Por Mónica Delgado
Hasta el 29 de noviembre se realiza la 35° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que en contextos de COVID-19, se ha convertido en una oportunidad para visionar films (cortos y largos) argentinos en estreno o recuperar algunos trabajos de la región que estuvieron circulando en festivales de otras latitudes. Así, es que este primer reporte contiene comentarios a cuatro films que me llamaron la atención, ya sea por su intento de salir de las fronteras de los géneros y tendencias: Yuleine Olaizola rompiendo las barreras del cine histórico, Nicolás Prividera desapegándose de las formas del “diario íntimo”, Gonzalo Castro apostando por el cine de diálogos a lo Rivette o Cristian con su reformulación del miedo lovecraftiano.
En Selva trágica, que aparece más en sintonía con la recreación histórica de su anterior Epitafio (2015), Yulene Olaizola nos adentra esta vez en una fábula extraña sobre la figura de Xtabay, mujer de la mitología maya que acecha hombres, a partir de una persecución y masacres en plenos bosques tropicales depredados a inicios del siglo XX. El choque entre comunidades, el poderío colonial, la venta indiscriminada de goma de mascar como botín de élites, así como los paradigmas negativos sobre lo femenino gobiernan la estructura, planteada desde una puesta en escena que no evita el toque fantástico, acorde a los símbolos vivientes de una selva que todo lo engulle.
Desde el inicio, la voz de uno de los peones se vuelve la entidad reflexiva. A partir de este personaje secundario, a modo de narrador omnisciente, es que podemos acercarnos al lado fantástico de este territorio, pleno de leyendas, seres extraños y tragedias anunciadas. Es decir, la mediación del personaje maya hace posible este ingreso (y salida del film). Con su anuncio, lleno de simbolismos, ingresamos a esta selva inmensa, de ríos, bestias y frondosidades, pero para ser testigos de lo que acontece, como extranjeros e invitados. Luego de esta introducción espacial y mítica, es que aparecen los personajes y elementos centrales de la película: por un lado, Agnes, una joven de las Honduras Británicas (hoy Belice) que escapa, junto a otro peón y una enfermera por senderos imposibles, debido a que se negó cumplir el designio de un matrimonio forzado con un mercader inglés. Y por otro lado, un grupo diverso de hombres que trabajan sacando clandestinamente savia del árbol chicozapote en un territorio fronterizo peligroso, debido a la vigilancia de los colones ingleses y al acecho de animales salvajes. Así, este mundo masculino, de mercaderes, peones, capataces y colonos, se ve trastocado por la llegada de esta mujer que no habla castellano y que resume supersticiones y dudas sobre su presencia en el lugar, tras diversos incidentes oscuros.
Hay una escena importante en el film y que marca el espíritu de todo lo que veremos, ya que no sabemos si estamos en un limbo, en medio de un delirio de muerte o una ensoñación. En plena huida y amanecer, Agnes le dice a su enfermera herida de gravedad, que ella nunca ha tenido contacto sexual y que quisiera probar el deseo y la atracción antes de desaparecer de este mundo. Este deseo gobierna la película, tanto en la relación de Agnes con el grupo de hombres que la encuentra, como con la correspondencia que ella establece con el universo mítico de lo femenino. Se vuelve un personaje que va vampirizando sin querer a todos los hombres a su alrededor (con la repetición de estereotipos de lo femenino que eso implica), los condena, los transforma, los difumina en medio del follaje de una selva apabullante. En este sentido, la selva trágica se vuelve cobijo de una lucha de pulsiones, de contenciones sexuales y de aceptación del poder de lo mítico.
Cuando Agnes percibe que puede por fin ser libre, ya con toda su débil agencia tomando por asalto lo que queda de la selva, su única relación con este mundo de hombres será con el más desvalido, pero no como muestra de un discreto triunfo, sino como la confirmación de un orden que no se puede romper, y donde solo queda generar alianzas con los hombres en la pérdida o la enfermedad.
