Por Aldo Padilla
Ciudades fantasma chinas, grandes espacios urbanos sin un alma alrededor, en las cuales solo aparece de vez en cuando algún empleado para mantener una mínima limpieza en medio del vacío. Behemoth de Zhao Liang se asoma hacia esas tierras prometidas, el supuesto paraíso, luego de un infierno y un purgatorio metalúrgico, que espera a que lleguen sus habitantes, a disfrutar de una supuesta paz eterna. El desolador paisaje muestra las consecuencias de un modelo el cual no para de construir, aunque ni siquiera se sepa quienes habitaran el interminable domino de cemento, uno al lado de otro.
El dialogo de estas ciudades prefabricadas se mira y se reconoce con un fenómeno inverso en Pasaia Bitartean, radiografía de un pueblo costero donde las máquinas, ancianos, turistas y un burro tratan de mantener la vida del pueblo. La contracara de los primeros planos, que muestran un pueblo mediterráneo típicamente turístico, se contrapone frente al ruido de un industrialismo decadente de máquinas oxidadas: espacios que tratan de contar historias pero cuyas palabras parecieran solo chirriar. La tristeza que emana de las ciudades fantasmas de Behemoth es como una mirada futura de lo que pareciera que es el inevitable fin de Pasaia, pueblo que a pesar de su belleza bucólica, pareciera haberse resignado a morir lentamente, aunque con cantos estridentes que se escuchan en un concierto metalero al final del film. La maquinaria filmada por Irati Gorostidi nos retrotrae al espectáculo casi sinfónico que ofreciera Mauro Herce en Dead slow ahead, en donde aquel Leviatán que se mueve a través de los mares, y sus entrañas que digieren óxido, nos recordaban nuestra insignificancia. En el caso de Pasaia las maquinarias no son tan enormes, pero parecieran digerir el tiempo, que ha consumido al pueblo el cual seguramente fue un próspero puerto donde el turismo y el comercio lo llevaron a la gloria, y del cual solo queda pequeñas historias en euskera.
Una desolación más mística y naturalista ronda a la Ciudad de piedra de la película Placa madre, cuya edad parece indefinida, y cuya historia solo puede ser imaginada, espacios donde el GPS no tiene sentido, y el único guía que puede entender ese extraño espacio, nos maneja entre calles apenas definibles y al cual debemos entender a través de un lenguaje español con una estructura lingüística aimara, tan característica del altiplano boliviano. Félix Roque, el protagonista del documental, nos recuerda a cada momento lo traicionero de las formas de la ciudad, donde basta con detenerse y dudar un momento para quedar perdido. El guía escudriña cada recoveco, especula sobre el origen de las cosas, en un acto de arqueología improvisada, y a la vez lo une con su día a día; es posible que él piense que aún vive en esa ciudad de piedra tal como sus antepasados, que tiene las mismas preocupaciones, la misma comunión con la naturaleza.
Bruno Varela no se queda solo con el reconocimiento del espacio, ya que en base a una degradación de la imagen filma ese pasado imaginario. Una imagen avejentada en blanco y negro nos lleva a esa ciudad de piedra donde la cultura aimara construía sus monolitos para adorar al tata Inti, y bruscamente nos regresa a nuestra realidad, en la cual pareciera que solo la tecnología muesta el paso del tiempo, explicado mediante un plano de la evolución audiovisual desde el celuloide al digital, y que se contrapone con la idea aimara que trata de mantener ese ritmo antiguo de vida. Varela plantea a la ciudad de piedra como una placa madre natural, a la tierra como una gran computadora, donde de cierta forma la comunicación no solo está definida entre diferentes latitudes, si no también está definida entre vivos y muertos, entre el mar y el cielo, representado por sus medusas inmortales y las gaviotas que las ven desde lejos. La tierra como una computadora tan avanzada que es difícil concebir su funcionamiento total.
Hay una concepción temporal de ciudad en las películas nombradas, una evolución inversa, Pasaia poco a poco perdiendo su vida, para convertirse en una ciudad fantasma como la de Behemoth, y finalmente pasar a ser solo un recuerdo arqueológico como la Ciudad de piedra. Hay alguien que contará que fue un puerto importante, tratará de definir sus calles y contará la extraña lógica que tenían los pobladores para sembrar en medio de campos empinados, aunque no tenga como probar aquello, ya que es probable que no quede memoria física o digital de nuestra existencia, y solo la tierra pueda recordarnos.
Placa Madre
Guión: Bruno Varela
Edición: Bruno Varela
Sonido: Bruno Varela
Cámara: Bruno Varela
Producción: Bruno Varela, Francisco Cajias
Productora: Anticuerpo
País: México, Bolivia
Año:2016
Duración: 54 min
Pasaia bitartean
Guión de la voz en off: Ana Aitana Fernández Moreno, Irati Gorostidi Agirretxe
Guión adaptado: Idea original: Jonander Agirre Mikelez.
Edición: Usue Arrieta, Vicente Vázque
Sonido: Xabier Hernaiz, Gerard Ortín, Iosu Gonzalez Extabe
Cámara: Alvaro Sau Razkin
Producción: Jonander Agirre Mikelez, Ana Aitana Fernández Moreno, Irati Gorostidi Agirretxe
Producción asociada: Una película producida con la ayuda del Departamento de Cultura del Gobierno Vasco
País: España
Año: 2016
Duración: 51 min