LIBERTAD DE CUERPO Y ALMA: DOS FILMES DE CECILIA BENGOLEA Y CHRISTELLE LHEUREUX

LIBERTAD DE CUERPO Y ALMA: DOS FILMES DE CECILIA BENGOLEA Y CHRISTELLE LHEUREUX

Shelly Belly Inna Real Life (2020)

Por José Sarmiento Hinojosa

Escribo sobre dos películas de 2020, decididamente diferentes entre sí, pero que comparten un elemento común, que las hace excepcionalmente buenas. Ambas me impulsaron a escribir un artículo (en esta serie de diálogos imposibles entre películas que planeo hacer): se trata del documental de danza/coreografía Shelly Belly Inna Real Life de la cineasta, bailarina y coreógrafa argentina Cecilia Bengolea y de 80.000 ans, una película de ensueño en pantalla dividida de la francesa Christelle Lheureux.

A primera vista, uno podría verse obligado a decir que hay más cosas que separan estas películas, que aquellas las unen. De hecho, las dos no podrían ser más diferentes: Shelly Belly Inna Real Life es un retrato de diferentes grupos de danza y bailarines en Jamaica que habitan diferentes espacios rurales y urbanos, y 80,000 ans es el retrato de Céline, una arqueóloga que trabaja en unas ruinas prehistóricas en una playa en Normandía. Pero, sí efectivamente estos dos trabajos son criaturas diferentes, cada uno con su propia lógica narrativa e instancias poéticas, sin embargo, puedo situarme frente a ellas y trazar una línea paralela en la forma en que tanto Bengolea como Lheureux han lanzado sus hechizos en el uso del espacio, a lo largo de la duración de cada película. El espacio, o el hábitat del espacio, es fundamental tanto en Shelly Belly… como en 80.000… porque su uso fragmentado es primordial para la intención de ambas cineastas. Ya sea trabajando en las infinitas posibilidades de la memoria, su rescate, los sueños o la imaginación, o trabajando en las aparentemente infinitas posibilidades de apropiarse de un espacio urbano con el cuerpo, la fragmentación y la reconstitución del espacio, que funciona como elemento fundamental.

Shelly Belly Inna Real Life (2020) es otra maravilla de la mente coreográfica de Cecilia Bengolea, cuya obra maestra absoluta Lighting Dance (2018), vista en la reciente edición de DOBRA, ya había explorado las posibilidades del cuerpo en un canto omnipresente de sensualidad, eros y liberación, entre los implacables poderes de la naturaleza (atmósfera enrarecida, lluvia, truenos): ya era un manifiesto por sí solo. La danza, como ritual, rito, experiencia de exorcismo, manifestación de lo sublime y último conducto del enthusiasmos. Mientas que en Shelly Belly Inna Real Life, Bengolea da un paso más allá con una excelente manipulación de la cámara, utilizando metraje de drones y una máquina de mano para capturar los cuerpos en movimiento. El dron permite a Bengolea traspasar diferentes espacios como paredes y puentes con facilidad, lo que nos permite un punto de vista privilegiado en las diferentes rutinas de baile de los grupos. Tomemos a Erika Miyauchi, cuya mezcla de ballet y danza contemporánea es inmediatamente explosiva, pero también diez veces aumentada por el movimiento de la cámara. Nuevamente, como en Lighting Dance, somos testigos de una danza, no solo del cuerpo, sino también de la máquina, del dispositivo que graba y coreografía su propio movimiento siguiendo a los intérpretes. También hay un plano secuencia que seguirá el camino de Alii y Lee Twinstarzz hasta su casa, donde volverán a comenzar a realizar una danza sensual y urgente. La cámara como cómplice del movimiento.

