Photo: Eric Hurtado
“La imagen cinematográfica debe tener un efecto de sorpresa en el pensamiento, y forzar el pensamiento a pensarse a sí mismo, así como a pensar en el todo. Es la definición misma de lo sublime…”.
Gilles Deleuze, La imagen – tiempo
Por Mónica Delgado
Hay un motivo en las películas que realizaron Eric y Marc Hurtado, que tiene que ver con el montaje bajo el influjo de la composición musical: imágenes como fragmentos de melodías, tonos, variaciones. Sin embargo, es un poco difícil clasificar bajo algún adjetivo o categoría el trabajo de estos hermanos, ya que transita desde la experimentación hasta el documental, pero atribuyendo a sus historias matices diversos, aunque sí habría que colocar como marca el especial lugar que le otorga al sonido, como eje sensorial de su puesta en escena, y la labor de Marc Hurtado luego en solitario.
Eric y Marc Hurtado fueron mentores de Étant donnés, banda francesa de música experimental y de culto, cuyo nombre remite a una obra de Marcel Duchamp y que inició su trayectoria a finales de los setenta. Los Étant… trabajaron temas junto a figuras del avant garde musical como Alan Vega de Suicide, Genesis P-Orridge de Psychic TV, Michael Gira de Swans, Lydia Lunch y Marc Cunningham, y también realizaron bandas sonoras, siendo la más conocida la que hicieron para Philippe Grandrieux en La vie nouvelle.
A la par de la carrera musical de los hermanos, también incursionaron en el cine al alimón, dirigiendo cortometrajes desde inicios de la década de los ochenta, con Des autres terres souples (Pré-monde, l’âme ou la vue cède), o Le soleil, la mer, le cœur et les étoiles, de 1983, ya realizada solo por Marc Hurtado. Ya en los noventa, Marc estuvo dedicado a algunos trabajos de índole experimental como Bleu (1994), o The infinite mercy film, de 2009, un retrato sobre Alan Vega como artista plástico.
Más bien, una continuación al interés musical de los Hurtado se reflejó con Jajouka, quelque chose de bon vient vers toi, film de 2012, sobre músicos en Marruecos y que resulta el trabajo más impresionante de la dupla.
Mano atrapando dioses
El cineasta armenio Artavazd Peleshyan dijo en una entrevista, sobre el elemento que más caracteriza a su cine, que: “Cuando la aparición del cine hablado, la gente se contentó con un cine sincrónico, de ilustración sonora. Nadie notó que el sonido podía tomar el lugar de la imagen, y que entonces ésta podía fundirse en aquella”[1]. Algo similar se le puede atribuir a los primeros trabajos en solitario de Marc Hurtado, sobre todo si pensamos en un díptico como Royaume (1991) y Bleu (1994), puesto que ambos dialogan como si fueran variaciones musicales, oscilando las intenciones entre colores y sentidos sobre la naturaleza y su dependencia del sol como leit motiv. Hurtado logra que entre yuxtaposiciones y transposiciones en el montaje se logre una comunión algo inestable (valga la paradoja) en el deseo de una voz en off, que a modo de mantra va señalando un devenir entre lo que vemos y oímos: tomas fluidas de flora y fauna, animales e insectos, mientras aparece una mano o dedos que intentan atrapar al sol, sin temor a la ceguera. Así, Hurtado se acerca más a una propuesta impresionista, y que devuelve de alguna manera al cine hacia un lugar más originario, donde la imagen se empodera, cobra vigor, desde la misma naturaleza y desde su fuerza en simbiosis con otras tomas.
En los primeros momentos de Bleu, Hurtado plasma la opción por el detalle, las patas de un caballo en medio del bosque, sin planos fijos, emprendiendo así un viraje hacia lo lúdico, en ese mismo espacio, campo abierto, pero desde ese alguien que todo lo transforma, bajo un ojo y oído a la caza de ruidos, señas, ecos. Y como en Royaume, la yuxtaposición de hasta tres planos en el mismo momento refleja ese carácter de realidad tripartita en capas, que también van buscando hurgar en las posibilidades sonoras que Marc construye para esas imágenes.
