PANORAMA: LIMA GRITA DE DANA BONILLA Y XIMENA VALDIVIA

PANORAMA: LIMA GRITA DE DANA BONILLA Y XIMENA VALDIVIA

Por Mónica Delgado

En Lima grita (Perú, 2018), de Dana Bonilla y Ximena Valdivia, se establecen dos universos, uno que prima o gobierna, y otro que lo complementa. En el primero están los músicos, creadores del entorno sonoro, seres elegidos que invaden con sus resonancias, ruidismos y melodías al segundo espacio o nivel, aquel que permanece en el ámbito de lo “real”, pleno de obreros,  cargadores, vendedores ambulantes, paseantes citadinos en medio de una urbe apabullante. Este segundo universo se convierte en accesorio, en locaciones que acompañan las proezas sonoras de los instrumentistas, donde escenas de mercados y pollos pelados, edificios en construcción, o ferias ambulantes se vuelven, a punta de ralentis o sobreimpresiones, en la materialidad ideal para graficar esta Lima que bulle gracias a la magia musical.

El modo en que las cineastas Dana Bonilla y Ximena Valdivia se acercan a los músicos y músicas es desde la relación que establecen con sus espacios, y es así que vemos a violonchelistas en sótanos, a cantantes en salas de ensayo, exploradores del ruido en calles concurridas o a duetos caminando por desiertos. Las performances lucen como si fueran en vivo, replicando la intención de algunos documentales similares donde se busca explorar la calidad del sonido en los ensayos o presentaciones públicas. Sin embargo, pese a esta puesta en escena al aire libre o en espacios conocidos de la ciudad, todos pactados y puestos al servicio de la cámara, hay un trabajo sonoro en la edición que elimina la posibilidad de este sonido “real” y da la impresión de que se cambia en muchos momentos por los tracks de los discos o a momentos que no necesariamente pertenece al tiempo del registro, lo que contradice este decisión de lo performático. Se suple por el trabajo de estudio, lo que genera que este “grito” limeño se refine.

Para Bonilla y Valdivia, el recurso de lo episódico les permite aludir a la estética del videoclip, aquella que permite mezclar imágenes distintas (incluso inconexas) según la pauta de la música, e incrustar esta Lima “de a pie” a partir de un montaje de ritmos y de imágenes que grafican alteridad, cercanía en algunos casos o un completo distanciamiento en otros. Lo mencionado no implica que exista una visión chata del videoclip, es decir, que las cineastas utilicen las imágenes solo como un soporte visual a lo que la música quiere comunicar. Aquí las imágenes no son acompañamiento, sino que más bien establecen un sistema de clases, o de castas, y eso se percibe en la concepción de esta ciudad que grita según la categoría celestial a la que pertenezcan los músicos. Así, no es lo mismo que el percusionista Manongo Mujica aparezca tocando solitariamente, y como iluminado, sus instrumentos en medio de un parque de Barranco al atardecer junto a un barril de fuego, mientras que Paruro (el proyecto ruidista de Danny Wilmer Caballero) salga en performance precisamente en medio de la calle del emporio comercial Mesa Redonda, claro, a unas cuadras del mismo jirón Paruro, mientras lo observan decenas de transeúntes de esta ciudad en caos y que la cámara se espera en captar en pleno desconcierto ante una intervención de ruidos que asumen como ajeno. ¿Imaginar a un Manongo Mujica en el transitado centro de Lima tocando sus tambores? No, eso no va con su estilo. Para la ciudad y su galería de limeños de todo calibre, mejor poner a Paruro. Y ese sentido de la pertenencia de la música desde una visión territorial o distrital, con lo que eso implica social y culturalmente (como lo remarca ese final en pleno desierto para una canción poco estimulante) es lo que Lima grita patenta y legitima.

Hay que destacar que hay pocos films documentos sobre la escena musical limeña, y Lima grita se plantea como un fresco generacional, tanto de la visión misma de las cineastas que buscan retratar su entorno amical cercano, como por ser evidencia de un estado de la música lejana a la convención, y más cercana a la experimentación. Sin embargo, pareciera que hay una urgencia por travestir esta Lima mutante por una ciudad de estertores, cuando hay pocos recursos que revelen esta ebullición que el título desea. Más bien los momentos de la ciudad en efervescencia (la Lima y sus seres de los mercados, paraditas, esquinas, cerros y edificios gentrificados) aparecen en un fuera de campo sonoro, y más bien las canciones o interpretaciones de los músicos suplen la voz de la ciudad de diez millones de habitantes. Y es lógico esta primacía de los grupos musiciales, ya que se trata de un film que quiere presentar un panorama con lustre de los diversos actos y grupos que vienen sacando cara por la música en la capital como Pauchi Sasaki, Pentapolar Birds, Ale Hop, Santiago Pillado-Matheu, Jardín, Veronik o Liquidarlo Celuloide, pero la Lima de accesorio que acompaña las performances terminan reduciendo las posibilidades expresivas de un film que tiene una composición visual trabajada (donde el neón y la nocturnidad cumplen un rol mayor), pero donde esta estructura de castas genera una desazón que la música en sí, menos mal, no tiene.

Dirección: Dana Bonilla, Ximena Valdivia
Guión: Dana Bonilla, Ximena Valdivia
Producción: Lorena Tulini
Fotografía: Dana Bonilla
Sonido: Johann Merel
Edición: Fabiola Sialer
Perú, 2018, 76 minutos