Por Pablo Gamba
Al filo de la democracia (Democracia en vertigem, 2019), el documental brasileño de la plataforma Netflix nominado al Oscar, es una película sobre el golpe de Estado de 2016, que desplazó del poder al Partido de los Trabajadores (PT), y que se dio que mediante la combinación de un impeachment del Congreso y un proceso judicial contra la corrupción. Se destituyó así de la Presidencia a Dilma Rousseff y se impidió que el expresidente Luiz Ignacio “Lula” da Silva fuera candidato otra vez.
Es sorprendente que una película como esta haya sido dirigida por Petra Costa, cineasta de temas intimistas. Era conocida principalmente por Elena (2012), ensayo documental que trata del suicidio de su hermana y que posmodernamente combina el mito de Ofelia, lo que recuerda el cine experimental de Maya Deren, con un lenguaje cercano al videoclip.
Hay algo de intimismo en el acercamiento a Lula y a Rousseff en Al filo de la democracia, y la narración también es en primera persona. Pero, esto no hace sino evidenciar las limitaciones del modelo de documental de “giro subjetivo”, al igual que O processo (2018), dirigida por Maria Augusta Ramos, otra película sobre el impeachment, pone en cuestión la pertinencia en Brasil de los clásicos del cine directo como Primary (1960) y The War Room (1993), y de documentales sobre las instituciones como los de Frederick Wiseman. Hace tiempo se publicó una nota en Desistfilm sobre la película de Ramos.
En Al filo de la democracia, se apela a la biografía para construir el personaje de la cineasta que habla sobre sí misma, y trata de ganarse la confianza del público con confidencias sobre su vida personal y su familia, como es lugar común en el documentalismo subjetivo. Pero son débiles las bases de la licencia que la cineasta se concede para hablar personalmente de un tema que concierne a todo Brasil e incluso a toda América Latina.
Mediante lo que revela acerca de su familia, Costa trata de presentarse como una persona que está en una posición análoga a la del país dividido entre izquierda y derecha. Es simpatizante del PT como su madre, que se enamoró de un militante de izquierda y de su causa en los años de dictadura de la década de los sesenta, y pasó a la clandestinidad y fue a la cárcel. Su abuelo materno, en cambio, fue uno de los fundadores de Andrade Gutiérrez, constructora que comenzó a crecer bajo el régimen militar hasta convertirse en una empresa casi tan poderosa como la tristemente célebre Odebercht.
Pero esa historia familiar es anterior a su nacimiento y no la conecta con el presente histórico sino en calidad de una ciudadana como cualquier otra que simpatiza con el PT. Se escamoteó, en cambio, el relato de cómo llegó a establecer esa relación más estrecha con el partido que le permitió subirse varias veces a un auto con Lula, por ejemplo. No lo explica la militancia de su madre en el pasado, porque es gracias a la película de la hija que ella logra conocer en persona a Dilma Rousseff. Lo personal del relato de la cineasta es también cuestionado por el hecho de que la película tuvo tres coguionistas.
Pronto Costa se aleja de lo autobiográfico, y emprende un relato de los hechos que tiene el alcance y las limitaciones de un reportaje. A pesar de eso, hay detalles que hacen de Al filo de la democracia un documental valioso, y son principalmente las relaciones de analogía y contrapunto entre lo que Costa dice como narradora y el discurso de la forma que también hay en su película.
Hay dos motivos especialmente relevantes en este sentido. El primero, son las citas del documental ABC de la huelga (ABC da greve, 1990), dirigido por Leon Hirszman, obra clave para la construcción del personaje de Lula como una estrella en ascenso hacia la Presidencia. El sindicalista joven y guapo de 1979, vestido entonces con camisas sexis, vuelve a dirigirse a la multitud para bajar una línea con la que la mayoría no está de acuerdo, al anunciar a la gente que rodea la sede del mismo sindicato que se va a entregar a la policía. Pero esta vez Lula es un hombre mayor, que ha encanecido, ha engordado, su voz ha perdido su poder y las frases con las que arenga a la gente –como “podrán cortar las flores, pero no impedir la llegada de la primavera”– ya no son más que viejos lugares comunes. En consecuencia, la multitud se muestra menos dispuesta a obedecerlo que cuando en aquella huelga que desafió a la dictadura les pidió ceder en sus demandas para consolidar la victoria política.
El otro motivo es Brasilia, la ciudad construida para simbolizar el futuro que se proponía alcanzar Brasil cuando en 1960 se trasladó allí la capital, lo que significó la paradoja de instalar a los principales funcionarios del gobierno y del Congreso en un lugar alejado del pueblo. Este aislamiento es vinculado en la película con las tramas de corrupción de la clase política y los empresarios, pero se replica sensorialmente en los reiterados planos de Lula grabados en el interior de automóviles, entre ellos uno que se repite al comienzo y al final, cuyo sonido hace palpable el encapsulamiento del líder. Si bien se pone énfasis en que el expresidente fue enviado a la cárcel con el “argumento” de que la falta de pruebas constituía la mejor prueba en su contra, el problema del aislamiento con respecto al pueblo está igualmente implícito allí.
Las estrellas de la política son cuerpos de extrañas órbitas en la galaxia de Brasilia. Lo pone de manifiesto en la película la rotación del vicepresidente Michel Temer cuando no parece encontrar lugar en torno a la pareja de Lula y Rousseff en la ceremonia de traspaso del poder del primero a la segunda. Petra Costa descubre este presagio visual de lo que iba a ocurrir con el golpe.
Pero el acercamiento a los presidentes del PT también instala a la cineasta en ese espacio distante. La mirada de la película se configura así entre los extremos de esa proximidad con los dirigentes, y la perspectiva de la cámara que se eleva sobre las multitudes y las sedes de las instituciones; entre el relato autobiográfico y la dimensión nacional con la que también tiene una conexión lejana. El principal problema que plantea Al filo de la democracia, más allá de su discurso sobre el golpe, es el abismo entre ambos polos. El vértigo (vertigem) del título en portugués es la pérdida de las bases del poder del PT al despegarse del protagonista de la democracia, que es el pueblo, y el extravío de la primera persona en un discurso análogo al de los medios informativos.
Dirección y guion: Petra Costa
Guion: Petra Costa, David Barker, Carol Pires, Moara Passoni
Producción: Shane Boris Joanna Natasegara, Tiago Pavan
Fotografía: João Atala, Ricardo Stuckert
Montaje: David Barker, Tina Baz, Jordana Berg, Joaquim Castro, Karen Harley, Felipe Lacerda
Música: Rodrigo Leão, Lucas Santtana, Gilberto Monte, Victor Araújo, Fil Pinheiro, Jacques Morelenbaum, Thomas Rohrer
Brasil, 2019