La programación del nonsense
El año pasado, el festival Olhar de Cinema exhibió La Distancia, el último largometraje del catalán Sergio Caballero. En ese entonces, ya era perceptible algo que se manifiesta aún más claramente en este Reality, de Quentin Dupieux: para algunos cineastas contemporáneos, el nonsense se ha convertido en un programa. Pero no en el sentido de una búsqueda formal continua y fructífera – como en el surrealismo, por ejemplo –, sino como un script que se vuelve fórmula.
En el inicio de Reality se presentan tres tramas con tintas de comedia absurda: una niña encuentra una cinta VHS en las tripas de un jabalí cazado por su padre, el joven presentador de un programa de culinaria en la televisión (que se viste con una ropa de animal) comienza a sentir una extraña comezón por todo el cuerpo y un aspirante a director de cine (que suele ser el camarógrafo del programa de tele), que presenta una idea para filmar una historia de ciencia ficción y tiene 48 horas para encontrar el mejor gemido de la historia del cine. Todo gira alrededor del par dialéctico de realidad/ficción: nadie en la familia de la niña (que se llama Reality) puede ver la cinta, nadie en el equipo del programa puede creer en el chico, el camarógrafo prefiere los gemidos reales a los que él mismo intenta emular. Luego las historias van a cruzarse, y lo que parecía pertenecer a la trama principal deviene en sueño, lo que se creía presente se vuelve pasado, y lo que para los personajes era real forma parte de un film que se hace dentro del film, y así en adelante. El espectador se convierte en descifrador de narrativas o en una suerte de descascarador de cebollas: hay siempre una capa más en la trama, y el film nos obliga a la búsqueda de una capa que contenga todas las demás.
Como ya se podría imaginar, el film trata esa búsqueda de manera irónica. No se trata de una verdadera tarea, sino de un chiste. Pero al tratarse de una broma, resulta muy poco. Lo mínimo que se pide de una broma en el cine es que funcione cinematográficamente como tal, y muy pocas veces se da el caso. La secuencia del primer encuentro entre Jason y el excéntrico productor Bob Marshal es un momento de humor muy logrado – no solamente por las situaciones absurdas, el buen timing y los constantes cambios en la expectativa del espectador, pero principalmente porque el humor deviene físico, llega hasta el gesto y la voz de los actores –, pero esa combinación de elementos no se repite otra vez en el film. Reality es una película que sucede mucho en el cerebro y muy poco en los ojos y oídos. Su obsesión por la construcción de una mise-en-abyme intrincada y, al mismo tiempo lúdica, tiene algún interés, pero simplemente no acontece en la pantalla.
En una época en que la autoconciencia de la narrativa y la puesta en abismo se han vuelto moneda corriente en el cine industrial e incluso en la televisión (“It’s been done to death. The whole self-aware, post-modern meta-shit”, reclamaba una personaje de Stab 7 en la apertura de Stab 6, los films dentro del film en Scream 4, de Wes Craven), llega a ser impresionante cómo un artista puede contentarse con tan poco.
Lo que queda es una suerte de Inception presuntamente chistosa, afrancesada y indie, llena de referencias pop al cine industrial norteamericano – del plot de Blow Out de De Palma al Delorean de Back to the Future de Zemeckis, pasando por Videodrome de Cronenberg –, que parecen satisfechas con el simple hecho de ser astutas. Se trata de un programa estéril, que parte de una propuesta lúdica interesante pero que no puede sostener el juego constante entre el sentido y el sin sentido (decisivo para cualquier arte del nonsense). Si el espectador ya espera siempre que algo aún más absurdo aparezca, y si la lógica de los hechos ya está suspendida desde el medio del film, lo que queda es una acumulación aburrida de situaciones y cambios de perspectiva narrativa que no alcanzan la forma. Incluso el humor negro, “el enemigo mortal de la sentimentalidad”, en palabras de André Breton, deviene en algo completamente soso (como en la secuencia en que el productor dispara con su rifle a unos surfistas en la playa).
Los grandes cineastas del absurdo – seguramente Buñuel, pero también los hermanos Farrelly – siempre supieron que para que el nonsense tenga alguna potencia, es crucial mantener la dialéctica sentido/sin sentido, normalidad/anormalidad en términos de mise-en-scène – y no solamente como un dato de la trama (por más capas narrativas que se desplieguen de ella). El terreno donde se juega la vida y la muerte de una película se da ahí. Si no hay juego de hecho, lo que queda es un nonsense programático y predecible, que no nos sorprende ni nos pone en movimiento.
Competencia Largometraje
Dirección: Quentin Dupieux
Guión: Quentin Dupieux
Producción: Realitism Films
Dirección de Fotografía: Quentin Dupieux
Banda Sonora: Phillip Glass
Productora: Realitism Films
País: Francia
Año: 2014