En Adiós a la memoria, Nicolás Prividera le da la espalda a la idea de olvido con un film pleno de citas y de reverberaciones, de ecos de otros tiempos que persisten. Es la materialidad de una antítesis, en la medida que el director propone desde el inicio una distancia formal para escapar de los tópicos del diario fílmico, de los abordajes usuales del cine de lo doméstico, dando a su propuesta una estructura de film ensayo, sin embargo, el papel del yo, está allí potente, para nombrar, definir y retomar, desde una enunciación marcada por una poética de la pérdida y la necesidad de que lo privado sea parte de un magma social en crisis.
Por un lado, Adiós a la memoria es una disquisición sobre las decisiones de un padre con Alzheimer desde la mirada de un hijo, pero contada con una intención que no quiere ser típica, y por otro, es la reflexión que contrapone la historia (el gran relato) con la memoria (lo móvil, dinámico, mutable, y personal). Como en M (2007), aparece la necesidad de encontrar respuestas a través del montaje y de la reflexión en voz alta sobre aspectos familiares, pero que no son elementos aislados, sino que responden a sucesos capitales, como la dictadura o como pasa en esta nueva película, el desarraigo provocado por un sistema capitalista que anula al individuo. Esta contraposición entre individuos y comunidad aparece como interpelación en varios momentos, pero marcados por un registro hecho por el padre, o escenas que lo filman (¿quién filma?), fotografías, fragmentos de películas, donde la materia fílmica viene desde lo personal y la reflexión de la voz en off como una gran psique de lo social: Deleuze, Guattari, Dumas, Lautreamont, Borges, Freud, Agamben, Gramsci
Con un aire a las intenciones de los documentales de Chris Marker, en Adiós a la memoria, encontramos un eje formal que gobierna todo el desarrollo del film, y que tiene que ver con el tono de desapego que mantiene Prividera, ya que antes que una voz íntima, funge de un narrador omnisciente de lo íntimo. Todo en el film, que se hila a partir de material de archivo en celuloide y registro actuales, está marcado por un flujo permanente de recuerdos, de revisitación a autores o pensadores como soporte filosófico y emocional, y desde esta clara eliminación de fronteras entre pasado y presente. Al usar la tercera persona para profundizar sobre emociones particulares, las home movies o la indagación en la memoria familiar, Prividera propone este distanciamiento del sujeto de enunciación para confrontar esta necesidad del “yoísmo”, de su alienación a un cubículo infranqueable, y para abrirse al mundo, como parte de este mecanismo que plantea y que se puede fundir con la resistencia que trasgrede paredes, ritos familiares y registros caseros.
En La escuela del bosque, el cineasta y novelista Gonzalo Castro apuesta por un film de conversaciones, pero sobre todo amparado en la presencia de la actriz, guionista y cineasta Guillermina Pico, quien es el corazón del film. Registrado en un blanco y negro que permite la austeridad de la intimidad, más que una obra sobre argentinos en Barcelona (ya que la ciudad es apenas percibida), se trata del seguimiento al personaje de María (Pico) y su relación con la hija, hermana, amigos, mientras trata de sobrellevar una rutina que luce también tranquila, donde las problemáticas son enunciadas, mencionadas en los diálogos, más que ser parte de alguna tensión en la puesta en escena.
Con toques a algunos films de Jacques Rivette o Eric Rohmer, Castro concentra su film en una serie de situaciones donde la cámara se mantiene cercana, como en los paseos por el barrio de Gràcia, las visitas a los amigos en sus campos de trabajo o conversaciones entre mujeres en algún pasaje; todo enmarcado en este territorio definido, sin necesidad de salirse de él. Y donde el tópico de la migración, la pertenencia o el desarraigo como motor que a une a esta colectividad, se habla desde la crisis económica, desapegos maternos o juegos infantiles.
Castro, que retorna al cine luego de ocho años, y después de haber dirigido cuatro largos, expresa aquí, sobre todo, un retrato de una mujer en clave amigable, donde las formas de los diálogos son el mayor valor del film, ya que lucen frescos, espontáneos y en coherencia con esta auscultación de lo familiar y amical, donde lo anodino (o el bosque que da el título al film) cumple una importante función.