En 2009, Hurtado realiza un homenaje a su amigo y compañero de experimentación musical, Alan Vega en The infinite mercy film, donde explora una muestra artística del líder de Suicide en una galería de Nueva York. Marc Hurtado retoma estructuras del documental para captar al Vega artista, a partir de sus expresiones sobre el concepto de la muestra que está plagada de objetos que recoge de la basura (bombillas, cables, frascos), o simplemente cosas que nadie usa. Pero, hay algo en común en toda la exposición y que Hurtado registra: la religiosidad con la que Vega plasma una iconografía en sus instalaciones desde el desperdicio, pero tratando de igualar la sacralidad de las figuras que pueblan las iglesias en una versión punk, agresiva, dislocada, bajo el yugo del neón. Vega, quien es artista visual desde los setenta, propone una nueva deidad de respuesta dentro de la cultura americana, tratado desde el reciclado y el dibujo o la pintura, configurando una estética trash, pero a la vez política tanto sobre las miradas del espectador, como de él como artista rompiendo con lo canónico. Pero, a Hurtado le interesa un Vega en dualidad con una propuesta de sonido que emerge del imaginario de esta muestra retrospectiva, ruidos y ecos que a su manera entonan lo más paradigmático de los treinta años del músico en su arte transgresor.
Ese mismo año, Marc Hurtado realiza el cortometraje Ciel Terre Ciel, parte de la colección Outrage & Rebellion, que vuelve al registro de Bleu, en esa relación de sonido y realidad tangible, aunque sin acudir a la yuxtaposición de las imágenes, como si desnudara su propuesta anterior, o haciéndola más directa o minimal. Luego Hurtado haría un videoclip, que tiene como personaje a Alan Vega, y que busca resignificar o “versionar” un tema musical del compositor, Saturn Drive Duplex, y convertirlo en una road movie en una Nueva York de detalles y cemento.
Jajouka o la sanación en mitos
“…todo sistema filosófico verdaderamente creador descubrirá en su entrada un mito fósil”.
Luis Cencillo, Mito, semántica y realidad.
En su más reciente trabajo, los hermanos Hurtado marcan un hito dentro de sus obras al adentrarse en una comunidad marroquí, cerca al Rif. Jajouka es una aldea en las montañas Ahl-Srif, cuyos habitantes conservan tradiciones donde la música cumple un rol curador y vital. Tras el descubrimiento musical de Brian Jones en 1968, los músicos de Jajouka captaron la atención de escritores y artistas del under newyorkino, entre ellos a los beatniks, pero sobre todo a Burroughs y a Bowles, quien sobre todo quedó entusiasta y devoto, punto que se reflejó en sus relatos. Incluso el propio Burroughs señaló alguna vez que “The master musicians of Jajouka are a 4.000 year old rock band“.
En 1989, Paul Bowles acompañó a los Rolling Stone a unas sesiones de grabación con los hoy famosos Músicos Maestros de Jajouka, liderados por Bachir Attar. En aquella oportunidad, la BBC de Londres hizo un registro de esta visita que duró tres días. Jajouka y los Stones grabaron el tema Continental Drift, que aparece en su disco Steel Wheels, lo que incrementó la fama de los músicos en “Occidente” y se les encasilló en la calificación de “world music”. Sin embargo, el docudrama de Eric y Marc Hurtado no tiene que ver con estas anécdotas, puesto que la intención de los cineastas es atrapar la naturaleza del mito desde el trance de los personajes que pueblan el imaginario milenario en medio del desierto.
