LOS OCHO MÁS ODIADOS DE QUENTIN TARANTINO

LOS OCHO MÁS ODIADOS DE QUENTIN TARANTINO

Por Mónica Delgado

Los trotes de caballos en noches frías escapando del mal que la Hammer hizo patente en varios films de terror de Serie B en los sesenta, las cruces cuidando los caminos, la música sardónica que brota en los momentos de apariencia dramática, o esos estallidos de humor negro en medio del caos y la desconfianza parecieran haber inspirado varios momentos de Los ocho más odiados. ¿Es exagerado o antojadizo mencionar el espíritu de algunas comedias negras de Roger Corman como motivadoras del tono y sentido que Tarantino le quiso dar a este su octavo film?  Los ocho más odiados, pese a su disfraz de whodunit, de la estética evidente de las películas de cámara, de grupos atrapados en espacios reducidos de algunos films de Howard Hawks, de sus autoreminiscencias a films como Perros de la Calle, o de la ambientación y personajes western, es ante todo, como algunos trabajos de Corman, una sátira, una comedia negra con toques de grotesco. Tarantino puebla desde el inicio, con sus golpes secos, insultos y personajes emblemáticos, toques de humor negro y música en leit motiv que colaboran a esa impresión, pero aquí a partir de un periodo específico que hace posible imaginar el proceso de construcción de la identidad de los EEUU, lo que la vuelve política en su revisitación histórica, pero también la vuelve una fábula con visos cómicos que pretende dar luces sobre una situación actual y permanente.

Esta apuesta por lo satírico desde el afán moralizador (es decir, desde la narración de una serie de eventos que permiten extraer una conclusión sobre la naturaleza de la crisis que se pretende cuestionar), también alude a la necesidad de acudir a un puesta en escena que revele la farsa, la ficción e invención como artilugio. Pareciera que Tarantino afirmara que para hablar del Sur de los EEUU, de la Guerra de Secesión, y de trasladar esos elementos ya perdidos en el tiempo como sucesos que no se pueden extinguir, y que de alguna manera siguen vigentes en esas caracterizaciones desde las miserias del Capitalismo, urge acudir a la construcción de un micromundo escandaloso, de puñetazos, dientes que salen volando y sangre, de seres que en la obertura o intro parecen salir de la nada absoluta, desde un desierto de nieve que simula el vacío de donde provienen, y donde una cruz con un Cristo imponente de madera en medio del camino se vuelve en su único contacto con «lo moral», las fronteras del bien o el mal.

En algún momento del inicio de uno de los seis capítulos aparece el dispositivo que revela la intención: la aparición intempestiva de un narrador omnisciente, con voz poco solemne, que va relatando con énfasis algunos hechos, para luego desaparecer. Quizás su presencia se deba a que requiera dejar en claro una palabra clave: caracteres, o  personajes dentro de un juego claro de representación. No se trata de ver qué pasa con estos caza recompensas, comisarios o generales como tales dentro de las reglas de un film clásico, sino de asumir que se trata de una propuesta de juegos sobre ser y parecer, jugando con nosotros de la misma manera que lo hace la carta de Abraham Lincoln con los blancos o desde el poder que ejerce el relato de sumisión y venganza de Samuel L. Jackson sobre un derrotado Bruce Dern. En Los ocho más odiados aparece la capacidad de fabulación, y de mentir, como medio de supervivencia, y que vemos utilizar a cada uno de los personajes con originalidad y suspicacia, y dentro de ese disfraz del whodunit, ya no importa saber quién hizo qué, sino qué cosa de todo esto que está pasando responde a la lógica tarantinesca para resolver una fábula sardónica y política.

En esta lógica de los mecanismos de representación de las farsas, de los simulacros en un mundo construido desde la ficción, incluso que esté filmada en Ultra Panavision, aprovechada en interiores, es ya una vuelta de tuerca a un imaginario del paisaje que Tarantino si bien no deja de lado, no lo coloca como motor poderoso de lo que propone. Tarantino quiere hurgar en las posibilidades de esa trampa en que se ha convertido la mercería de Minnie, y está claro que los usos del tiempo y espacio, así como el modo en que va enfocando y desenfocando- en otra lectura del usual «plano-contraplano» en los diálogos entre personajes, van armando esta estrategia de los modos de ver sin salirse de los espacios de la sátira. Y Tarantino no solo lo enfoca desde los diálogos ingeniosos (como aquel sobre la Justicia que hace reflexionar un Tim Roth) sino desde lo claustrofóbico y el despertar de sus detalles desde la iluminación y los colores que apenas se ven de los exteriores.

Los ocho más odiados es el film de un Tarantino distinto, dentro de una madurez que sorprende, porque de alguna manera ha abandonado esa necesidad del guiño y la referencia, para hurgar en las posibilidades de lo narrativo desde los usos físicos de la cámara, con sus típicos ralentis que permiten paradójicamente el estallido del gore a mansalva. Su intención está al servicio de la construcción de una fábula moral y política con humor que desgarra, de blancos racistas aliados también a negros enemigos, de muertos o vivos que valen los mismos puñados de dólares, de polaridades irreconciliables unidas para un mismofin surgido a último momento, sin esa honorabilidad ni ley de los western de antaño. O quizás, sea otro tipo de ley la que aún sobrevive después de la masacre.

En los EEUU que Tarantino destroza de modo racional y perfecto, y donde imagina una división entre Georgia a Filadelfia en un refugio en medio de la nada, cualquier papel tiene valor, todo es tomado como posible verdad si se apela al sentimiento, como la mención amorosa a Mary Todd en la carta de Lincoln, como la canción de Daisy Domergue, como la ambivalencia de un John Ruth a la hora de comer un estofado, o como la fantasía que salva vidas de un extraordinario mentiroso y narrador de cuentos que es ese hombre llamado Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), el icono o héroe de la capacidad de hacer creer. El país construido por y desde las ficciones. Otro tipo de Biblia.

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Director: Quentin Tarantino
Guión: Quentin Tarantino
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Robert Richardson
Reparto: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Demian Bichir, Walton Goggins, Tim Roth, Bruce Dern, Michael Madsen, James Parks, Dana Gourrier, Zoë Bell, Channing Tatum, Lee Horsley, Gene Jones, Keith Jefferson, Craig Stark, Belinda Owino
Productora: The Weinstein Company
Título original: The Hateful Eight
Año: 2015
Duración: 167 min.
País: Estados Unidos