Por Pablo Gamba
En Cuatreros (2016) Albertina Carri vuelve, desde un ángulo diferente, al tema de la película por la que es parte de la historia contemporánea del documental latinoamericano y una figura emblemática del cine como provocación en Argentina: Los Rubios (2003). Esta vez intenta un acercamiento al mundo de sus padres partiendo del libro Isidro Velázquez: formas prerrevolucionarias de la violencia (1968), de Roberto Carri. Es una obra sobre un bandolero del Chaco que encarna la figura –mítica para la izquierda– del delincuente como rebelde contra la sociedad, muerto en una emboscada por la policía en 1967.
El dispositivo también es distinto. Se trata de un film que subvierte las convenciones del documental de archivo, en el que Albertina Carri hace de la pantalla un prisma, que descompone el pasado en un espectro imágenes diversas, y lleva a cabo lo contrario en la narración: todos los personajes de su relato hablan con una sola voz: la suya. Oscar Cuervo le atribuye, por tanto, una “función novelesca” a la voice over del film, en una nota del blog La Otra.
Concebido en un momento como proyecto de videoinstalación, en la pantalla del documental puede haber hasta cinco fragmentos de película que corren a la vez, en ventanas separadas. El material que da la impresión de estar directamente relacionado con el tema de Velázquez es contextualizado así –cronológica y políticamente– por imágenes que pueden ser de cine de ficción, de la publicidad, de noticieros de televisión, y de propaganda oficial o revolucionaria.
En lugar del correlato audiovisual de una imaginación diáfana del pasado, lo que hay es confrontación con una multiplicidad problematizadora. La reducción del número, hasta llegar a una sola imagen, y las diferencias de tamaño, junto con el uso selectivo del sonido, pueden plantear una jerarquización. Sin embargo, no coarta la libertad del espectador de desviarse del centro de atención propuesto. Entre el texto y las imágenes, además, no faltan los contrapuntos provocadores.
En la narración de Albertina Carri hay también otro residuo: el de una “lectura performática”. Iba a ocupar el lugar de la película que en algún momento creyó que no iba a poder hacer. No solo la cineasta aporta ese dato, sino que el origen del texto se percibe en su verbosidad. En consecuencia, la “función novelesca” que desempeña la voz de Carri, al apropiarse de otras voces, no se ejerce sobre el prisma de la pantalla. A la pregunta del por qué están allí algunas partes de otras películas, planteada por los contrapuntos entre lo que se ve y lo que se escucha, se añade así la interrogante acerca del para qué las imágenes, porque quizás podría prescindirse de ellas. Pero dan la impresión contraria los fragmentos rescatados del olvido, cuando cobran atractivo por sí mismos.
En su actitud desafiante de lo establecido, se percibe Cuatreros la afinidad de Albertina Carri con sus padres, a los que “desaparecieron” cuando ella era una niña. Incluso dice que habría asumido el mismo compromiso revolucionario que les llevó a la insurrección en esos tiempos. Encuentra igualmente una conexión con Isidro Velázquez: se ve, al igual que él, como una figura enfrentada con “un sistema que no nos reconoce ni nos comprende, y nosotros tampoco a él”.
Pero es otra la época que le ha tocado vivir, agrega. De allí que su actitud se distinga de la coherencia exigida a los militantes por su manera de percibir agudamente las contradicciones, vivirlas y expresarlas a través de una escritura cuyos recursos expresivos están en conflicto unos con otros, en vez de valerse de ellas como argumentos de propaganda de la utopía, mucho menos aceptarlas cínicamente. Sin embargo, atribuir esa diferencia a la actualidad no deja de ser una ironía, porque es clara la influencia en el cine de Carri de una figura emblemática de los supuestamente lejanos años sesenta: Jean-Luc Godard.
Cuatreros es godardiana también por lo que respecta al amor al cine. El personaje principal debió haber sido Fernando Martín Peña, dice Carri, el descubridor en Buenos Aires de la versión más completa que se conoce de Metrópolis (1927) y del documental Ya es tiempo de violencia, en unas latas de insólito nombre en clave, en el archivo revolucionario del Icaic, en La Habana. El contrapunto entre la narración y las imágenes es, por tanto, también un planteamiento de los problemas de la relación entre el cine y la vida, y de la influencia que ejercen, sobre los vivos, los fantasmas del pasado en la pantalla.
Dirección y guion: Albertina Carri
Producción: Albertina Carri, Diego Schipani
Edición: Lautaro Colace
Sonido: Marti?n Grignaschi
Postproducción de imagen: Leandro Pugliese
Argentina, 2016