Por Mónica Delgado
Siempre las secciones nacionales en los festivales locales sirven como mecanismo de medición para comprobar el estado reciente del cine peruano. Por un lado, ofrece una visión desde la programación (¿qué películas nacionales destacar?, ¿priorizar cortometrajes?, ¿cortos a falta de largos?, ¿estilos relacionados a la política editorial del festival?) y por otro, permite identificar a nuevos talentos y obtener algo de entusiasmo ante tantos actos fallidos. Eso sucede tanto en festivales como los organizados por la Universidad Católica (para los de producción más grande), Transcinema, Al Este de Lima, en la muestra de la Universidad de Lima, o en Lima Independiente (para un modo de producción fuera del circuito convencional).
En la mayoría de casos, salvo excepciones, estas secciones nacionales plantean más que una posibilidad, una problemática. Hay urgencias por programar secciones nacionales, sobre todo para informar sobre los nuevos trabajos, pero también por una necesidad de afianzar la figura del descubrimiento de talentos o de contar con todos los trabajos a disposición de la temporada, lo cual es positivo, pero considero que en muchos casos se colocan films para llevar una cuota dejando de lado otros criterios que sí se aplican con firmeza a las películas extranjeras. ¿Por qué bajar la valla para lo nacional? Me explico, se colocan trabajos que quizás deberían estar en una muestra fuera de las competencias, sobre todo porque se perciben brechas de producción, de conceptos, de puesta en escena, etc., muy grandes entre los diferentes trabajos programados, lo cual favorece poco al resultado final dentro de todos los films que propone el festival.
Lima Independiente no ha podido escapar a esto. Tiene una programación con secciones impecables, con películas de un nivel indiscutible, y también propone otras perspectivas que van revelando el interés del festival por ir mejorando cada vez más (la sección Diálogos debe ser lo mejor que ha pasado en programación local); sin embargo la competencia peruana se vuelve en muchos casos un cajón de sastre, obligada a existir por la necesidad de mantener esta sección que tiene el riesgo de convertirse en un bache desmejorando el total de la propuesta general del festival. Pero veamos qué propuso el festival para este año.
En esta edición Lima Indie ha programado siete cortos y mediometrajes peruanos. Escribimos sobre ellos: Pareciera que amanece, de Mateo Krystek, como ya lo había escrito en un texto anterior, es uno de los cortometrajes más sólidos del cine peruano reciente, sobre todo porque a partir de diversas elipsis y pocos diálogos va construyendo una historia de tránsito a partir del enamoramiento del protagonista. Krystek logra en veinte minutos un relato de interés sobre un joven editor que busca salir de la rutina laboral triste y monótona a partir del encuentro con una amiga, vínculo que el cineasta va estableciendo de modo notable a partir de planos en picado, y un uso de la cámara en mano que va envolviendo y transformando al protagonista.
Q’ellucha, de Marco Panatonic, es el seguimiento de un pequeño gato que es adoptado por una nueva familia. Con una cámara que simula los videos caseros de redes sociales, el cineasta va articulando diversos planos que si bien están centrados en el pequeño animal, en su curiosidad, reconocimiento del lugar, sus paseos por la puna, permite un fuera de campo que adivina a los demás miembros de la familia, sus rostros, sus costumbres y entorno. De alguna manera el modo en que Panatonic plasma esta adopción como un proceso dentro de un ambiente bucólico, de vida andina no exenta de ternura y cariño, remite a la humanidad de los perros de la narrativa de Ciro Alegría por ejemplo, y diseña para este gato algunas características propias del cine infantil (que humaniza a los animales) logrando momentos cómicos, como aquel en que el gato sueña con volver al seno materno. Si bien el acabado brinda una percepción de inestabilidad, lo que sí queda claro es que Q’ellucha es un intento por explorar a los Andes bajo otra mirada, lejos de estereotipos y viejos paradigmas.
