Por Pablo Gamba
El ruido son las casas es un documental sobre música experimental de dos realizadoras que hacen ese tipo de cine. Sus personajes son artistas de Buenos Aires que trabajan con sonidos que no son considerados musicales e instrumentos creados por ellos mismos, aunque no a la manera de los comediantes de Les Luthiers. También cuestionan la separación entre la música y su contorno sonoro, que en el caso de los conciertos clásicos consiste en encerrarla en lugares silenciosos. La primera versión de la película fue estrenada en la competencia de Vanguardia y Género del Bafici y la definitiva recibió una mención en el FID Marseille, uno de los mejores festivales de cine de lo real.
El documental de Luciana Foglio y Luján Montes impresiona por las performances: unas mujeres que usan corpiños robóticos y que golpean una pared con un resorte, por ejemplo, o un “órgano” de tubería y que suena con el aire de globos. Se distingue, además, entre las películas de su tipo por su intento de combatir la imagen vendedora del videoclip y de los filmes de conciertos. El registro de las interpretaciones está, y se indica quiénes fueron los artistas, y dónde y cuándo se llevaron a cabo, pero lo más importante es el correlato cinematográfico de lo que hacen los músicos y que pone a dialogar ambas artes.
Un punto en común de la experimentalidad en la música y el cine en el que se basa ese diálogo es la ruptura con lo institucionalizado como lenguaje. Por una parte se trata del ruidismo; por otra, del rechazo de la representación clásica y la del cine de “arte y ensayo”. En ese sentido, la dominante en esta película sin parlamentos es el ruido, que rige la puesta en escena y el montaje visual. El plano inicial pone las cartas sobre la mesa. En la parte inferior del encuadre es una gran vista general de un edificio en construcción; por la parte superior se ve cruzar después un avión. Si ambos elementos coinciden en el plano visual, se debe a la relación de un ruido con el otro. Lo hacen, además, para plantear el problema de la distinción entre un sonido y el del ambiente que lo “rodea”.
Algo parecido ocurre con la música ruidista, por ejemplo en el dúo de dos sillas arrastradas por el motor que cada una tiene puesto en una pata, otra de las partes más llamativas del film. Al comienzo, el plano fijo pareciera estar allí por el lugar común de la imagen-tiempo, de lo cual es indicio el tic tac que se escucha. Pero empiezan a moverse las sillas, con una coreografía que contrasta, por la armonía de los desplazamientos, con el exasperante ruido que producen. Cada vez que se detienen, vuelve a escucharse el ruido “ambiental” del reloj. Pero el chirrido surge también de la interacción con una parte del ambiente: el piso.
En las performances de los músicos hay una similar interacción con el espacio alrededor. Es lo que ocurre cuando golpean la pared con el resorte, en un ejemplo citado antes. El momento culminante de la película lo es también de esa investigación: uno de los personajes anda por la calle con un guante dotado de un censor que produce sonidos como respuesta a las fuentes de luz que va encontrando, algunas de las cuales, a su vez, están en cosas que hacen ruido.
La narración que hay El ruido son las casas, y que reúne las performances como episodios que se suceden a lo largo de una noche que sólo existe en el film, permite articular eso con otras expresiones de la música ruidista. Hay, por ejemplo, una escena en la que una interpretación de un grupo punk es filmada de una manera relativamente convencional, y lo divertido es el contraste entre la expectativa que eso crea y lo que tocan. También hay juego en el primer plano de una cellista que deja fuera de campo la manera como toca el instrumento, y de ese modo plantea una pregunta acerca de cómo toda película recorta lo que se registra en ella, o en el gran plano general de un edificio, que invita a encontrar el departamento del que proviene el ruido de cucharillas que es la música, o en la analogía del fade y los globos que se desinflan, en otra parte ya citada. Esta diversidad hace que un documental sobre música experimental resulte entretenido, lo que no es poca cosa. Pero es un poco decepcionante que cada parte sea como una muestra, y nada más, por su corta duración.
La música y el cine experimentales también pueden parecerse por su circulación al margen de los circuitos habituales. No es el caso de El ruido son las casas, que fue producido con apoyo del Incaa, el instituto de cine de Argentina, y tendrá un estreno comercial en ese país, además de un recorrido por festivales. Pero la coincidencia se mantiene por lo que respecta al modo de producción. La película fue hecha por Foglio y Montes casi exclusivamente en dupla, lo que es frecuente tanto en el ámbito del documental como en la producción del cine experimental, que suele ser artesanal, utilizando recursos del que filma películas caseras. Algo parecido ocurre con la factura de la música. De ahí también las casas del título, no solo porque el grupo punk toque en un cuarto sino porque crean música con cubiertos, tocadiscos, sillas y otras cosas “del hogar”.
La experimentación en el cine, sin embargo, puede incluir el hacer de la proyección una performance, en la cual se interactúa con el público y el ambiente que “rodea” la película, de manera parecida a como trabajan los músicos ruidistas. Es una lástima que la vía institucional de producción dé como resultado un producto “empaquetado” como film para la habitual exhibición en salas, cerrando esa otra posibilidad. Aunque uno nunca sabe qué planes puedan tener las realizadoras para hacer cine expandido con El ruido son las casas.
Dirección, montaje y diseño sonoro: Luciana Foglio, Luján Montes
Producción: Luciana Foglio, Aníbal Garisto, Luján Montes
Fotografía y cámara: Gustavo Esnaola Moro, Luciana Foglio, Luján Montes
Montaje: Luján Montes
Argentina, 2018