LOS (DE)PENDIENTES: ¿QUÉ PUEBLO?, ¿QUÉ PORVENIR?

LOS (DE)PENDIENTES: ¿QUÉ PUEBLO?, ¿QUÉ PORVENIR?

Los-Dependientes-Imagen-1

Los (De)pendientes[1]:
¿Qué pueblo? ¿Qué porvenir?

Sebastian Wiedemann[2]

Para Nicole Brenez,
que creyó en este proyecto y
me dio aliento para terminarlo.

La pregunta por un pueblo y su porvenir es sin duda el germen que mueve la posibilidad de un cine político. No obstante, es una pregunta que habitualmente responde a lógicas logo-antropocéntricas. En ese sentido, el movimiento que intenté llevar adelante en Los (De)pendientes está marcado por un deseo paradojal de afirmar la pregunta por un pueblo y su porvenir en diferentes direcciones al mismo tiempo. Para una matriz perceptiva de hábito, es un filme que hace una relectura histórica. Para una matriz perceptiva, que podríamos llamar de cosmogenética, es un filme que apela al acontecimiento.

La historia de las luchas entre los hombres no puede ser negada, aun así, acredito que solo abriendo lo humano al cosmos, es que podemos vislumbrar un porvenir. Dejar de preguntarse por un “nuevo hombre”, triste pregunta que marco el siglo XX y que insiste en el XXI como fuerza despótica que amenaza con hacer naufragar lo que resta de afirmativo en nuestra pobre y miserable humanidad. Un cine que nos ayude a hacer tolerable la vergüenza de ser humano, no es un cine que se pliega sobre nuestra propia humanidad como testigo del horror, mas si y quizás, que transmuta las fuerzas infernales del horror en potencia de creación de mundos porvenir, donde lo humano es puro pliegue anti-narcísico de encuentros con el cosmos.

Mientras que el devenir-televisión del cine, como es claro en el final de la primera temporada de la serie Westworld de HBO, apela al levante y porvenir de una nueva humanidad (androide), demasiado humana erguida del resentimiento y que reafirma el mandato judeocristiano-occidental de “a imagen y semejanza”; Stan Brakhage entendió, y siempre dejo muy claro con sus filmes, que un cine que resiste es siempre un cine que hace de las fuerzas cinemáticas un movimiento cósmico y molecular, un cine que invierte nuestro “génesis” y afirma que la luz era en el principio antes que la palabra. Es decir, que el acontecimiento era primero a la historia. Una torsión radical del pensamiento donde el logo-antropocentrismo es neutralizado y se abre brecha para una matriz perceptiva cosmomorfica y cosmogenética.

Esta es la misma torsión que procuré llevar adelante en Los (De)pendientes, un deseo por llevar al límite una concepción de política, que en términos de Spinoza, se podría definir como la relación de tensión de fuerzas entre cuerpos. Una concepción de política que se efectúa y se hace potente por no hacer una distinción entre humanos y no-humanos. Aquí política no es una práctica excluyente que solo le compete a algunos pocos hombres, es por el contrario una práctica que incluye todo el cosmos, pues un cuerpo, todo cuerpo, es un complejo de relaciones que se define por su potencia de afectar y ser afectado. Y esta es una condición que permea toda materia, todo modo de existencia conocido y por conocer.

Es decir, no hablamos de un cine político y sí de un cine cosmopolítico. Sin embargo, ese cine no está dado. Entonces nos preguntamos de nuevo: ¿Qué pueblo? ¿Qué porvenir? Y si un pueblo es un conjunto de cuerpos interrelacionados, no solo falta un pueblo porvenir de los hombres, sino que también de la luz y los susurros, de las imágenes.

Se hace aparente un problema quizás difícil de escuchar para quien no es capaz de desapegarse de la matriz perceptiva dominante logo-antropocéntrica. Tal vez, por estar pensando solo en nuestro porvenir – el de los hombres –, hemos afirmado un cine que subyuga y reduce las imágenes a que sean solo siervas nuestras. Tal vez, así como el hombre es el lobo del hombre y tiene sed de colonizar y dominarlo todo, hemos hecho lo mismo con las imágenes. La luz a servicio de la palabra o pensando en Godard, demasiadas imágenes justas antes de justo imágenes.

