estrategia más amplia y del valor de espacios como esto para visibilizar al país y a la producción local (la mayoría de film commissions en el mundo son responsabilidad de instituciones públicas, con recursos estables asignados anualmente).
En tiempos actuales, el cine ya no debería ser visto como un vehículo de propaganda turística. El ejemplo de Memoria habla de la mirada creativa e íntima de un cineasta sobre la situación social y política de un país, sobre cómo se puede transmitir estas impresiones, sentimientos, sensibilidades, y de cómo se comparte eso con espectadores de todo el mundo. Una política en torno al cine que no tiene la necesidad de apelar a premisas básicas de marketing que objetivizan a un país como parte de una postal, como aquellas imágenes con filtro que tanto agradan a Promperú.