LIMA INDEPENDIENTE 2016: OLEG Y LAS RARAS ARTES DE ANDRÉS DUQUE

LIMA INDEPENDIENTE 2016: OLEG Y LAS RARAS ARTES DE ANDRÉS DUQUE

Por Mónica Delgado

En un pasaje inicial, Oleg Karavaichuk menciona que ama a Catalina La Grande, ya que ella había logrado un tipo de fusión expresiva entre su pensamiento y su cuerpo, don femenino por naturaleza. Mientras pasea por el museo Hermitage de San Petersburgo, el veterano músico virtuoso, que es seguido apenas por la cámara -ya que la intención de Andrés Duque es precisamente encontrar la esencia de este personaje pero a partir de sus movimientos en planos fijos, de sus interpretaciones contundentes al piano, de sus manos avejentadas pero vitales-, va dejando en claro sobre el impulso de sus monólogos y la claridad de su andar pausado e ido, dejando entrever la posibilidad del cineasta por esta búsqueda formal de cuerpo y espíritu.

Oleg y las raras artes (España, 2016) es un retrato hecho desde lo mínimo, desde una serie de planos que permiten descubrir a este personaje -que falleció lamentablemente el pasado 13 de junio-, y que bien podría ser muestra de esa resistencia a lo moderno, un poco imbuido en sueños de viejas glorias decimonónicas, y que a su vez transita entre lo esperpéntico y enrarecido. Así, estas extrañas artes que refiere el título tendría que ver con aquello que acompaña a Oleg: pensamientos, reflexiones, análisis, o frases sueltas que imbuyen al espectador en una suerte de nonsense sobre política, arte, o entorno social ruso.

Andrés Duque deja abierto su documental para los cuestionamientos del mismo Oleg frente a aquel que filma, y sobre ese fastidio, apenas claro, de sentirse filmado. Se le sigue por el museo, pero también en su casa, jardines o calles aledañas, donde su fisonomía demodé, de boina y cabellos rojizos que sobresalen, sus anécdotas, su modo de cerrar los ojos y hablar, van hurdiendo a la vez una mirada homenaje a este músico virtuoso perdido en el tiempo.

En Oleg y las raras artes, aflora la fascinación por rescatar a este personaje del olvido, desde las interpretaciones al piano propias del entusiasmo de un iniciado o desquiciado romántico, o traerlo a la luz como si se tratara de un descubrimiento, como esa pieza del museo que debe transitar hacia otros espacios y memorias, pero no solo es eso, es como ir detrás de la Historia, para saldar cuentas con algo inconcluso, de una Rusia atávica, de formas y manías que aún allí permanecen pero dislocadas, y que se deben sacar del museo, o quizás, adentrarlas.