PANORAMA: LA ÚLTIMA TIERRA DE PABLO LAMAR

PANORAMA: LA ÚLTIMA TIERRA DE PABLO LAMAR

Por Pablo Gamba

En La última tierra (2016), su primer largometraje, que tuvo una mención en el Festival de Rotterdam por el sonido, el paraguayo Pablo Lamar vuelve sobre el tema de los cortos Ahendu nde sapukai (Oigo tu grito) (2008) y Noche adentro (2010): cómo afrontar la muerte de alguien querido. Hay un estrecho diálogo entre este film y la primera de esas otras dos películas. Mientras que la muerte era vista allí desde una gran distancia, a través de un plano fijo exterior de una casa en la que velan a un difunto, hasta la partida al cementerio, en La última tierra hay un acercamiento al anciano cuya mujer fallece y debe disponer de sus restos. Si Ahendu nde sapukai iba hacia la oscuridad, aquí se va hacia la luz.

El cine de Lamar pareciera ser espiritualista de una manera problematizadora similar a la de Carlos Reygadas. Noche adentro es el film que más recuerda al cineasta mexicano, por el plano del sexo ensangrentado de la novia muerta. Fallece la noche de bodas de una misteriosa hemorragia y su marido la arrastra trabajosamente hasta un bote, y luego la entrega al río. Es algo tan difícil de comprender como el amor de Ana y Marcos en Batalla en el cielo (2005) o por qué el protagonista de Japón (2002) tiene una relación sexual con una anciana.

Una diferencia significativa, sin embargo, es que, en La última tierra no hay un más allá como el implícito en la resurrección de Stellet Licht (Luz silenciosa) (2007) –en la que Reygadas cita a Ordet (1955) de Carl Theodor Dreyer–, ni una religiosidad perturbada como la de Marcos en Batalla en el cielo. Otra referencia importante de Pablo Lamar es, en este sentido, Lisandro Alonso, en particular La libertad (2002), film en el que se observa el desenvolvimiento de un hombre, humilde y solitario, de una manera que se distingue del documentalismo por no tratar de aclarar las cosas sino lo contrario: que el espectador se haga preguntas acerca de por qué vive como vive. La observación de Lamar está dirigida específicamente a lo que los personajes hacen para encarar la muerte del otro, un hecho frente a la cual se es impotente. La última tierra, además, se desarrolla en un mundo en el que no hay nada más allá de lo sensible. El final de la vida es un misterio del mundo, no del alma ni de Dios.

El montaje y el encuadre ponen de relieve la integración del hombre a lo material en esta película, al darle primacía a los elementos. No es que el protagonista se meta en el agua como si siguiera un rito, luego de la muerte de la mujer; es el agua que lo recibe, como dan a entender los planos subacuáticos que anteceden al baño –y al final de la escena, el sonido de la cascada–. No es que el hombre cave una fosa para enterrarla; lo que el plano muestra es que la tierra es cavada.

La escena de la agonía destaca incluso la materialidad del amor: el hombre le da de comer, de su boca, los alimentos que mastica para que ella pueda tragar. No se trata solo de un vínculo sentimental –además del que pudo ser sexual– entre la pareja. Allí lo que los une es aquello mismo que constituye ambos cuerpos.

Lamar también pone en evidencia que la luz es la materia de las imágenes. Hay, por ejemplo, un plano de una piedra en el cual lo único que sucede es que cambia sutilmente al variar la luz del sol. Otra imagen, reflejada en el agua de un pozo, se descompone hasta desaparecer cuando hay una agitación en la superficie. Ocurre algo semejante en el final de Noche adentro, con luz de luna. El plano menos logrado de La última tierra –por lo obvio del sentido– es de la mujer muerta la noche anterior, disolviéndose en blanco con la luz del día.

La grandeza de esta película está en la conjunción de la riqueza auditiva y visual con el ascetismo que reclama su materialismo místico. Toda distracción narrativa es eliminada para centrar la atención en la confrontación de un hombre humilde y solo con la muerte, y cómo ella señala el lugar que ocupa en el mundo. Es un logro, sin embargo, que se consigue al precio de una renuncia a toda otra preocupación –social, por ejemplo–. Eso también es parte de la vida, aunque Lisandro Alonso haya dicho que es cosa de sabios apartarse de la sociedad.

Dirección, guion y diseño de sonido: Pablo Lamar.
Cámara: Paolo Girón.
Edición: Felipe Gálvez.
Elenco: Ramón del Río, Vera Valdez Barreto.
Paraguay-Holanda-Chile-Qatar, 2016, 77 min.