Por Mónica Delgado
Uno de los aciertos del 5° Lima Independiente es la inclusión de una nueva sección denominada Diálogos, que busca entablar relaciones ya sea conceptuales o argumentales entre dos filmes, al modo de la sección Pasiones de la edición del año pasado. Quizás una buena opción hubiera sido proyectar las dos películas asociadas de manera continua, para poder expandir la propuesta que busca corresponderlas y articularlas. Pero igual, esto no es impedimento para poder verlas en conjunto y realizar el ejercicio de este nueva dualidad.
Una de estas relaciones aparece al liar dos filmes de Europa del Este como Zivan makes a punk festival del serbio Ognjen Glavonic y Mitch: The diary of a schizophrenic patient del croata Damir Cucic, filmes de estética y sentidos totalmente opuestos, pero que tienen en común ser retratos de dos personas que sufren una enfermedad mental. Ambos son documentales, pero cada cineasta tiene una opción distinta para observar la naturaleza misma de la esquizofrenia, en una, como vía de terquedad creativa y vivaz, en otra, como terapia para la exhumación de temores y filias.
En Zivan makes a punk festival (Serbia, 2003), seguimos al muchacho cuyo nombre da título al filme, en su desvarío obtuso por continuar con la serie de conciertos que realiza año a año desde 2009 en un pueblo lejos de Belgrado. El cineasta Ognjen Glavonic decide seguirlo durante tres días previos de coordinación y logística, y que al final de cuentas permiten imaginar la improvisación y la falta de recursos para un evento que busca ser todo un acontecimiento local. La perseverancia de Zivan y su ingenuidad son el foco de atención del cineasta, que sublima y atrapa al personaje en toda esta dimensión humana de su locura, siguiéndole en su corta cotidianidad, como acto de liberación y supervivencia, pero que también se vuelve termómetro de una sentimentalidad de lo punk, ya perdida.
Ognjen Glavonic no solo busca el registro de las actitudes y acciones de su personaje, que como un Quijote solitario, emprende la empresa de hacer un concierto punk en medio de una zona rural, y donde llegarán bandas de diferentes estirpe y ascendencia, mostradas ya en clave satírica, incluso, sino que también hay una intención de hacer un retrato generacional de esa Serbia que ver perder la rebeldía e iconoclasia, donde solo los seres distintos, como Zivan, la preservan.
En cambio, Mitch: The diary of a schizophrenic patient (2014) del croata Damir Cucic, propone una puesta en escena «directa»: la cámara, en este caso tomas desde un teléfono móvil, forman parte del proceso curativo de Mitch, que a diferencia de Zivan, está recluido en un hospital psiquiátrico. Mitch es el director del filme, el que decide a quién filmar, qué escenario registrar, qué diálogos entablar, qué personajes perseguir. Así, este nuevo ojo que asume Mitch, se vuelve en su compañero de claustro, que permanece al inicio dentro del establecimiento, para luego ir a bares, paseos, conciertos, trabajos o entrevistar a muchachas o amigos. Mitch se apodera totalmente de la cámara, y se percibe su confianza en este proceso curativo que le permite decidir en medio del tratamiento o incluso adoptar una posición de «creador» ante este nuevo reto de filmar.
Para el cineasta Damir Cucic, es necesario asumir una posición sobre cómo se ve esta mirada subjetiva desde la esquizofrenia, y ante ello propone una salida desde la animación, que remite a la rotoscopia de Waking Life o A Scanner Darkly de Linklater, por ejemplo. Mitch traduce su visión en torno a los demás desde esta calcomanía de lo real, convirtiendo a todos aquellos pacientes como él, en sucesos animados.
Quizás en ambos documentos, tanto en estos fragmentos de vida de Zivan como de Mitch, se percibe una justificación moral sobre la naturaleza misma de la locura, ya como elemento necesario e incomprendido, de ejercicio pleno del ser «outsider», en el contexto de dos sociedades pos conflictos extremos.