Por Mónica Delgado
Anne Dorval y Suzanne Clément parecen tener un pacto. O en todo caso algo que las vincula todo el tiempo pero que Xavier Dolan apenas deja para descifrar. Una es la madre del título, pero la otra, la vecina casada y dócil que se vuelve parte de un juego de caras y sellos, en una atmósfera que parece reto de femineidad. Entre las dos comienza una suerte de vampirización y de reflejos, por ello el primer encuentro entre ambas será a través de una ventana y de un discreto saludo, como si se tratara de un verse en el espejo.
Para que exista el reconocimiento de lo materno, Dolan expresa dos variaciones, y ninguna es convencional o canónica. Una que representa la antimaternidad y la otra, que es joven casada pero sin hijos, y dueña de una empatía para establecer estos lazos de amor casi como parte de su naturaleza. Pero ambas asumen a su manera su rol, en uno de modo impuesto e inevitable y en otro caso, por adopción.
Dolan también propone con Mommy la necesidad de conformar lo familiar, sea cual fuera su constitución, es diseñar la construcción del hogar desde la extrañeza y el desarraigo. El personaje de Clément es el prototipo del ideal de mujer avalado socialmente, casada, viviendo con su esposo sin problemas que afrontar, mientras que Diane es soltera, de amores frecuentes, sin trabajo estable y que arrastra al hijo de acuerdo a lo que acontezca. La validación de una maternidad crítica.
Como en Mulholland Drive o en Persona de Ingmar Bergman, estas dos actrices comienzan un proceso de conocimiento desde situaciones de poder, y que aquí se realizan en torno al hijo de una de ellas, un adolescente con problemas de inserción de social, y que la nueva mujer adopta, desde su rol de ser opuesto a la madre exuberante, desbordada, extrema. Kyla (Clément) es dulce, suave, delicada. Mientras Diane (Dorval) es directa, sensual, vehemente. Dolan establece las relaciones de oposición desde el inicio, sin embargo pareciera que asume una intención por dotar a sus personajes de marcas arquetípicas, que insuflan una atmósfera enrarecida, aportando también una atracción homoerótica entre ambas. La “gemela” destila corrección, la que encarna las virtudes que la madre no tiene, y allí se fija la anormalidad. En el mundo que Dolan propone el espejo es perfecto pero poco confiable.
Dolan crea el espejo, donde las dos actrices se miran y corresponden, pero a la par abre otra posibilidad, la del incesto, entre las dos “mommies” y el hijo de afección coprolálica e hiperactividad. Y como en todo terreno de lo pulsional, surgirá la reacción ante el invitado al territorio, y se tratará de borrar la repetición, la edición del “yo” mejorada, para conservar el lado salvaje del amor filial.