Por José Sarmiento Hinojosa
¿Puede uno realmente interpelarse como artista sin que esta pretensión sea un disparo al vacío? ¿Desde que sector del ego somos capaces de reconocernos en una vida de creación sin que nuestra propia dicción, el mero movimiento de nuestros ojos intervenga intencionalmente para descarrilar nuestra recolección del pasado y recrear un recuerdo que no es más que una ficción, o con suerte, una documentación ficcionalizada y romantizada de nuestra propia vida? Narcisa Hirsh parece hacerse esta y muchas preguntas similares desde el mismo título de su documental experimental El Mito de Narciso (2011). Su misma herencia, el fantasma de su padre, el recorrido de su obra y su trabajo como cineasta, todo se interpela en este fraccionamiento de memoria fílmica que es, en muchas formas, también el fraccionamiento de Narcisa como ente creador, como ser humano, como hija, mujer, artista.
Esta fijación con el yo se desambigua gracias a la creación de un ente interpelador: haciendo las veces de un coro griego, es la silla vacía o el personaje auscultador el que interpela a Narcisa, en pantalla, como una presencia cinemática, un ente ubicado en una coordenada particular del espacio y tiempo que no pertenece precisamente al momento de la interpelación. Hay un alejamiento de este yo como si la existencia de la cineasta se manifestara solo mediante su imagen proyectada en la pared, incapaz de responder a las preguntas de su juez o verdugo, simplemente una mera presencia. Pero justamente esta dualidad de la imagen de la cineasta, es la que nos permite ensayar ciertas respuestas sobre las mismas preguntas que Narcisa se hace: detrás de todo, como respuesta, está la imagen.
Narcisa parece develarse así misma a través de la imagen: su propia imagen proyectada, el found footage, las imágenes de sus obras en pantalla. Mediante una recomposición de la memoria que abarca desde la exploración de sus propias fuentes de material, pasando por páginas de un diario, autorretratos, imágenes y palabras de su padre, todo entra en cuestión: la realidad de su pasado alemán y la interpelación del reconocimiento propio ante las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, el alejamiento del padre, su migración a tierras argentinas, su rol como creadora de universos. Cada ensayo de esta interpelación parece transformarse más en lo que Narcisa es, que es precisamente su cine. No hay forma más cierta de presentarse para la cineasta que ante la imagen: documental, de cámaras de circuito cerrado, metraje encontrado, pantallas de edición.
El Mito de Narciso está configurado para presentarse como una posibilidad de verse, como una poética personal que decanta en una meditación sobre el trayecto vital de una obra y una vida. “Basta Narcisa, termina ya con esta letanía de la nada. La vida es mucho más fuerte que vos”. Parece haber un conflicto primordial entre las dos dimensiones por las cuales se mueve la cineasta: la dimensión cinematográfica (la vida virtual), a la que le presta un inusual detalle, corriendo entre sus apuntes de notas, reels de películas, imágenes en pantalla, como buscando encontrar una verdad que se encuentre detrás del arte. Por otro lado, está la vida real, la que la interpela, la que genera heridas, cicatrices. Esta reconciliación de dos mundos divididos es lo que se plantea Hirsch en este documental, querer aterrizar un punto en común donde se genere la comunión de lo cinematográfico y la vida misma. Pero inevitablemente, este intento siempre decanta en una autobiografía en la que la misma Narcisa renuncia a si misma.
Es notable el progreso de la cineasta en este intento desbocado de proyectar el ego fuera de la imagen y deliberar con la imagen desnuda. Parte de este interés ya se había manifestado en sus meditaciones con filosofías orientales, manifestadas en filmes como Rumi o Kosmos II. Una forma de situarse frente al cosmos, una alternativa de vida que consiste en existir fuera de las manifestaciones del ego y en una presencia que solo se traduce en las iluminaciones de lo cinematográfico. Por ello, el filme cierra: No hay reflejo alguno en el agua. No hay un yo que se pueda conocer. Hay solo partículas físicas. Danza de la materia, materia desconocida pero infinita y muy breves instantes de luz. La danza de la materia, los instantes de luz, es lo que nos ofrece Narcisa Hirsh en El Mito de Narciso, una posibilidad de ser testigos de un juicio donde nadie sale librado. Una experiencia tanática sobre una vida de creación, sublime en sus posibilidades y recónditos significados, una interpelación, pero también una renuncia.
Directora: Narcisa Hirsch
Argentina, 56′, 2011