Con la palabra advino la razón y con la razón el juicio, la voluntad de juzgar, la voluntad de verdad que fija relaciones y cuerpos según un principio trascendente ajeno a ellos. Allí la luz domesticada iluminaria una cierta verdad, una cierta imagen. Imagen como verdad que se hace visible. “A imagen y semejanza” no es más que un modo de asfixiar el cosmos en nuestro narcisismo de especie, donde negamos que las imágenes están vivas, que las imágenes son modos de existencia autónomos y legítimos.

Los (De)pendientes vendrían a decirnos que no solo un pueblo de los hombres está pendiente, pues dependemos de fuerzas despóticas que nos subyugan. Mas también que un pueblo de la luz y los susurros, un pueblo de las imágenes está pendiente, pues las anclamos a la historia y no las dejamos devenir como acontecimientos.

La proposición de Brakhage – la luz era en el principio antes que la palabra –,  a mi ver, es un gesto que viene en defensa del pueblo de las imágenes o para ser más precisos del pueblo que aparece entre visualidades y sonoridades y cuya imagen esta siempre en variación y formación. Y donde se afirma antes que “a imagen y semejanza”, “a diferencia y variación”. Allí nada dice a priori que pueden las visualidades y sonoridades. En ausencia de palabras de orden, no hay nada externo a ellas que fije sus relaciones. Allí ellas no son siervas de nadie. La historia puede pasar por ellas como excedente, mas no como principio ordenador. Ellas no abren versiones, mas si disponen variaciones en la materia.

Hablamos entonces, de descolonizar, de emancipar no solo a los hombres, mas también a las propias visualidades y sonoridades, para quien sabe una nueva imagen en el pensamiento pueda emerger. O como me gusta pensar, quizás si abrimos lo humano como pliegue anti-narcísico de encuentros con el cosmos que pasan por la materia cinemática, no solo logremos hacer devenir y abrir el acontecimiento en la materia, mas también en nosotros mismos por disponernos inmanente a ella. Una nueva ecología de prácticas donde el otro es primero, donde siempre se es el otro del otro, donde no somos más que pasajes, que operadores anónimos de una sinapsis inorgánica de la vida que se despliega en la materia cinemática.

¿Qué pueblo? ¿Qué porvenir? Son preguntas que no solo demandan un ejercicio especulativo, mas también una praxis concreta en la que aprendemos que la historia siempre estará ahí, (es algo que viene con lo humano), pero que también hay modos de transitar por ella sin que su peso fije la materia. Procedimientos que hacen de la historia un recorte arbitrario en la universal variación de la vida, un pasaje entre muchos otros por el cual la luz y los susurros pueden pasar para diferir, para variar y donde el cine antes que contar o reescribir la historia de los hombres, cuenta la historia de las variaciones de la luz y los susurros.

Los (De)pendientes entiende el archivo como partes y extrapartes sin origen y sin destino. Fragmentos, potencialidades en formación que se sostienen por sí mismas, que ya pasaron por otros filmes, sin que ello las ancle en una identidad, en un reconocimiento. Se pasa como el viento, se pasa por fricciones, impulsos sin que un destino sea determinado. Allí las visualidades tienen la libertad de olvidar sonoridades que les decían quienes tenían que ser. Allí las visualidades se alían a otras sonoridades, a sonoridades impensadas y anómalas que abren multi-relacionalidades en las más diversas direcciones y donde la correspondía no es quien determina los encuentros, mas si una fina resonancia, una sutil afinidad que reúne sin igualar. Una síntesis disyuntiva donde la luz y los susurros se van modulando, van variando por tendencias rítmicas que aspiran a mantener la materia cinemática en estado de morfogénesis constante.

Los (De)pendientes se esfuerza por hacer del archivo, un archivo abierto y vivo, una especie de sopa cósmica, de constelación de conglomerados sonoro-visuales, donde los vínculos guardan un fuerte grado de indeterminación, donde las relaciones tienden a un estado molecular de infinita variación que hace con que las imágenes, ese frágil instante que se instala entre las visualidades y sonoridades como potencia de pensamiento, tengan siempre algo de inconmensurable y fugitivo. Allí lo que conecta no es una relación con el pasado, mas si la intuición de un encuentro irreductible que afirma una divergencia como línea de fuga que convoca el acontecimiento. Una ebullición, un murmullo de un tiempo fuera del tiempo, que se puede presentir en la fuerza y furia de las aguas, del fuego, del viento, del desierto, de los destrozos y restos, de los cuerpos en trance que corren, se desgarran y bailan.

