Por Pablo Gamba
Las Letras, la película ganadora del Festival Márgenes, se destaca por la manera como trata un tema que se presta para el lugar común. Es un film sobre un preso político, Alberto Patishtán Gómez, quien estuvo trece años encarcelado por crímenes que no cometió. Fue la primera persona indultada por la Presidencia de la República por razones de derechos humanos en México, en 2013.
En el documental de Pablo Chavarría Gutiérrez son reproducidos, en subtítulos, fragmentos de tres cartas escritas por el profesor y activista indígena de Chiapas cuando estaba en prisión. También hay una recreación poética de los hechos. Comprende la actuación de una bailarina, quien al comienzo rueda por un barranco, en el bosque, hasta quedar inmóvil como una persona abaleada, y una representación de los policías cuyo asesinato le fue imputado a Patishtán Gómez. Planos en los que lo único que se ve en un círculo de luz es un hombre sentado en una silla, en medio de la oscuridad, son una metáfora de la cárcel. Pero todo eso, que tiene un sentido claro que puede ser expresado con palabras de manera relativamente fácil –al menos en América Latina, donde lo que allí se evoca es parte de la memoria colectiva–, es básicamente un marco de referencia.
Lo que es realmente valioso en Las Letras es la manera como Chavarría Gutiérrez crea atmósferas que transmiten, con sutileza aún mayor que la de esos y otros símbolos, la sensación de vivir en un lugar como Chiapas, donde se libra una guerra de baja intensidad, sin recurrir a escenas reales de lucha y represión.
La tensión es evocada por la manera como hechos cotidianos derivan hacia lo extraño y angustioso. Por ejemplo, luego de mostrar a una familia que parece desayunar en su cabaña, la cámara vuela a través de la ventana para descubrir a otro personaje que está solo, inmóvil, con la vista dirigida hacia donde comienza el bosque, sin que pueda saberse qué mira ni por qué. Da la sensación de que algo ha sucedido o sucede allí, y que es doloroso o amenazante, lo que lleva a recordar la escena del comienzo con la bailarina. Dos pequeños encuentran una rara pelota amarilla. Con ella juegan hasta que la mandan de una patada a un río, el cual la lleva hasta donde queda varada junto a otra bola. Es difícil que no venga entonces a la mente –al menos en algunos espectadores– la imagen de cadáveres flotando, porque se lo ha presenciado o visto en las noticias.
El sonido recuerda a La Ciénaga (2001), por lo que respecta a la inquietud que causan los disparos que se escuchan a lo lejos. En una parte del documental se confunden con los petardos de una celebración, como ocurre en la película de Lucrecia Martel con los tiros y los truenos. La omisión del sonido directo crea un efecto de extrañamiento, por el que planos en los que la gente levanta los puños al aire no se sabe si corresponden a la fiesta o son de una manifestación. En todo caso, no se percibe solución de continuidad en la expresión popular porque allí no hay un ámbito de la “política” que pueda separarse de la vida.
La cámara, que continuamente está en vuelo rasante sobre el suelo, crea así un vínculo sensorial con la tierra, base de la cultura y de la vida de los campesinos indígenas, y causa de los conflictos en los que se hallan envueltos. Un plano, en el que lo que parece ser una avispa se posa sobre el lente, establece una identificación de esa mirada con la de los insectos. Pero el vuelo puede transmitir también una sensación más significativa: la de un anhelo de libertad.
Los sentimientos cotidianos evocados en esta película son un aspecto poco visible de los conflictos en Chiapas. Difícilmente podrían hallarse en un relato épico que justifique las luchas, como esos que tratan de explicar el para qué de las muertes. Una cruenta denuncia de la represión correría el riesgo advertido por Harun Farocki en relación con los horrores de Vietnam: “Primero cerrarán los ojos ante las imágenes, luego ante la memoria, luego ante los hechos y luego ante todo el contexto”. La retórica de Las Letras se propone, en cambio, abrir los corazones sin sensiblería. De esa manera, al recordar el plano sin cortes en el que rostros de hombres, mujeres y niños –Patishtán Gómez incluido–, lo interpelan con su mirada, al comienzo de la película, el espectador quizás se haga la más elemental pregunta que debería plantear el sufrimiento: ¿por qué?
Ver el film en el siguiente link
Guion y dirección: Pablo Chavarría Gutiérrez.
Producción: Alexandro Aldrete, Juan Farré F.
Dirección de Fotografía: Diego Moreno.
Sonido: Gerardo Villarreal Guerra.
Montaje: Israel Cárdenas, Pablo Chavarría Gutiérrez.
México, 2015.