Por Geraldine Salles Kobilanski
A un movimiento seco, puro de rabia, le continúa un movimiento firme, de robusta ligereza, seguido por otros repetitivos, truncos, para marcar el recorrido de un cuerpo que intenta resistir ante su inminente muerte. Un cuerpo representado por cuatro mujeres: Teresa Gullace como mujer asesinada por los fascistas en 1944, Anna Magnani como actriz, Pina como personaje del film Roma Cittá Aperta, Marta Ciappina como bailarina. La cámara de Madansky acompaña el cuerpo femenino con planos fijos, cuyos movimientos mortíferos persisten a través de aquellos cinemáticos y coreográficos. Planos-contraplanos de un cuerpo que, parafraseando a su directora, resiste, corre y muere. El cuerpo cae en la fría inmovilidad del suelo, la vida se detiene, la película termina y el movimiento cesa, contenidos todos en una puesta en escena de arquitectura fascista. Sin embargo, el gesto inicial de Teresa Gullace se sigue replicando incansable, y no menos, dolorosamente. Alguna vez el cineasta francés Jean Epstein dijo que, gracias al cinematógrafo, los fines pueden convertirse en orígenes. Anna Pina Teresa (2015) de Cynthia Madansky es uno de los cortometrajes escogidos en la sección Fronteras Destruidas que dialoga con otros 22 films de, afortunadamente, distintos formatos y duraciones, entre oscilaciones formales más o menos narrativas. La programadora Andrea Franco ha trabajado con grata lucidez para armar una cartografía cinéfila que habla sobre el estado actual de ciertos territorios cinematográficos.
Los pasos italianos llegan a tierra y mar canadienses a través de Fish Point de Pablo Mazzolo. O pueden llegar un tanto más lejos, hasta el norte de África, a través de Tout le monde aime le bord de la mer (2016), de Keina Espiñeira. La luminosidad de los planos logra habitar distintos bosques: o bien crear un copioso soto vigoroso pintado en verdes brillantes o proponer un espacio sombrío e inhóspito, puesto que la luz anuló posibilidad alguna de sembrar semillas, de trazar líneas cromáticas para alumbrar un poco tanta oscuridad. Entre las imágenes que componen este sitio natural, refulge un parpadeo, a veces más prolongado otras más persistente e incómodo. Tras un parpadeo raudo, la luz deja de jugar con el soto para ir en busca de la permanencia en el mar, de sus reflejos y de su no opacidad. Es un bello mar, pero ¿a quién no le puede gustar la orilla del mar? Es la última imagen de Fish Point (2015) y la respuesta que da Boubacar antes de emprender la tan incierta y tortuosa odisea del inmigrante ilegal junto a sus amigos africanos hacia el viejo continente. Uno de ellos le realiza una pregunta inquietante a Epiñeira: ¿el film tendrá guión? Aquí no están los queridos Lento y Ventura de Pedro Costa, ni los hombres que borran sus huellas dactilares en un trémulo blanco y negro en primer plano de Sylvain George ni los simpatiquísimos Damouré Zika o Edward G. Robinson de Jean Rouch; sin embargo, cada uno de estos fantasmas llena de oxígeno el guión y la puesta en escena de esta nueva expedición exhalando, por qué no una vez más, la fecunda pobreza histórica del noble continente africano.
Nuestros amigos africanos ya no están en la orilla, sino en pleno viaje hacia, tal vez, un destino mejor. La luz del día se va consumiendo y nuestro derrotero toma un rumbo noctívago. Llegamos a la frontera entre Galicia y Portugal a través de Noite sem Distância (2015) de Lois Patiño. Las imágenes en negativo que componen el film dan un salto en el tiempo para recordarnos que a principios del siglo XX algunos de los films de George Méliès fueron coloreados por un grupo de mujeres cuadro a cuadro con dedicación y belleza cromáticas. Las imágenes (digitales) de este presente narran, en un tiempo espeso, la espera paciente de unos individuos para efectuar el contrabando de no sabemos qué pero sí cómo. La espera deviene un estado placentero en el que solo se perciben movimientos sutiles, como el ruido del agua, las conversaciones susurradas, los cabritos jugando y la lluvia que comienza a descender. Estos planos, con dedicación y belleza cromáticas, ralentizados y compuestos por pigmentos pixelados, se han convertido en los tableaux vivants de la naturaleza descomunal que esconde, tras sus rocas, el acto de espera humano.
Volvamos por un momento a la intervención directa del fílmico. En esta ocasión y en esta parte del hemisferio sur, un joven llamado Ignacio Tamarit dedica su esfuerzo y tiempo en recoger distintos trocitos de películas para emparcharlos y darles un nuevo sentido. Ese agradable monstruo se llama Triplete Plástico (2016). El nuevo film compuesto por incontables fotogramas de otras películas intervenidos lúdicamente se acerca a lo que se conoce y estudia como cine experimental. No necesariamente. A menos que se considere a Raúl Ruiz como uno de los cineastas experimentales que más libertades estéticas se atribuyó para su filmografía, el cine es experimental per se, sin necesidad de crear una categoría que contradiga a su propia naturaleza, sin necesidad de cerrarse sobre la construcción de sus propios límites, al parecer, ilimitados o bien reglas, al parecer, quebrantables. Pero esta es una discusión extensa que quedará pendiente. En todo caso, desearía referirme a Triplete Plástico como un cortometraje valiente que disfruta de las oscilaciones formales tanto o más que sus ondulaciones narrativas, siempre presentes.
Antes de embarcarnos en el destino final de la travesía, viajemos al norte por un momento. Llegamos a Las Vegas in 16 Parts (2016), donde las travesuras capitalistas más osadas se celebran día y noche. Luciano Piazza describe estos dieciséis fragmentos de la ciudad mediante una cadena interminable de repeticiones excesivas o de excesos repetitivos, en donde toda acción y gesto humanos se reducen a una pátina de brillantina. Una maquinaria que vacía cuerpos simbólicamente para rellenarlos con distracciones y deseos signados por el dinero. Y quizás todo ese mundo de fantasías y Elvis Presleys en constante reproducción tenga un reverso, el lado B de la estetización. Los diamantes de Something Between Us (2016) de Jodie Mack, a través de la descomposición lumínica, crean danzas cromáticas y nos devuelven la fragilidad y magia de abarcar nuevos mundos allí donde solo había lugar para uno travestido y mercantil.
Llegamos a Perú un tanto exhaustos y nos topamos con De falso a legal en una sola toma de Diego Lama (2016) o una de las formas cinematográficas que expresa la siempre actual frase del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss: “Claro está que tengo convicciones políticas, como todo el mundo. No puedo dejar de tenerlas, porque no falta quien se encargue de obligarme a ello y de recordarme cotidianamente mi conciencia política en virtud del espectáculo de un exceso de estupidez y de maldad”.
P.D: Una tierra a la que siempre volvemos, queramos o no. En If I Were Any Further Away I’d Be Closer to Home (2016), Rajee Samarasinghe retorna al hogar que recibió el nacimiento de su madre, en blanco y negro, en silencio, poéticamente.