Nota del editor: En el marco de la IV edición del Festival Internacional do Filme Documentario e Experimental de Goania, en Brasil, compartimos este texto que Mónica Delgado realizó para su catálogo y que el festival gratamente nos autoriza a difundir. La cineasta estadounidense Lee Ann Schmitt acaba de liberar sus documentales en tiempos de aislamiento y no queremos perder la oportunidad de aportar a difundir su maravilloso trabajo.
Por Mónica Delgado
Lee Anne Schmitt es una notable retratista de la decadencia posindustrial de Estados Unidos. La cineasta estadounidense configura en sus documentales una política del espacio y del paisaje para extraer un diagnóstico social de su país desde los vestigios. Establece una arqueología del entorno a partir de cadáveres de cemento o de lugares abandonados, testigos de la desaparición. A la vez, en medio de este análisis exhaustivo de la historia de un país desde las ausencias y transformaciones dramáticas del espacio, Schmitt dota a esta cartografía de una voz reflexiva, cauta e íntima, que brinda al relato el toque lúcido ante las estructuras gastadas de un pasado reciente, ya sea para denunciar el racismo o las consecuencias de un capitalismo desmedido.
La cineasta propone una visión política desde el paisaje como revelador de un estado de la cuestión social. En los films de Schmitt, el pasado habla y disloca el presente, a partir de planos donde ni siquiera son necesarios los testimonios para dar fe de la decadencia que ha transformado el hábitat. Los espacios inhóspitos, derruidos y abandonados expresan a gritos un fracaso que el tiempo extiende y clarifica.
Schmitt coloca al espectador en un estado liminal: la labor de reconstruir la historia desde las pistas que nos proporciona, para imaginar un pasado donde no hay lugar para la gloria o la nostalgia. Más bien la labor de la cineasta es aplicar un método para desmitificar el paisaje o convertirlo en una experiencia anti romántica. Ejemplo de esto aparece en los primeros minutos de su película California Company Town (2008), donde el paisaje es bucólico o natural (con fauna y extensa flora) solo a través de la exposición de algunas pinturas. El registro de la realidad solo encuentra ambientes compuestos por tractores, árboles talados o máquinas petroleras.
Además, Schmitt recurre en sus películas al recurso del cineasta-narrador, que tiene la función de guiar la tesis y la justificación de la médula del film, pero también para completar una ruta metodológica desde un plano personal e íntimo. La cineasta suplanta la presencia de las comunidades nómades, que ya no están dentro de la imagen, por una voz que permite darle al paisaje un aspecto psicológico contundente. Sin la voz de la propia Schmitt en las películas, las imágenes del abandono y las ciudades-fantasma estarían doblemente desnudas o vacías.
Se ha comparado el estilo documental de Schmitt con los conceptos estructuralistas de los films de John Gianvito o James Benning. Es quizás en Benning y su One Way Boogie Woogie (1977) que Schmitt encuentra inspiración en el modo de registrar los maltratos del tiempo en la Costa Oeste y sus conglomerados urbanos. Pero a diferencia de algunos trabajos de Benning, Schmitt logra hacer visible un componente más: las sensibilidades sociales transformadas por los modos de producción y exploradas desde los fantasmas de las construcciones habitacionales. Los “company town” que pueblan varios de sus trabajos, devienen no solo en la prueba de un tipo de fracaso económico sino en la aparición de un nuevo tipo de desierto como metáfora cruda de la imposibilidad del asentamiento urbano y del éxito industrial. Arquitecturas que no brindan cobijo a nadie.
Pero hay otro elemento que usa Schmitt y que establece una filiación con el estilo documental de otros cineastas estadounidenses como Travis Wilkerson o de Thom Andersen. Para Schmitt, la inserción de la experiencia personal, también proporciona la transformación del paisaje. La deconstrucción o revisitación de la historia, como sucede en California Company Town o en Purge The Land (2017) no se sostienen totalmente en esta dependencia descriptiva del entorno, de fábricas o pueblos obligados a convertirse en ruinas, sino en la explicación o testimonio de una voz que desglosa, investiga y recompone esta radiografía urbana.
En California Company Town, la cineasta elabora un mapa imaginario de más de una docena de pequeños pueblos fantasma, huellas de periodos industriales y poscapitalistas, donde casi no hay necesidad de la presencia de las personas que los habitaron. Asentamientos humanos creados y mantenidos por años por las mismas empresas que requerían mano de obra cercana para sus fábricas de materias primas. Desde los tiempos de la industria maderera o minera hasta los conglomerados de Silicon Valley, Schmitt explora la fisonomía del espacio registrando, en 16 mm, la textura de estas ausencias a la luz de los años, pero también desde la ventaja del material de archivo.