Pero, es en la gestión espacial de las actuaciones, que está impecablemente editada por Cecilia y Theo Carrere, donde podemos encontrar un significado más profundo en los cuerpos de danza de los intérpretes. En cada baile, o al menos en muchos de ellos, la toma corta a un espacio diferente: Erika Miyauchi entre dos partes diferentes de un barrio urbano, las Twinstarzz entre el frente de su casa y un jardín cerca de una carretera. Estos están editados de manera que es difícil notar las transiciones de los planos, por lo que los espacios vuelven a aparecer una y otra vez, lo que da la noción de que estos cuerpos habitan dos lugares al mismo tiempo. Y en esto es lo que creo que radica la importancia de la estrategia de Bengolea: al colocar estos cuerpos en diferentes espacios al mismo tiempo, les permite apropiarse del espacio de una manera muy particular. Pensemos en una metáfora, donde la danza y los cuerpos subliman el movimiento de maneras que se acercan al infinito, la última conexión entre el ser humano y el cosmos. En esta realidad rural/urbana en las calles de esta ciudad jamaicana, la danza es lo que hace que estas performances estén en diferentes lugares al mismo tiempo, en una bilocación milagrosa, que es el efecto de pura energía y vibración. Edificios abandonados, espacios urbanos, la carretera (junto con una intervención policial), espacios rurales, espacios públicos, todo está abierto y es una posibilidad abierta para la energía y comunicación de la danza.

80,000 ans (2020)

80,000 ans (2020) funciona de una manera muy diferente usando estrategias similares. No debería ser un secreto que Christelle Lheureux ha hecho una apuesta firme por el poder de la imaginación y los sueños, lo onírico y surrealista, que se adueña un poco de su maravillosa puesta en escena. Esta vez nos enfrentamos a una pieza espacio-temporal, donde el tiempo dislocado, el tiempo de la vida real, el tiempo de la imaginación y el onírico se entrelaza en una determinada narrativa que es sueño, ensueño, memoria y realidad, todo en simultáneo. Pero las comodidades o inconvenientes del desarrollo espacio-temporal no es lo esencial en la película. Lheureux abre muchos caminos para articular su película desde distintas posibilidades, cada una de las cuales pertenece a un ámbito propio del que crea la cineasta. De nuevo, ¿estamos soñando, imaginando, recordando, viviendo? Decodificar esto no debería ser un problema porque 80’000 ans habita todas estas posibilidades con cierta melancolía, donde la analogía de la arqueología como una forma de reconstituir ciertos momentos de la antigüedad se convierte en cine, y también la forma de Christelle de construir una historia a partir de pistas, a partir de fragmentos, cepillando con cuidado los restos de una historia para darle un cierto orden, o posibilidad.

Céline, la arqueóloga, y Christelle, la cineasta se reafirman con estrategias similares. Para Lheureux, esto ocurre, nuevamente, reconstituyendo y fragmentando el espacio, como en la película de Bengolea. Yendo y viniendo por los mismos espacios habitados por Céline: la cineasta crea (y recrea) diferentes posibilidades, como un rompecabezas cinematográfico que debemos armar. El recurso de la pantalla dividida (aunque no está presente en todo momento) juega a la perfección con esta intención, permitiéndonos a veces ver un plano/contraplano simultáneo, pero, lo que es más interesante, permitiéndonos crear asociaciones libres entre la imaginación de Céline, sus sueños y la realidad: los fuegos artificiales y la caminata por la playa, ella corriendo por la escuela y en la cama, sus diferentes encuentros con amigos de la infancia. Terminamos con Céline despertando en la playa, en un plano nostálgico donde nos preguntamos si todo fue, de hecho, un ensueño.

Dos grandes mediometrajes que se reafirman en el uso del espacio, a su manera.

Shelly Belly Inna Real Life
Dirigida por: Cecilia Beingolea
Con: Major Mission, Erika Miyauchi, Kissy McKoy, Craig, Nick, Jay, Shaky y Prince Blackeagle, Cecilia Beingolea, Shelly Belly, Overload Skankaz Oshane, Overload Skankaz Teroy, Giddy Elite Team, Alii y Lee Twinstarzz, Shanky, Winkyy y Larry Equanoxx
Cámara: Justin Meekel, Edilson Boz, Ruy Wu, Fhd-Paris
Edición: Theo Carrere, Cecilia Beingolea

80 000 ans
Dirigida por: Christelle Lheureux
Reparto: Laetitia Spigarelli, Aurélien Gabrielli, Andy Gillet, Inès Berdugo
Sonido: Antonin Desse
Productores: Christelle Lheureux, François-Pierre Clavel, Les films des lucioles, Kidam