Por Mónica Delgado
Mataindios, el debut en el largometraje de los cineastas peruanos Oscar Sánchez Saldaña y Robert Julca Motta, resulta atractiva cuando funciona como metáfora de división de trabajo en medio de una celebración andina, antes que la preparación de un anticulto de la figura de Santiago matamoros (o mataindios), en algún paraje rural del Perú.
El argumento sería el siguiente: En algún pueblo andino, un grupo de habitantes se prepara para celebrar la fiesta de Santiago mataindios, para quien preparan una misa, una procesión y un rito mortuorio para recordar la ausencia de decenas de desaparecidos en tiempos de terrorismo.
Estrenada en el pasado Festival de Lima, Mataindios (Perú, 2018) funciona mejor como relato compartimentalizado de historias donde se describen acciones de trabajo en honor al homenajeado, un apóstol de yeso adorado en una iglesia que refleja la mixtura cultural y la herencia colonial (en un mal sentido). Es así como vemos a partir de episodios, a una mujer que siembra y cosecha un atado de flores para el altar del santo, luego a un grupo de mujeres tejiendo y bordando la capa que le pondrán al apóstol en procesión, y también a un grupo de músicos que se reúne para encontrar en algún tipo de trance sonoro el mejor ritmo para el culto de la imagen. De esta manera, Sánchez Saldaña y Julca Motta ordenan su relato de ficción, colocando a los pueblerinos al servicio de este culto de ascendencia virreinal, para ponerlo en relación a los sucesos de terror vividos durante el conflicto interno entre los años 80 y 90.
Esta división del trabajo (o de roles marcados) también está construida desde la perspectiva de género tradicional, donde las mujeres se dedican a acciones manuales (tejer, cosechar, cocinar), mientras que los hombres se organizan a labores menos mundanas, como entregarse al contacto con la divinidad a través de la música para crear composiciones para el santo homenajeado. Es en estas escenas de cercanía con la deidad, de ritos y musas espirituales para componer cantos a modo de mantras, es que Mataindios logra sus mejores momentos. Pies marcando el paso en una habitación polvorienta, rostros mirando al cielo raso, instrumentos que se preparan para organizar el ritmo musical que describen este rito que revela la entrega de la comunidad como parte de una religiosidad ciega. Luego los cineastas se encargarán de ir desmoronando la calidad de esta entrega religiosa, ya que al parecer el santo no cumpliría el pedido de honrar la memoria de los desaparecidos en tiempos de Sendero Luminoso. Y es allí cuando el film se fragmenta y pierde esta primera intención del rito.
Al inicio del film los cineastas dejan en claro un recurso, el de mirar por la mirilla (o el hueco del cerrojo) de la puerta de la iglesia, y que es un punto de vista que tendrá una vuelta de tuerca hacia al final, para dejar en evidencia un dispositivo: el de la mirada subjetiva pero no desde los personajes que protagonizarán las escenas posteriores, sino desde “algo” que está observando desde el interior de la capilla. Es esta entelequia que actúa como observador y testigo de una singular revolución, y que los cineastas proponen como acto de subversión del orden instaurado.
Buscando ser la versión light de una suerte del Emperor Tomato Ketchup (1971) de Shuji Terayama o de la “maldad” de El señor de las moscas (1990), un grupo de niños toma la batuta de la situación y decide saldar cuentas con este Santiago mataindios que al final de cuentas no les ofrece nada. Y es bajo esta ruptura de punto de vista y de confrontación con el mundo adulto (y también con la noción de lo sacro) es que el film adquiere una dimensión fantástica, y que enfría el dramatismo logrado con la escena de la procesión, que hubiera sido un epílogo contundente sobre el cuestionamiento a los favores o no de una entidad divina en tiempos de horror.
Dirección y guión: Oscar Sánchez Saldaña, Robert Julca Motta
Fotografía: Marco Arauco Tuesta
Edición: Robert Julca Motta
Sonido: Omar Pareja Valencia
Dirección de arte: Carlos Pulido Montoya
Producción: La Tropilla de Obrajeros EIRL
Intérpretes: Carlos Solano, Nataly Aures, Glicerio Reynoso, Elmer Vivas, Faustina Sánchez
Perú, 2018, 76 minutos