Por Mónica Delgado
Este es un Jia Zhangke distinto, alejado un poco del estilo de sus anteriores trabajos y en el cual afirma más su lado cinéfilo dentro de los parámetros del Wuxia, subgénero al que rinde explícito homenaje. En A Touch of Sin el relato se divide en cuatro partes, y a partir de una introducción que aparece como suma de la complejidad del proceso, es que el cineasta propone a lo largo de la película una tesis sobre la relación entre la violencia y la alienación con los efectos de las políticas laborales y el crecimiento económico. El film se abre y cierra en un entorno rural, en la provincia de Shanxi, territorio no solo de la omnipotencia de las mineras y empresas emergentes, sino también de la impunidad y de la soledad de los personajes, desprotegidos ante el liberalismo de las leyes laborales. En ambas partes, a modo de serpiente que se muerde la cola, la corporación Shengli aparece como gran ente regulador y normalizador del caos al que quedan sometidos los personajes en diversas situaciones. Esta introducción presenta a dos protagonistas como se si tratara de una película coral, sin embargo Zhangke abandona esta posibilidad y nos entrega cuatro episodios, marcados con breves títulos, con diferentes motivaciones pero con una similitud esencial: la liberación de la violencia y el crimen.
Un exminero reclama deuda por años de servicio y ante la negativa prepara un plan oscuro con el apoyo de una escopeta y una colcha de tigre. Un motociclista deviene en cuasi asesino serial, mientras su esposa e hijo lo esperan para celebrar la fiesta de año nuevo. Una recepcionista es confundida con ser prostituta y encuentra en un cuchillo un aliado poderoso. Un adolescente entra a trabajar a un prostíbulo ante la presión de su madre para que le envíe dinero. Cuatro historias, narradas dentro de la provincia pero también fuera de ella, muestran los usos y desusos de la China de hoy, enfrascada en minimizar la individualidad y hacer de las personas solo masa/mano de obra. Y precisamente en esta ruta de afirmación del ser, del individuo como decisor y sujeto, es que pasa por una respuesta sangrienta y decidida, pero también por una abierta protesta ante las clases o «dueños» del país: se asesinan jefes, mercaderes deshonestos, o simples ciudadanos con dinero. El crimen se convierte en ajusticiamiento, en venganza justificada, y que queda en cierta medida sublimado en ese toque de pecado que habla el título, y también idealizado en esa secuencia final, donde aparecen actores, interpretando la obra en plena calle, Yu Tang Chun, mientras una de las protagonistas mira y encuentra la paradoja en esa pieza teatral que habla del encierro de un inocente, y que la invita a apartarse.
Por momentos pareciera que A Touch of Sin, cuyo nombre se inspira en el clásico del Wuxia, A Touch of Zen de King Hu, se concentrara en desarrollar las escenas de asesinatos con estilizado cuidado, incluso puede decirse que la performance de cada crimen está diseñada con un estilo depurado sin comparación en el cine de acción asiático de los últimos tiempos, donde Jia Zhangke extrae lo mejor de sí en precisión y espectacularidad de la puesta en escena. Sin embargo, más allá de estas muy logradas secuencias, se trata de un feroz ensayo sobre la normalización e impunidad de la violencia en un país que tiene bajos niveles de criminalidad, dejando entrever que la semilla del terror está a flor de piel, a la espera del estallido.
Título original: Tian zhu ding / Ciqing shidai
Dirección y guión: Jia Zhang Ke
Música: Giong Lim
Fotografía: Yu Likwai
Reparto: Jiang Wu, Meng Li, Lanshan Luo, Baoqiang Wang, Jiayi Zhang, Tao Zhao
Productora: Xstream Pictures
China, 2013, 143 min