El prólogo de Jajouka, quelque chose de bon vient verst establece el lenguaje del mito, es decir, los cineastas optan por presentar una serie de planos e intertítulos que van a describir el espíritu directo y transparente de la ensoñación. Los mitos en Jajouka… transcurren desde el fragmento del documento, desde su configuración minimal, desde su materialidad en un grupo de ideas clave, como si fuera una parábola de la creación y la fe donde aparece el elegido, la tentación o la verdad, y el maestro, desde la rutina y la vida común. Eric y Marc Hurtado plasman un comienzo absolutamente esquemático, elíptico y exacto, pero donde es posible el estallido, y la gracia de dios. Un hombre trabaja la tierra en un objeto de arado artesanal que es llevado por la fuerza de una vaca, y que es su único sustento de vida. En unos esos días de duro trabajo aparece una mujer que le dice que quiere comerse el hocico de su vaca. El hombre duda pero cumple el deseo, ya por amor o mandato. Acude a la casa de su maestro a contarle el hecho y éste le dice que espere, que al día siguiente algo aparecerá para ayudarlo. Y la gracia sucede, a través de una elipsis y fuera de campo, reflejando precisamente la idea de lo maravilloso, inabarcable e inaprensible, lo que no se debe y puede ver. Los Hurtado atrapan el corazón del mito, y no intentan subvertirlo o estilizarlo, al contrario, lo tratan como materia prima del asombro, puesto que los dioses están aquí en la tierra, cerca y acompañándonos.
Este inicio, algo singular dentro de la puesta en escena del resto del metraje, da la pauta del desarrollo de lo mítico, y que materializa uno de los relatos más populares en Jajouka, sobre la llegada de un maestro y el poder espiritual que hizo notar ante los pobladores desde el Islam. Puesto que Eric y Marc Hurtado no se centran en ir directo a retratar una película sobre músicos, sino más bien sobre de qué está hecha esa música en Jajouka, asociada a leyendas de tiempos ancestrales, y sobre todo, invitando a hurgar en eso que permite la conexión de la música con los dioses, aquellos seres que logran que “algo bueno venga hacia ti”.
En Jajouka, quelque chose de bon vient verst, se menciona en varias oportunidades a Sidi Ahmed Sheik, como un gran maestro al cual rendir culto, y sobre todo tenerle fe. En realidad, se trató de un predicador del Islam y del Corán, que llegó de Persia a Marruecos en el año 800 D.C. y que desde entonces es asumido como santo, cuya devoción existe hasta la actualidad. Se asocia los orígenes cultuales de la música de Jajouka a su influencia y al rol mágico y curativo que se le asignó.
Es precisamente este sentimiento hacia lo mítico y toda su representación que Eric y Marc Hurtado van a recurrir a una serie de personajes “metahumanos” para materializar la fe. “El mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los «comienzos». Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución[2]”. Tal y como Mircea Eliade describe la naturaleza del mito, en ese aterrizaje del mundo de lo supremo al mundo de lo real, el prólogo remite a un hecho fundacional en la vida de Jajouka, donde los Hurtado también proponen un hecho primigenio en la vida misma del lenaguaje de esta ficción a medio camino con el documental, y que va a describir el alma, la inspiración y modelo de hombre y santo de Sidi Ahmed Sheikh.
Como sucede en el prólogo, se suceden escenas que ayudan a imaginar la serie de cadenas desde el anuncio del poder salvador del santo hasta su confirmación como líder social y cultural en los años 800 DC hasta la actualidad, en cómo sobreviven los mitos día a día, porque aquí no hay un falso anacronismo, puesto que para Eric y Marc este es el Jajouka vital, actual y maravilloso, como la secuencia del hombre joven, enfermo de la razón, es amarrado a un árbol, cuya higuera sembrada, tenía la facultad de la domesticación, como sucedía con la fiera que aparece en el mito por voluntad del maestro y como evidencia de divinidad. Aquí los cineastas plasman la catarsis de la limpieza, a ritmo de la música que purifica, como si se tratara de un pasaje en alguna película de Pier Paolo Pasolini (Edipo Rey, quizás).
Pero, existe otro motivo que se vuelve en nexo del mundo mítico con la realidad, en Jajouka… y es el personaje de Pan, de un hombre con atavío de cabra, que baila en éxtasis días y noches, invocando a los dioses y creando mantras para los demás, en una versión asimilada a los djinn islámicos. Por ello, en este puente que tienden los dioses a la comunidad, a partir de los trances en noches de luna llena en el desierto de la fiesta de Aid al-kabir, los hermanos franceses optan por un registro sublime del rito, en el contagio de ese frenesí, de cuerpos indesmayables, en una suerte de guerra de sexos (el fauno y una mujer que representa a una diosa), y que va despertando la alegría y festejo del pueblo, que rodean a los danzantes. Porque el mito en Jajouka… es real e indisoluble con el presente.
Notas