Lo que Schmitt registra en California Company Town son los rezagos de la prosperidad, de la depredación extrema. Si se termina la industria que los sostiene, se acaba todo tipo de cadena comunitaria. Así, la cineasta recorre cementerios de cemento, que incluyen ruinas de escuelas y zonas de esparcimiento, ya ahora fusionados con la figura del desierto y su soledad. Espacios que quedan sometidos a las reglas y resultados de los modos de producción, donde el mercado y sus ritmos marcan la existencia de las comunidades. La figura del desierto, pero no como espacio natural que gobierna la estepa californiana, sino como rúbrica de un símil natural: el triunfo del desierto como analogía de las consecuencias de un capitalismo exacerbado.
La naturaleza desértica de California luce en el cine de Schmitt como una imposición. Es decir, el desierto triunfa una y otra vez pero no desde su existencia libre y natural sino porque históricamente las mecánicas productivas condenan al espacio a mantener su lado inhóspito y solitario, libre de personas.
Kevin Lynch en su libro La imagen de la ciudad sostiene que “El paisaje actúa como un vasto sistema mnemotécnico para la retención de la historia y los ideales colectivos[1]”. Podría decirse que Schmitt adopta un nuevo sistema, guiado por un hilo cronológico, para elaborar un “crescendo” en las transformaciones de las tendencias en los modos de producción, que tuvieron su apogeo desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad. Pasar de las industrias madereras a las consecuencias de las tecnologías y millones de dólares que surgieron de Silicon Valley, por ejemplo, habla de una modificación y fragilidad modeladas por las dialécticas de las industrias económicas. Este sistema mnemotécnico que Schmitt va configurando en cada plano de estos catorce conglomerados urbanos permite no solo indagar en la memoria de estos lugares, sino construir una nueva desde las ausencias y fantasmas.
El cine de Schmitt también se basa en la premisa de la comparación. A pesar que el espectador no tiene el recuerdo de antaño, aparece la posibilidad de imaginar desde estos vestigios un pasado nada gratificante, sobre todo porque se trata de espacios pensados no para el bienestar del ciudadano, sino para funcionalidad del hombre o mujer como obreros o partes de una mecánica laboral o social que al final de cuentas no transforma, sino solo desplaza. En Purge the Land, Schmitt confirma que el racismo, pese a las luchas, muertes y activismo reflejado en diversos monumentos, museos o memoriales no han servido de nada. Las columnas que sostienen al racismo parecen permanecer intactas.
En estas variaciones sobre la resemantización de la memoria de los paisajes, Schmitt realiza una crítica contundente sobre la ineficacia de la historia para transformar sentidos comunes. El relato sobre la vida de John Brown, el histórico abolicionista que muriera ejecutado en 1857, se confronta con los vestigios en un presente donde el racismo sigue siendo una amenaza. La vida familiar de la cineasta, que tiene un hijo y esposo afroamericanos, se percibe vulnerada ante una memoria que no ha logrado mantenerse a flote. Algo de este miedo asoma en el cortometraje womannightfilm (2014), donde Schmitt realiza un registro nocturno, en una mini road movie, que culmina con la expresión de terror ante un acoso.
Por otro lado, también Purge the Land propone un trabajo muy logrado del uso de la música y el sonido como nuevas capas para la interpretación. Persiste la sensación de que la música, compuesta por Jeff Parker, ex músico de Tortoise, compositor y pareja de la cineasta, cobra una dimensión instantánea como si hubiera sido registrada junto a la voz en off, creando una misma atmósfera en un fuera de campo inmenso. En The Fansworth Score (2017), sucede una experiencia similar. Allí, Schmitt hace más concreta la relación con la música que ha establecido en sus anteriores trabajos, pero esta vez de la mano del artista visual Rob Mazurek.
En cambio, en The Last Buffalo Hunt (2011), Schmitt sí marca un paréntesis en su estilo paisajístico, aunque el cuestionamiento de la desaparición de algunas tradiciones y lugares de EE.UU. a través del entorno permanece. Si tanto The Wash (2005), como California Company Town, Three Stories (2012) o Purge The Land marcan un estilo observacional mezclados con el ensayo fílmico y la narración en off reflexiva e íntima como recurso, en The Last Buffalo Hunt la cineasta apuesta por otro tipo de documento. Entrevistas y el registro de momentos de caza o costumbres nocturnas ayudan a construir el proceso de descomposición de una identidad comunitaria. El viejo Oeste y sus hombres ya en crisis, viviendo la intervención del turismo y sus cadenas de comercios. Más bien el tema de la caza como atracción turística, con su crudeza y patetismo, pareciera ser solo una primera capa, incluso muy perturbadora, sobre este EE.UU. incluso frívolo y deshumanizado, pero para Schmitt se trata también en ir desnudando la sensibilidad de resistencia de un tipo de estadounidense a punto de extinguirse.
Este panorama permite ratificar a Lee Anne Schmitt como una de las cineastas estadounidenses con un universo autoral compacto, que disecciona las fantasías de comunidad a partir de los restos urbanos, para demostrar la imposibilidad de retener la memoria, pese al cemento y ladrillos que la intentan preservar.
[1] Lynch, Kevin. La imagen de la ciudad, editorial Gustavo Gilli, Barcelona, 2008.
Los films de Lee Anne Schmitt aquí.