Por Mónica Delgado
A estas alturas del siglo, podríamos afirmar que La caja de Pandora (1929), el clásico film silente del austriaco G. W. Pabst, muestra a las mujeres como culpables de la tragedia. Todo en la película se asocia al mito griego de la famosa tinaja que encierra todos los males del mundo, abierta por la esposa de Epimeteo, Pandora, y que en el film de Pabst cobra una dulce materialidad en la figura de Louise Brooks. En este largometraje de 1929, la pobreza, el destino fatuo, y la miseria humana solo pueden terminar con el asesinato de la coqueta y vital Lulú (Brooks), a manos de Jack el Destripador (idea tomada de una obra de teatro de 1902). De esta manera, desaparece la mujer, que es origen de la desgracia de todos los hombres que la rodean, y que ha envilecido el mundo con su influjo y curiosidad.
El valor de Lulu Faustine, reciente trabajo del artista y cineasta canadiense Stephen Broomer, y que tuvo estreno mundial en la 4° edición del Festival Internacional de Apropiación Audiovisual (MUTA), reside en que trastoca este imaginario misógino y fatalista del film de Pabst. Es como si bajo los ojos de Broomer, Brooks tuviera otra oportunidad, una reivindicación que la saca del típico estereotipo de la prostituta tierna, de la joven hermosa que lastima y degrada a los hombres. En este largometraje de Broomer, la Lulú de Pabst y la Brooks de la historia del cine, vuelven a nacer en este renovado montaje impresionista, que resalta sobre todo a una figura de movimiento, que danza, que da vida en una nueva ilusión.
Las reminiscencias de Lulu Faustine no solo están dentro de la obra de Pabst que se deconstruye y transforma. Broomer divide el metraje original del film silente en seis partes, en las cuales casi no se recuperan escenas o secuencias específicas sino que de acuerdo a sus técnicas de morphing frame o el mordançage, produce la sensación de errores intencionales hechos de modo digital para alterar el analógico. Hay una intervención que remite a una nueva lectura desde el paso del tiempo, y a la idea de la emulsión afectada por algún programa o aplicación computarizada, que deshace las imágenes, las reprograma y activa de otra manera.
Pero, también, como dijo Broomer en la presentación del film, se trata de un homenaje al clásico literario latinoamericano de la ciencia ficción, La invención de Morel, la novela de Adolfo Bioy Casares, que trata sobre un fugitivo en una isla, que se enamora de una entelequia, o un invento, a lo Eva futura, de un científico fuera de época. Esta máquina, llamada Faustine, es una mujer extraña, que se vuelve un oscuro objeto del deseo. Este personaje femenino, en su concepto y abstracción, deviene en el hilo conductor de toda la idea que atraviesa el film de Broomer. Como Morel (y el fugitivo), el cineasta va diseñando a esta figura femenina a través de los códigos digitales, brindándole una nueva textura y tesitura. Se trata de una Lulu Faustine que escapa a la humanidad expresiva dotada por Pabst, para moldearse a los ojos de otro creador, muchos años después, y que con ayuda de la tecnología le otorga un aliento de vida diferente.
Lulu Faustine también remite a otro clásico de la apropiación, a la Rose Hobart del artista Joseph Cornell, quien en 1936 la sacara del olvido, al unir fragmentos de una película de la Universal, East of Borneo (1931), con escenas documentales de un eclipse, y canciones del álbum Holiday in Brazil, de Nestor Amaral, disco que encontró en un mercado de pulgas. Como en Rose Hobart, Broomer realiza también un film homenaje a una actriz, a su figura ante cámaras, a su lado cinemático, que gobierna el encuadre. Y dentro de la atmósfera musical que propone Stuart Broomer, padre del cineasta y usual colaborador de sus trabajos, se mezclan dos canciones extraídas del imaginario de La Invención de Morel, que se adhieren perfectamente como guiño al clima del corto de Cornell, donde se aprovecha estos ritmos latinoamericanos y tropicales de Amaral, para enfatizar la clave exótica con la que Hollywood construyó por décadas sentidos comunes sobre los habitantes de la región en sus ficciones. Pero, estos ritmos cadenciosos tienen en Lulu Faustine otra misión, distinta al influjo de Cornell: la de acompañar las transformaciones de los cuerpos, la de ser una banda sonora de capas que enrarecen este “laboratorio”, donde Broomer/Morel se dedica meticuloso a la creación de un nuevo ser.