El Operador de Diana Tupiño es evidentemente un ejercicio de dispositivo. La Go Pro adquiere autoridad en su papel de eliminar la subjetividad de quien debería filmar, lo que es ya uno de los postulados del cine etnográfico y más aún dentro de los principios del Sensory Ethnographic Lab de Harvard, pero aquí convertido en puro artificio despojado de su finalidad esencial: la representación precisa de los sujetos. Al darle tanta importancia al dispositivo que graba, El Operador termina deshumanizando, siendo un trabajo de panorámicos, de vistas de una ciudad de cemento, donde quizás la gran ventaja sea esta mirada casi omnisciente del espacio permite apreciar el lado drástico de los contrastes, de esta verticalidad apabullante en una ciudad que crece sin planificación y donde prima un estilo color ladrillo o tarrajeado permanente.
El silencio es otro de Jorge Ruesta tiene el fantasma de A punto de Despegar de Lorena Best y Robinson Díaz demasiado cerca. Hay una apuesta por el registro del paisaje, del entorno como una huella humana, para detenerse en calles de un poblado abandonado debido a las inundaciones en los desiertos de Sechura, al norte del Perú. Si bien este corto de Jorge Ruesta adquiere otro valor si pensamos en las consecuencias de la nula planificación urbana de las ciudades debido a las emergencias vividas en el país por desastres naturales – descrito sutilemente a partir de planos logrados de esta comunidad de ruinas y con casi nula presencia de personas-, hay la sensación de que el paisaje es solo parte de un proceso acumulativo. La conjunción de paisaje + tiempo (su materialidad a través de la exposición de los planos que permitan precisamente observar esta imponencia del paisaje sobre todo) parece dejarse de lado. Y aquí hay una similitud con El Operador: humanizar sin sujetos. ¿Problema o elección?
A quién corresponda de Carlos Benvenuto vuelve al corazón de Masabu, su primer largometraje, para adentrarse en los registros de un youtuber amateur, que está a la caza de los temas que van a poblar su imaginario 2.0. Incluso hay una escena que se repite tanto en el corto y el largo, que afirma los juegos retóricos de su autor desde una estética de voyeur en una ciudad de edificios multifamiliares que se deja observar sin querer. Al incluir una escena de Masabu, el film se vuelve una suerte de apéndice de las intenciones de su antecesora, y quizás sea el ámbito de lo lúdico que permita percibir a Benvenuto como uno de los cineastas más libres del cine local.
Cronos y Tánatos de Marco Alvarado e Inefable de Yhan Chávez comparten un punto en común: el seguimiento cotidiano desde la vejez, a partir de dos mujeres que viven solitarias, una en un cono de Lima y otra en la selva de Tarapoto, para expresar el paso del tiempo y un sentido de la irremediabilidad del pasado. Sin embargo, ambos pecan del mismo problema, una indefinición en la relación de la visión o retrato de las mujeres con el entorno. En Inefable esto se hace a través de la tesis de que el Tai Chi salva vidas (con un espíritu muy ONG donde quizás solo faltaba el logo de Essalud al final) mientras que con mejor fortuna Cronos y Tánatos traduce esta soledad de la mujer en casa con planos de la naturaleza que sigue su curso en medio de la lluvia, pero que de todas maneras lucen poco articulado en un concepto más elaborado.
En resumen, casi todos los cortos son experiencias desde el documental y la no ficción, que permiten sí ver (seis documentales frente a una ficción) la preferencia de los jóvenes cineastas por abordar este género desde diversas herramientas, soportes y estéticas. Y también se ha tenido como finalidad en la programación la intención del panorama puesto que hay en la sección trabajos de San Martín, Piura y Cusco, lo que permite valorar visiones fuera de Lima. Hay variedad desde la exploración del documental y una elección que busca descentrar el cine solo desde la capital, dos puntos ya de por sí a valorar de la intención de la muestra. Pero por otro lado prima la idea aún del ejercicio, de que estamos viendo trabajos-promesas, antes que obras redondas o más compactas en su propuesta. Esto que menciono desde un plano general, ya que dentro de esta competencia hay un par de trabajos de bastante interés y que permiten augurar buen futuro en el largo de dos cineastas jóvenes: Krystek y Panatonic.