Un cine que resiste no solo tiene que resistir a una imagen del pensamiento despótica que hombres miserables imponen sobre otros hombres bajo la forma de espectáculo y entretenimiento, mas tiene que resistir también y sobre todo a su propia imagen de especie, que sostiene su supuesto excepcionalísimo ante los otros seres-cosas del mundo. Solo cuando nos abrimos al otro es que podemos devenir. La materia cinemática nada representa y mucho menos hay algo por detrás de ella. Es la superficie donde modos de existencia de luz y que susurran emergen. Y entrar en relación con ellos implica todo un refinamiento diplomático del montaje, de los encuentros.

¿Qué pueblo? ¿Qué porvenir? La misma tradición judeocristiana-occidental que sostiene el “a imagen y semejanza” al mismo tiempo y hasta hace muy poco se sintió en el derecho de dictaminar quien tiene alma, quien tiene ánima. Y bajo la supuesta ausencia de alma muchos pueblos, sean estos negros o indígenas fueron exterminados. Hoy en día en un mundo supuestamente laico, mas donde los extremismos solo crecen, que no es más que el modo de imponer una ontología, que dice quién puede o no existir, se hace imperativo pensar modos de co-relación, de estar juntos, donde los más diversos modos de existencia puedan convivir, incluyendo claro esta, el pueblo de la luz y los susurros que habita la materia cinemática.

Quizás para muchos sea imperceptible, aun así, en sus relaciones de montaje que no son más que relaciones de tensión de fuerzas, relaciones cosmopolíticas; esa es a mi ver la mayor potencia de Los (De)pendientes: defender que todo puede ser pueblo, que todo tiene derecho a existir sin depender de nadie, a no ser de la voluntad de afirmar la vida misma. Que las dos preguntas que atraviesan este corto texto no solo le competen a lo humano; algo que los pueblos amerindios, así como los pueblos paganos pre-modernos nos recuerdan, que todo tiene ánima, que todo tiene alma. El mundo está vivo y no tenemos ningún privilegio sobre él. La historia es un modo de organizar y gestionar la vida, quien sabe si nos aliamos a otros pueblos, como él de la luz y los susurros podamos escapar a la flecha del tiempo demasiado humana que dictamina quienes somos y en vez de ello, como un centelleo luminoso y estruendoso nos podamos aventurar a delirar otras matrices perceptivas donde el cine nos torne independientes de nosotros mismos, de nuestras voluntades de verdad y donde en el encuentro con otros, con las luces y los susurros, podamos vislumbrar modos de continuar, de hacer continuar la vida sin clausurar o dar una respuesta ultima a las preguntas: ¿Qué pueblo? ¿Qué porvenir?[3]

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[1]Los (De)pendientes”,  filme que finalice en 2016 y sobre el cual Nicole Brenez dirá: Sampling Argentinian critical and revolutionary films from 1956 to 2006, Los (De)pendientes offers a great step in the conception of film history. Without any words, considering the past, it tells what visual works were faithful to the real issues of their times; considering the present, it shows in which poor condition are these crucial images of life and struggle; considering the becoming, it indicates what remains to be done to reconstruct a fairest and truest history of cinema; considering eternity, it is an auratic poem of bold shadows. En: Catálogo Filmadrid, p.34, 2016. Disponible online: https://vimeo.com/98099702 Contraseña: dependientes

[2] Sebastian Wiedemann: es cineasta-investigador. Estudio cine y filosofía en la Argentina y Artes Visuales en Colombia. Actualmente realiza estudios doctorales en el campo de la filosofía de la imagen a partir de procesos experimentales de research-creation en la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP -Brasil). Es editor y curador en Hambre| espacio cine experimental y sus filmes experimentales ya fueron presentados en galerías y muestras internacionales de las Américas, Europa y Asia. wiedemann.sebastian@gmail.com

[3] Al escribir estas breves notas, lo que me mueve es mucho menos un deseo de justificar o de reflexionar sobre lo hecho y mucho más la necesidad de afirmar que el cine no se fija a la superficie de una pantalla o del celuloide… A veces también se despliega sobre la superficie del papel. No hablo aquí de escribir sobre cine, mas de escribir-cine. El cine no solo se hace de sonoridades y visualidades, mas también de textualidades. Hacer continuar un filme es siempre hacerlo continuar por los más diversos medios, un pasar entre superficies, donde el pueblo de la luz y los susurros no solo encuentra aliento en las intensidades lumínicas, cromáticas y sónicas, mas también conceptuales que se cuelan en el papel.