En la sección de competencia argentina encontramos Historia de lo oculto, muy llamativo film debut de Cristian Ponce, que junto con la uruguaya Al morir la matinée de Maximiliano Contenti, forman la cuota de género en esta edición del festival. Si bien el film de Contenti es un claro slasher con todas sus letras, este trabajo de Ponce retoma algunos elementos del cine de suspenso y el thriller político pero tratando de usar los usuales elementos de género pero desde otra óptica, añadiéndole componentes locales, pero para ponerlos bajo el tamiz del horror del cine inspirado en H. P. Lovecraft.
En esta ópera prima de Ponce hay tentáculos extraños, pero también conspiraciones, y su particularidad reside en la libertad para ficcionalizar diversos sucesos de la historia política argentina, para reconstruir episodios absolutamente posibles, que van desde poner en cuestión el poder político a punta de aquelarres y rituales satánicos o que El exorcista fuera protagonizada por Andrea del Boca. Si bien el film arranca muy en modo pastiche (sobre todo debido a unas opciones de la puesta en escena y a la dicción de los personajes que podría rozar la caricatura de los films de espias), poco a poco Ponce va a firmando el rumbo de su relato, con ecos a serie B, a films de los años cincuenta de bajo presupuesto que sostienen sus tensión y tragedia en aquello que no se ve, y donde no hay temor de jugar con los soportes (del fílmico al televisivo), de explorar las referencias, no solo al imaginario Lovecraft, sino de los dispositivos de la TV y de las reminiscencias a una época donde las llamadas telefónicas desde cabinas públicas definían la inmediatez.
Historia de lo oculto funciona muy bien en su diseño para mostrar relación del periodismo de investigación y el espectáculo, como si se tratara de dibujar los antecedentes del fake news. No es un film centrado en personajes sino en cómo cada pieza funciona para dar vida a un universo de pistas y de evidencias que no necesitan ensamblarse, porque en este juego sobrenatural no hay espacio para explicaciones científicas, sino solo para la forma macabra de la especulación.
Selva trágica
Competencia latinoamericana
Dirección: Yulene Olaizola
Guion: Yulene Olaizola et Rubén Imaz
Imagen: Sofía Oggioni
Edición: Rubén Imaz, Yulene Olaizola, Israel Cárdenas et Pablo Chea
Interpretación: Indira Andrewin, Gilberto Barraraza, Mariano Tun Xool
Producción: Malacosa Cine, Manny Films, Zoología Fantástica, Barraca, Contravia Films
Mexico, Francia, Colombia, 2020, 96 min
Adiós a la memoria
Competencia internacional
Dirección: Nicolás Prividera
Guion: Nicolás Prividera
Fotografía: Héctor Prividera, Nicolás Prividera
Edición: Hernán Rosselli
Productor: Pablo Ratto
Productora: Trivial Media
Historia de lo oculto
Competencia argentina
Dirección y guion: Cristian Ponce
Fotografía: Franco Cerana, Camilo Giordano
Edición: Hernán Biasotti, Cristian Ponce
Dirección de arte: Ignacio Buendía, Laura Roldán
Sonido: Hernán Biasotti
Música: Marcelo Cataldo
Producción: Pedro Saieg
Compañía: Tangram Cine, DecimuLabs
Reparto: Germán Baudino, Nadia Lozano, Agustín Recondo, Casper Uncal, Héctor Ostrofsky
Argentina, 82 min, 2020
La escuela del bosque
Competencia latinoamericana
Dirección: Gonzalo Castro
Guion: Guillermina Pico, Gonzalo Castro
Fotografía, edición, Sonido: Gonzalo Castro
Reparto: Guillermina Pico, Isabel García Ponzoda, Alejandro García Schnetzer, Macarena Fernández, Oblit Baseiria, América Sánchez, Martín Tognola
Argentina, 2020, 88 min