Por Mónica Delgado
Habría dos maneras para ingresar a la propuesta del cineasta catalán Armand Rovira en Letters to Paul Morrissey, sabiendo todo o nada del referente al que rinde culto. Por un lado, está dejarse llevar por la vía de la fascinación al descubrir a un joven cineasta que ha estudiado a su personaje (el cineasta de culto newyorkino Paul Morrissey, una leyenda viva), y por otro lado, el camino de aceptar sus formas visuales y sonoras, a través de puesta en escena en 16mm en blanco y negro, y de influjo poético y experimental.
Letters to Paul Morrissey se divide en cinco episodios, relatos independientes pero que siguen una misma fórmula: voces en off leyendo lo que se supone una carta dedicada a Morrissey, a quien tratan con familiaridad e intimidad, porque de alguna manera estos personajes no son anodinos, sino que llegan a encarnar a algunos seres del imaginario fílmico del cineasta. ¿Cartas a un padre? Quizás, como si fuera una suerte de cinco personajes en busca de su autor. Pero, además, Rovira los ubica territorialmente en espacios específicos, que funcionan como ecos de la contracultura de los setenta y ochenta, o como un mapa geopolítico del universo Morrissey también: EE.UU., Alemania o España.
Más allá de imaginar en este nuevo contexto a los personajes de sus películas, los seres pensados por Rovira abordan cinco tópicos del universo del cineasta, expresamente derechista y católico (aunque la idea del film de Rovira no sea defender una posición política). La fe, la vejez, la muerte, la adicción y la soledad como reflexiones existenciales narradas desde cinco estilos visuales distintos.
En cada episodio podemos reconocer guiños explícitos a los trabajos de Morrissey en solitario, pero también a las que hizo y produjo de la mano de Andy Warhol en La Factoría, entre finales de los 60 e inicios de los 70. Hay bastante evocación al clásico e inflyuente Chelsea Girl (1966), en el uso de la pantalla bipartita, que se vuelve lúdica para dar cuenta de la simultaneidad, de un mismo tiempo en diversos espacios. O mezclando estos universos de ilusión, como esa escena del tercer episodio donde el personaje de la actriz veterana de Chelsea girl se maquilla ante un espejo, de la misma manera que el Dracula, encarnado por Udo Kier, hace la misma acción en el incio de Blood for Dracula (1974). O en ese mismo episodio podemos encontrar el eco a Sunset Boulevard (1950), que es el corazón de Heat (1972), sobre una vieja gloria de Hollywood venida a menos que se enamora de un gigoló.
Quizás, se podría extrañar algunos guiños más a la esencia contracultural y transgresora de algunos films de Morrissey, su magia camp o su mirada homoerotizada. Sin embargo, Rovira y Saida Benzal (en el cuarto episodio) logran rehacer a su manera estos códigos estéticos y temáticos de Morrissey, para brindar un tratado muy completo de este imaginario de vampiros, actrices en crisis de vejez, o yonquis filosóficos (que a su vez evocan a William Burroughs).
Letters to Paul Morrissey es un film de bajo presupuesto y realizada entre amigos; y este componente del modo de producción de la película también la hermana con el estilo de realización amateur que enarbolaba cada film del cineasta neoyorquino. Por ello, el episodio (el más logrado) que tiene como narrador en off al mismo Joe Dallessandro, el mítico actor fetiche de Morrissey, no solo honra a la misma memoria del cineasta sino que mantiene vivo este imaginario de marginalidades y libertad.
Dirección: Armand Rovira
Guion: Saida Benzal (directora del cuarto episodio), Armand Rovira
Música: Jaime García Soriano, The Youth
Fotografía: Edu Biurrun (B&W)
Reparto: Xavi Sáez, Almar G. Sato, María Fajula, Joe Dallesandro, Saida Benzal, Agnès Llobet, Andrea Carballo, Esteban Torres
Productora: Dynamite Films / From Outer Space
España, 2018, 80 min